A tientas
Partiendo de un inicio soberbio -ese niño camino de la escuela, sorteando las líneas del empedrado y las grietas en el cemento-, David Torres nos ofrece en 'Palos de ciego' (Círculo de Tiza) su libro más personal. Esencialmente, tres cosas le dan sentido: un libro de complejo planteamiento que (pese al empeño) no pudo llegar a escribir, un hermano muerto a las pocas horas de nacer (de quien el escritor heredó su nombre) y un puñado de recuerdos.
Tres temas que se van enlazando sabiamente y que consiguen un texto extraño y fascinante, escrito con emoción contenida y con serenidad, con pudor y con honestidad, con el lenguaje preciso y una atención minuciosa a los pequeños detalles. A todos esos acontecimientos que se van acumulando entre los recovecos de la memoria y el corazón. Aunque por diversos motivos, podría haber lugar para algo parecido a la rabia, no lo hay. Supongo que es necesario llegar a cierta edad para escribir sobre determinados temas para que las palabras fluyan de modo natural, poético en ocasiones, sin que entre ellas subyazca el rencor, la tristeza, la amargura o el ansia de ciertas venganzas.
El camino de un escritor siempre es arduo y empedrado y no siempre resulta sencillo asimilar el fracaso de un libro en el que se habían puesto tantas ilusiones, tantas esperanzas, tanto empeño. Memorable es el capítulo en el que, en un viaje en tren, se le van apareciendo al autor todos los personajes de ese libro que no llegó a fraguarse. Ahí, junto a los arriba mencionados, está otro de los temas importantes de este libro: la creación. Sus entresijos, sus vericuetos, sus misterios, su tiranía. Los quebraderos de cabeza que conlleva el hecho de escribir, crear mundos de la nada, enfrentarse al papel en blanco, recordar la nieve sucia, el amor que duele, la pérdida que rasga. Y también, evidentemente, sus frustraciones. Todo eso que, más tarde, el lector, imbuido en la narración pertinente, desconocerá. O eso queremos pensar.
'Palos de ciego' no es un cuaderno de apuntes hilvanados con destreza y emoción, no es un libro de viajes, no es un diario personal. Aunque pudiera serlo, una elaborada y sabia mezcla de todo ello, también es otra cosa. Es un texto lúcido, conmovedor, profundamente sincero, desgarrador y escalofriante en algunos momentos, apabullante en otros, muy brillante en todo caso. La brutal radiografía de un hombre que escribe y de una novela frustrada. De un hombre que, a ratos, camina a tientas, que rememora al hermano con el que no pudo jugar y pelearse, y que narra con extraordinaria lucidez y sensibilidad ese camino. Toda esa belleza, toda esa desolación. La capacidad de supervivencia. Uno de los mejores libros de este año, sin ningún lugar a dudas.