Devoradores de libros: cuando leer es placer y vicio
Hablamos con cuatro lectores que devoran más de 50 libros al año: ¿cómo lo consiguen? ¿Qué dejan de hacer? ¿Cómo se engancharon?
Nada más publicarse cualquier estudio sobre lectura en España los ojos se van, acompañados de gestos de pesadumbre, a ese porcentaje de aquellos a los que la letra no les entra. Los que no leen nunca o casi nunca son más de un tercio de los españoles —un 36%, según el último Barómetro de Hábitos de Lectura y Compra de Libros—, pero esa moneda tiene otra cara mucho más positiva.
Ese anverso es el de los devoralibros, aquellos que encadenan una lectura con otra y que encuentran entre letras el mayor de los disfrutes. Dicen que Bill Gates, Elon Musk, Wiston Churchill o Mark Zuckerberg pertencen a esa categoría, pero no hace falta irse tan lejos.
También lo es Jorge Carrio, marinero de la Armada y estudiante de Historia, que al año llega a leerse entre 50 y 70 libros —más de uno por semana, de media—, dedicándoles “una media hora” al día y, en ocasiones, compaginando varios a la vez. Entre 40 y 50 calcula que se termina en ese periodo Gisela Royo, española afincada en Italia y que trabaja como administrativa. “Puedo pasar días leyendo solo 20 minutos para luego hacer sesiones de dos o tres horas”, apunta.
Ekaitz Ortega, redactor, se lee un libro “cada cuatro o cinco días” y hasta principios de marzo de 2021 ya llevaba 23 acabados. Lo consigue echándole al día “entre una hora y hora y media”. “En los años más complicados he leído 40 libros, eso es un año malo. En otros he leído más de 80. Depende de la situación personal y, sobre todo, laboral”, aclara.
La cifra es como para abrir bien los ojos, pero hay quien da más, como el crítico de televisión y escritor Bob Pop, que el año pasado rondó los cien. ¿Cómo lo logra? “Un día tranquilo leo entre tres y cuatro horas, sobre todo con luz del día”, cuenta, aunque hay días que llega hasta seis. “Una novela de unas 200 páginas la termino en un par de días”, afirma. Y, ojo, sin trampas: “No leo en diagonal ni tengo técnicas de lectura rápida”.
Un año de soledad
A todos ellos les ha afectado la pandemia, pero no de igual manera. Gisela reconoce que desde que estalló ha leído menos por concentrarse peor. A Ekaitz el shock inicial le hizo dejar de leer bastante durante unas semanas, también por falta de concentración y por estar siguiendo las noticias. Luego lo recondujo: “Al estar más tiempo en casa y por mi trabajo, me di cuenta de que estaba hiperconectado y decidí que dos horas al día aparcaba ordenador y móvil y las dedicaba a leer”.
Bob Pop sí leyó mucho más en el último año, pero “peor”, “como cuando era adolescente y cogía los libros como forma de aislarme de la realidad”. “He leído de forma más compulsiva pero no he disfrutado igual”, resume. Jorge también le dio un empujón a su lista de terminados: “En la pandemia he leído algo más, ya que trabajé mucho menos y tenía más tiempo”.
Papel y tinta
Cada uno tiene sus preferencias también en cuanto al formato. Jorge es el más digital: “Por comodidad, ya que muchas veces leo fuera de casa, lo hago a través del móvil”. Eso sí, cuando alguno le gusta mucho, procura hacerse con su versión en papel. Por motivos económicos y de espacio en casa, Gisela también mezcla entre ebook y libros físicos, mientras que Bob Pop, apuesta por el papel —con una librería de cabecera, la madrileña Méndez, que incluso se los envía a Barcelona, donde vive ahora—. “Si me da el apretón por leer algo, tengo un Kindle”, confiesa.
Ekaitz también es de papel, por todo el tiempo de pantallas que suma a lo largo del día. Lo que procura es no acumular demasiados en casa: “Un tercio de los que leo son de la biblioteca, sobre todo los que no confío en que me vayan a gustar mucho o que sé que no voy a volver a ellos”. Muchos de los que tiene los regala. “¡Sé lo que es una mudanza con libros!”, bromea.
