Abortar en un país donde el aborto es un crimen
Bárbara Carvacho relata en ‘Y tú, ¿tan feliz?’ las trabas que se encuentra una mujer en Chile para interrumpir su embarazo. Concretamente, las que se encontró ella.
Bárbara Carvacho (Santiago de Chile, 1991) le dijo a su familia que estaba trabajando en un libro sobre periodismo musical mientras estaba escribiendo Y tú, ¿tan feliz?. Dos días antes de que se publicara, mandó a su madre un mail con el pdf del libro. “Le dije: ‘Esto fue lo que hice’”, recuerda ahora Carvacho.
Lo que hizo en ese libro fue contar cómo las mujeres se ven obligadas a abortar de forma clandestina en países donde el aborto es un crimen. Cómo lo hizo ella misma en Chile.
“Fue abrir una llave en nuestra relación”, describe Carvacho. “Me enteré de que ella [su madre] también había abortado a los 21 años, que es algo que jamás pensó contar a alguien. El secretismo del aborto, incluso en las familias, es muy fuerte”, explica la escritora y periodista chilena.
Y tú, ¿tan feliz? se publicó primero en Chile en 2019, y ha llegado a España un año después editado por Caballo de Troya. Exponerse de esa manera en un país donde abortar sólo es legal en tres supuestos (violación, riesgo de vida de la madre o inviabilidad del bebé) no fue fácil. “De hecho, el libro está registrado como una obra de ficción”, apunta Carvacho.
Y, sin embargo, los peores ataques le llegaron desde España. “Lo más fuerte que me pasó fue cuando Luna [Miguel, editora de Caballo de Troya] comentó en su Twitter que se iba a publicar mi libro”, recuerda Carvacho. “Hasta entonces no me había enfrentado a ese nivel de comentarios de odio. Había muchísima gente comentando, con una opinión muy formada y muy crítica al respecto, sin siquiera haber leído el libro, sin tener mucho contexto de la situación en Chile o de mi situación. Me sorprendió ver que incluso en un país donde el tema está más avanzado y discutido existan todavía tantas trabas ideológicas, tanta moralina respecto a una cuestión que es más bien una política sanitaria”, cuenta Carvacho a El HuffPost.
“Lo tenemos difícil en todos lados”, dice la escritora durante una entrevista telefónica realizada días después de que el Congreso argentino aprobara la ley del aborto. Este miércoles, el Senado ha ratificado la norma, y las mujeres de Latinoamérica confían en que si hoy es ley en Argentina, mañana lo sea también en sus países. No piden que haya más abortos; piden que estos sean seguros.
¿Cómo es abortar en un país donde está prohibido abortar?
Es sumamente fuerte, es sumamente doloroso. Están las barreras obvias de esta parte del mundo tan religiosa, superconservadora, con una construcción familiar y escolar que desde siempre apunta al aborto como algo terrible e imperdonable por parte de algún dios, al parecer.
También fue muy fuerte el hecho de darte con la barrera de saber que no eres tanto, que tu existencia está condicionada a ciertas decisiones del Congreso, de hombres, de sacerdotes que parecieran tener más claro qué es bueno para ti en determinado momento de tu vida.
Abortar es complicado en la construcción de lo social y también es muy doloroso en lo personal, cuando te das cuenta de que tu existencia no es tal, o no es tanta, que no eres tan autónomo en tu vida como para poder elegir cómo llevarla a cabo.
Además en el libro cuentas que te encontraste con otras dificultades más materiales, y tuviste que repetir todo el proceso de compra de pastillas, etcétera.
Sí. Eso es parte de las consecuencias de la clandestinidad. Si todo estuviera más regulado, no sería más que un proceso de ir a un centro asistencial, hacer un procedimiento ambulatorio con todos los recursos sanitarios que eso conlleva… pero no, entonces ahí está una en internet, buscando información que es difícil de encontrar y que también es peligrosísima, porque no sabes qué te están vendiendo, son químicos que te tienes que meter literalmente en el cuerpo, y luego hay personas, como yo, que tienen que repetirlo una, y otra, y otra vez… La desesperación también te nubla los criterios del juicio. Al final, todo está lleno de trabas y parece más un tráfico de drogas, de pastillas recreativas, de éxtasis.
¿Temiste en algún momento por tu vida?
Sí, pero quizás más en el imaginario o en el relato de lo que es abortar. Siempre te dicen que el aborto es muy peligroso y que puede acabar con tu vida, y es cierto, las mujeres mueren abortando. Las mujeres, en la clandestinidad, en la ruralidad, e históricamente, han muerto metiéndose ganchos de ropa por la vagina, metiéndose ramas de vegetales por la vagina, metiéndose pastillas porque no se puede hacer en un proceso normal.
Todo esto llegó a mi imaginario en forma de lo que podría pasarme, pero de todos modos es tal la convicción que viví con este proceso que al final era o uno u otro; era yo o era este ser. Tuve presente el miedo, pero no me paralizó.
Y el miedo a las represalias de algún tipo, ¿estuvo presente?
