Airbnb son los padres
Existe una percepción generalizada de que los emprendedores con éxito son personas insultantemente jóvenes que beben litros de café de Starbucks.
En Silicon Valley el fracaso es una especie de rito iniciático hacia el éxito. La frase ‘Fail fast, fail often’ se puede leer en marquesinas de autobuses, antebrazos de programadores o escuelas de yoga. Y se escuchan fábulas sobre fundadores de startups que queman tarjetas de crédito a la velocidad de la luz antes de explosionar en Wall Street, como los aspirantes a actores que recuerdan a Brad Pitt enfundado en un disfraz de pollo antes de triunfar en Hollywood.
Ese optimismo endémico ha cruzado el Atlántico hasta hacernos creer que, para emprender solo hace falta actitud, juventud y capital. Sin embargo, el 90% de las startups fracasan antes de cumplir tres años y, el 80% de los emprendedores que lo intentan una segunda vez, fracasan de nuevo.
No ofrecer un servicio o producto que el mercado demanda (a veces porque la idea llega antes de tiempo) y la falta de liquidez (en muchos casos porque los inversores se cansan de destinar fondos a un producto que no termina de cuajar) son dos de los principales motivos para dar por finalizado un proyecto, pero hay un tercer elemento clave: la edad.
Existe una percepción generalizada de que los emprendedores con éxito son personas insultantemente jóvenes que cierran rondas de inversión al mismo ritmo que beben litros de café de Starbucks y no es cierto (los hay, pero no es la mayoría).
Los expertos creen que ocurre porque tienen una mayor exposición en redes sociales y medios de comunicación, pero una investigación reciente realizada por el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), reveló que la edad media de un emprendedor que funda una empresa con éxito es de 45 años. Un estudio publicado en la revista Harvard Business Review retrasa el éxito a los cincuenta años y, en ese mismo artículo, se detalla que las startups con más crecimiento en los cinco primeros años siempre están dirigidas por personas que empezaron su aventura empresarial cumplidos los 45 años.
No es magia, es lógica. Una persona que emprende después de los 40 años tiene un marco de referencia más amplio y experiencia profesional que será clave a la hora de tomar decisiones determinantes para la empresa. A esa edad sabes cuáles son tus fortalezas, en qué ámbitos debes delegar y es muy probable que exista cierto respaldo financiero que permita afrontar las primeras etapas (casi siempre duras) de una compañía.
El emprendimiento implica un punto de irracionalidad, soledad y talento. Poner en marcha una empresa es extraordinariamente difícil, incluso agonizante. Requiere confianza, paciencia, resiliencia pero, sobre todo, experiencia. Existe el milagro Airbnb o Facebook, pero son una anomalía. Las tortugas ponen una media de 30 huevos para que dos o tres lleguen al mar. Algo así sucede con las startups.
Harland Sanders David abrió el primer restaurante KFC con 62 años; Ray Kroc convirtió a McDonalds en el primer restaurante de comida rápida del mundo con 59 años y John Pemberton creó Coca-Cola a los 55 años. Incluso las historias de éxito más teenagers, no lo son tanto: Steve Jobs tenía 53 años cuando se lanzó el primer iPhone y Apple explosionó en bolsa, mientras que Amazon obtuvo mejores resultados cuando Jezz Bezos ya había cumplido los 45 años. Airbnb existe, pero no tanto.