Ahora lee novela contemporánea, tanto española como extranjera, aunque se adentró en la lectura de la mano de la ciencia ficción, la fantasía y el terror. Bob Pop se maneja entre la poesía, el ensayo, la novela o el teatro. “Aborrezco la novela histórica. La divulgación científica me cuesta, me falta formación, pero lo intento”, detalla.
Gisela picotea entre “best sellers, libros de historia, ensayos, grandes clásicos o novela negra” y Jorge es más de “ensayos históricos y novelas de ucronías y ciencia ficción”.
Tiempo de silencio
¿Qué dejan de hacer todos ellos para sacar tiempo para leer? “Tengo una vida muy cómoda sin niños y trabajo desde casa”, admite Bob Pop, que señala que se quita de ver series. “Cada vez le pido cosas más diferentes a los libros que a las series, no quiero que me cuenten una historia sin más. A la literatura le estamos pidiendo que llegue un poquito más allá pero creo que hay una buena convivencia”, reflexiona.
Para Ekaitz también es una cuestión de preferencias, “de a qué dedicas tu ocio”. Gisela aprovecha cualquier momento: “Leo en el transporte público, o los fines de semana; si no tengo demasiada faena en la oficina, cuando vuelvo a casa”.
“Obviamente el tiempo que le dedicas a algo se lo restas a otras cosas pero trabajo, estudio y pierdo el tiempo en redes sociales como la mayoría de la gente. Simplemente es una afición más”, argumenta por su parte Jorge.
La forja de un rebelde
“De pequeño era muy introvertido y aprendí que leer carteles, por ejemplo, me ayudaba a aprender cosas por mí mismo y no tener que preguntar. En ese momento se convirtió en mi principal afición”, recuerda Jorge sobre cómo se le metió el gusanillo de leer.
Bob Pop, que se define como un “niño raro”, llegó a los libros gracias a su abuelo, gran aficionado a ellos. “Era un refugio, una manera de conocer gente que se parecía a mí o no pero que me mandaban mensajes secretos”, evoca.
En casa de Gisela siempre ha habido libros: “Mis padres eran socios del Círculo de Lectores y pronto empecé a encargar libros para mí”. En cambio, los de Ekaitz no eran grandes lectores, pero sí le leían cuentos. De ahí dio el salto a comprarse cómics y luego se inició en la literatura juvenil.
Para ninguno de ellos leer fue una obligación nunca. “Ni siquiera me incitaron”, subraya Jorge, aunque ver a sus padres leer habitualmente “y apreciar tanto la lectura seguramente me influyó bastante”. Mensaje similar recibió Ekaitz: “Asociaron la lectura a pasarlo bien, nunca me han dicho ’lee”.
A lo que le obligaban sus padres a Bob Pop era a dejar de leer. “Me decían ‘¡Sal a la calle!‘, dice entre risas. No suelta ningún libro salvo que sienta que le está “tomando el pelo”, ahí sí lo deja sin acabar: “Si veo que hay buena intención pero es fallido, lo leo para verle las tripas. De la mala literatura también se aprende. Y hay veces que lo odio tanto que hasta me lo paso bien y subrayo y escribo en los márgenes cosas al autor como ’¡Pero tú qué te crees!”.
La pregunta más difícil que se les puede hacer a los cuatro es cuál es el libro que más les ha marcado. A Ekaitz, como adolescente el que más huella le dejó fue El conde de Montecristo, de Alejandro Dumas. “Como lector adulto, Las correcciones, de Jonathan Franzen”, añade.
Jorge escoge Tiempos de arroz y sal (Kim Stanley Robinson) por ser el que le introdujo a su género predilecto, la ucronía. Y Bob Pop no puede quedarse solo con uno: “Me marcaron Otras voces, otros ámbitos, de Truman Capote. De adolescente encontré una cosa queer, de personajes con los que me identificaba muchísimo y a la vez no me parecía. Y La conquista del aire, de Belén Gopegui”. Y Gisela admite: “No podría mencionar uno. Muchísimos me han dejado con esa terrible sensación de orfandad al terminarlo”.