Clientes desnudos e insinuaciones sexuales: el acoso impune que sufren las trabajadoras de hotel
"Al llamar, me recibió un señor semidesnudo, con el albornoz abierto. Me enseñó un billete de 50 euros. Entonces me di la vuelta para salir corriendo de allí".
Arancha vivió hace tres meses algo que la tuvo dos semanas llorando. Fue cuando le pidieron que llevara unas toallas a una habitación del hotel donde trabaja. “Al llamar a la puerta, me recibió un señor semidesnudo, con el albornoz abierto”, cuenta. “Yo le miré a los ojos y le dije: ‘Aquí tiene usted sus toallas’. Me dijo que si podía dejarlas en el baño y, como hay algunos clientes con problemas de movilidad, accedí”, explica a El HuffPost.
En ese momento Arancha, que lleva cinco años trabajando en el servicio de habitaciones de un hotel de Alcalá de Henares (Madrid), empezó a notar algo raro. “Vi que había dos toallas limpias colgadas en el perchero, así que me extrañó. Cuando entré al baño, tenía en la encimera la cartera abierta llena de billetes. Entonces me di la vuelta para salir corriendo de allí. Quería salir lo más rápido posible”.
“El muy desgraciado había cogido un billete de 50 euros y me preguntó que si me quería acostar con él”, prosigue la mujer. “A mí se me hizo un nudo en la garganta. Le dije: ‘Se está usted confundiendo. Yo no proporciono esos servicios’. Se me hizo un nudo muy grande, no estaba nada cómoda, me fui rápidamente y fui directa a la dirección”, relata.
Allí Arancha se encontró con la subdirectora del hotel, y le contó lo que acababa de vivir. “Pero no le echaron”, sentencia Arancha. “Me hizo sentir fatal, me pasé dos semanas llorando. Mis compañeros estaban indignados. Pero lo único que hizo el hotel fue enviar un correo contando que el hombre me había pedido ‘educadamente’ eso y advirtiendo que ninguna mujer entrara a esa habitación y que, a partir de ahora, no entráramos a las habitaciones si estaba el cliente dentro, que les dejáramos en la puerta el pedido, y que nos negáramos si aparecía semidesnudo”, critica Arancha.
“Lo que más me dolió fue que el hotel no hiciera nada. Sólo una palmadita en la espalda y un ‘no pasa nada’”, lamenta. “Si hubiera querido, habría montado un escándalo. Deberían haberlo echado del hotel o haber llamado a la Policía”, sostiene.
Pese a sentirse “muy mal”, Arancha tuvo que seguir trabajando aquel día. Por la tarde, el hombre fue al spa y también “pidió favores sexuales a la masajista a cambio de 20 euros”, cuenta. “Se notó que él tenía práctica, sabía bien cómo actuar”, recuerda Arancha. “No debería haber pasado”.
El caso de Arancha no es único. En España no existen estadísticas sobre la incidencia del acoso sexual por parte de un cliente en el colectivo de las camareras de pisos. “Lo que sí sabemos es que todos y cada uno de los Comités de Empresa de hoteles donde está presente Comisiones Obreras (CCOO) han recibido quejas de las trabajadoras a este respecto”, señala Ángeles Balúe, secretaria de Salud Laboral de CCOO Servicios, el sindicato con mayor representación en el sector hostelería.
El pasado mes de junio la Conferencia Internacional del Trabajo aprobó dos nuevas herramientas para proteger a las trabajadoras y trabajadores del acoso sexual: el Convenio 190 y la Recomendación 206, que destacan que toda persona tiene derecho a trabajar sin violencia y acoso, y hacen hincapié en el género como un motivo particular de ese acoso. En España, todavía, no se aplica este convenio, aunque su ratificación se incluye en el programa de Gobierno presentado por PSOE y Unidas Podemos.
De momento, los hoteles no están abordando el acoso sexual de clientes a camareras de piso, o al menos no lo suficiente. “Es complicado hablar de cifras porque muchas mujeres no denuncian por miedo o vergüenza y, sobre todo, por precariedad, por temor a que las tachen de conflictivas, pero es una queja generalizada que nos llega a todas las comisiones de empresa de hoteles donde tenemos representación”, constata Balúe. “Por eso pedimos una política general y reclamamos medidas a las empresas”, defiende.
“Existen protocolos laborales de acoso sexual, pero son internos, así que no atañen a terceros, es decir, al cliente”, aclara. “A día de hoy, si hay un daño, sí hay intervención, pero si es un susto, se queda en buenas palabras por parte de los directores de hotel”, afirma Ángeles Balúe. Con “daño” se refiere a “agresiones físicas, daños palpables”, argumenta. Con “susto” se refiere a que una camarera de piso acceda a la habitación “y el cliente esté desnudo, masturbándose, que te acorrale en el baño”, enumera. “Todavía cuesta reconocer los daños psíquicos en el trabajo”.
A Jacinta, camarera de piso en un hotel de Madrid y delegada sindical, nunca la han acosado de esa manera, pero conoce casos y, de hecho, se atreve a trazar el perfil habitual del acosador. “Suele darse más en la costa; es un tipo de cliente concreto: verano, low cost, con un todo incluido, que siente que todo vale, que llega borracho a la habitación…”, describe.
Para Ángeles Balúe, el acoso sexual a las camareras de piso “no tiene que ver con algo geográfico, sino con el machismo”. “Aunque no nos guste hablar de violencia machista, tiene que ver con eso y con la seguridad y la salud en el trabajo. Tenemos los argumentos para que este acoso entre dentro de la Ley de Prevención de Riesgos Laborales”, defiende. “Las trabajadoras tienen derecho a ser protegidas. Se necesita más control, más legislación. Se necesita incluir la visión de género al apartado de violencia de terceros. Es ese matiz”, pide Balúe. “Y hablamos de género porque la gran mayoría de las camareras son mujeres”, aclara.
Jacinta explica que “cuando algún cliente pide si se puede quedar mientras [la empleada] está haciendo la habitación, lo normal es llamar a una compañera”, ya que el protocolo del hotel especifica que “ninguna camarera tiene que trabajar con el cliente dentro” (precisamente para evitar acosos). No obstante, el protocolo no va más allá: no menciona cuál debe ser la actuación del hotel en caso de que ese acoso, efectivamente, se produzca.
“No se actúa hasta que no pasa. Si sucede, es cuando se toman medidas”, lamenta Jacinta. “Antes había vigilantes que se paseaban por los pasillos, pero ahora todo está desapareciendo. Lo único que han hecho en el hotel [para prevenir] es darnos al servicio un curso de seguridad”.
Arancha corrobora lo que cuenta Jacinta. Después de denunciar el acoso que había sufrido, en su hotel se limitaron a enviar un correo a todas las secciones “para que no vuelva a pasar”. “Él [el cliente] siguió allí, se quedó una noche más, y yo evité la zona”, explica. “No se te ocurra acercarte a la habitación”, le recomendaron sus compañeros. Y ella avisó, por su parte, a otras colegas: “Tened cuidado con este sinvergüenza”.
Arancha todavía se arrepiente de no haber llamado a la Policía aquel día. “Ya no era sólo su palabra contra la mía y eso de que ‘el cliente siempre tiene la razón’, sino que también mi compañera del spa podría haber contado que a ella le sacó 20 euros”, señala.
Esa noche, el acosador pidió una botella de cava a la habitación y se la subió un compañero de Arancha. El cliente lo recibió con su mujer. Estaban de escapada romántica.