Sí, creo que ese fue el miedo más tangible. Un poco a la represalia social, cuando piensas en que tienes que contárselo a tu familia, a tus jefes o a tus amigos más conservadores; y también miedo a la represalia legal. Cuando fui a hacerme una ecografía post-procedimiento, la persona que me la hizo identificó que yo había hecho algo, en su box clínico tenía imágenes de iglesia, y la noté con cara de ‘quiero llamar a la Policía’. Aquí el castigo legal es muy duro; hay mujeres presas en este momento por haber querido tomar esa decisión, y también hay un despliegue mediático muy grande en torno a eso, se las trata como asesinas. Es más probable que termines en la cárcel por haber querido abortar que por haber atropellado a una persona en estado de ebriedad, que sales de la cárcel con total libertad.
¿Cómo reaccionó tu familia y tu entorno?
Fue extraño. Nunca les conté de lo que estaba escribiendo. Soy periodista de música y cuando les comenté que estaba trabajando en un libro, les dije que era sobre periodismo musical. A mi mamá se lo conté dos días antes del lanzamiento. Le mandé un mail con el pdf y le dije: ‘Esto fue lo que hice’. Fue abrir una llave en nuestra relación. Me he dado cuenta de que su figura de madre ha influido en mi percepción de madre, pero también hemos cohesionado en puntos mucho más íntimos como mujeres.
Me enteré de que ella también había abortado a los 21 años, que es algo que jamás pensó haber contado a alguien, hasta que después de leer mi libro se atrevió a decir. El secretismo del aborto, incluso en las familias, es muy fuerte.
No me encontré repercusiones fuertes en mi entorno. Quizás sí en el trabajo, donde algún compañero un poco más conservador sí me miró raro los primeros días. Pero nada tan terrible, por suerte. Lo más fuerte que me pasó fue cuando Luna [Miguel] comentó en su Twitter que se iba a publicar mi libro en España. Creo que hasta entonces no me había enfrentado a ese nivel de comentarios de odio como los que recibí desde España.
¿Ha cambiado mucho la situación en Chile desde que tú abortaste hasta ahora?
Sí, además bastante rápido. Creo que el trabajo histórico de las organizaciones feministas y lo que está pasando en Argentina ha hecho que el discurso entre en un terreno un poco más humano y menos espiritual, menos ideológico.
En 2017 [Carvacho empezó a escribir el libro en 2016], se aprobó una ley por la que se llevaba muchas décadas trabajando, y que da la posibilidad de abortar en tres causales. Pero ahora vamos con la otra pelea, porque es muy difícil encasillarnos sólo en tres causales. La decisión de una persona no debería depender de tres situaciones específicas, que son terribles, y por supuesto tiene que asegurarse una interrupción del embarazo en caso de violación, o de inviabilidad de la vida, o en caso de que la vida de la madre corra peligro.
El tema ha evolucionado; sin embargo, hay que ver cómo esto avanza en las cámaras, que en donde las personas finalmente toman las decisiones.
¿Tu caso no habría entrado en esos tres causales?
No. A menos que yo me las hubiera rebuscado y hubiese declarado una violación frente a la Policía y, con ese papel, sí me permitirían abortar. Pero es una vuelta peligrosísima también. Hay que inventarse un episodio sumamente traumático para poder escapar de otro episodio sumamente traumático. Como un camino sin salida.
De algún modo, ¿te sentiste liberada al escribir este libro?
Bastante. Y es un proceso que dura hasta el día de hoy. Las motivaciones para escribir el libro vinieron siempre desde lo colectivo. Tenía la urgencia de que las niñas y otras mujeres no tuviesen que pasar por tantos obstáculos por desinformación.
Abortar en Chile es sumamente complejo, pero no sé si sería tan complejo si desde temprana edad nos inculcaran que es un procedimiento mundialmente aceptado, legalizado en gran parte del mundo y que no implica tantos riesgos si se hace de una manera correcta.
Con el tiempo, mi propia historia tuvo repercusiones en mí, fui dándole otras dimensiones a este episodio. Cuando escribí el libro, lo hice más con la idea de ofrendar mi historia, de entregarla y casi decir: ‘Ok, esto ya no me pertenece’; pero en estos últimos años le he dado la vuelta, he abrazado mi propia historia, he redescubierto también ciertos espacios más dolorosos, más traumáticos que antes había pasado por alto.
¿No te dio miedo exponer tu nombre?
Sí, tuve miedo. De hecho, el libro está registrado como una obra de ficción. Tuvimos que tomar esa clase de precauciones porque el movimiento anti derechos de las mujeres en Chile es superfuerte, junto con la Iglesia evangélica y la Iglesia católica. Tienen un lobby bastante grande.
Y sí, me dio mucho miedo rotular la portada con mi nombre, siendo una historia tan fuerte y tan inédita en esta parte del mundo, al menos en la literatura de Chile. Me daba miedo que la gente supiera quién soy, o que mis núcleos supieran tantos detalles de mí. Pero, al mismo tiempo, sentía la urgencia. No podía ser que fuera algo tan común, que hacen tantas mujeres desde hace tantos años, y que no hubiera un nombre y unos apellidos involucrados en esta historia. Si somos tantas, ¿por qué no estamos poniendo nombre a nuestra historia?
Chile se considera uno de los países de América Latina más permisivos con el aborto. ¿Qué te parece esto?
Acá sólo se puede hablar de permiso si eres un hombre, con una buena posición económica y social. Tienes permiso para conseguir las zapatillas que quieras, para gastar mucho dinero en los centros comerciales, para endeudarte con una casa, en un auto o incluso en tu carrera profesional. Lo permisivo, al final, pareciera ser una simulación neoliberalista que enmascara lo real, y temas como el aborto, o que no haya un derecho a la vivienda, o que la educación esté privatizada, o que el agua esté privatizada, son muestras de esta simulación. En el papel, mucho permiso, pero en la práctica estamos bien observados y bien manejados por todos lados.
¿Cómo recibiste la aprobación en el Congreso argentino [y ahora también en el Senado] de la ley para legalizar el aborto?
Fue muy, muy emocionante. Desde hace hartos años acá seguimos la legislación argentina, y creo que la resolución del Congreso vecino va a ser fundamental en la discusión. Espero que este cambio regional amplíe la perspectiva con la que se trata el tema. Es increíble ver las ponencias de las diputadas y las senadoras en los debates de Argentina. La discusión está dejando de ser un tema valórico, y está pasando a ser un tema de política pública, de resguardar la salud de la mitad de la población. Las chicas se mueren, se están muriendo, y hay que hacer algo con eso. Son vidas que estamos dejando escapar porque no somos capaces de legislar a la altura de la situación.
Aunque Chile legalizó el aborto en 2017 para tres supuestos, la mitad de los obstetras del sistema público chileno sigue declarándose objetor ante los embarazos por violación.
Aunque entres dentro de los tres causales, después puedes encontrarte con un equipo médico que te diga: ‘Lo siento, creo en Dios, no te puedo hacer este procedimiento’. En las zonas rurales esto es muy grave. ¿Qué pasa si es el único doctor de la zona capaz de hacer esa intervención? Se le está pidiendo a la mujer, probablemente con una realidad económica compleja, que viaje cientos de kilómetros para tratar de hacer valer su derecho. Me parece que eso es complicar demasiado la existencia de las mujeres.
Parece que, además de la legislación, tiene que cambiar también la educación.
Totalmente, totalmente. Es muy común que los equipos médicos, incluso aquellos que no son objetores, apuren al máximo los procesos para que el aborto no se pueda realizar dentro de las semanas estipuladas en la ley. Al final, es un juego bastante ideológico y político.
Es descabellado. Si se ha implementado una ley y los profesionales no están respondiendo a ella, es bastante grave. Es gente que está incumpliendo la ley. Pero todo esto no tiene repercusión.
No quiero decir que la ley no exista, porque es el fruto de décadas del movimiento feminista, pero la ley es insuficiente. No tiene ninguna lógica que los equipos médicos puedan tomar decisiones tan unilaterales en este tema.
Ahora Chile está en época de cambios: las protestas del año pasado fueron históricas, y hace sólo unas semanas se ha votado para cambiar la Constitución. ¿Tienes esperanza en que el país cambie realmente, y con ello los derechos de las mujeres?
Temo. Vivir en Chile me ha enseñado a jamás confiar más de la cuenta. A veces las victorias son más bien derrotas. Creo que va a estar muy difícil arrebatarle el poder y la decisión a la poca gente que lo tiene. Pero, al mismo tiempo, confío en que el movimiento feminista y las chicas vamos a seguir dejando todo en la calle hasta que en la Constitución quede pintado con sangre y fuego que tenemos derecho a decidir, en infinitas causales.
De algún modo, llama mucho la atención lo organizadas que están las mujeres, lo poderoso que es el feminismo en América Latina, y lo retrógrados que son los Gobiernos y la sociedad. ¿Cómo puede resolverse este choque?
La educación es fundamental. Confío en que las nuevas generaciones no se conviertan en padres de familia femicidas, o en madres de familia que estén en ese lugar por obligación, o que normalicen situaciones que desatan en violencias sistemáticas de la figura del hombre hacia la mujer.
Es muy fuerte ver lo que pasa en México, o en Argentina, o en Perú o en Chile, donde los números de mujeres asesinadas por sus parejas son horripilantes. Me parecen cadáveres de mujeres muertos porque sí. Y aparecen lesbianas asesinadas de manera correctiva, muertas por violencias y violaciones. Es terrible. Y el rol que ha jugado la iglesia en esta parte del mundo tiene mucho que ver. Creo que lo único que nos queda es entregar las herramientas de formación a los, las y les niñes que vienen para dejar de replicar esto que nosotras también replicamos todos los días inconscientemente. Es un tema de paciencia. El problema es que no sé si la vida de las mujeres puede esperar eternamente.