A los españoles no les gusta la mala educación
Los ‘tres tenores’ de la derecha, Casado, el grandísimo derrotado; Rivera, el globo pinchado, y Abascal, la extrema derecha que estaba agazapada en las entrañas del PP político o sociológico, no han conseguido su objetivo principal: “vamos a echar a Sánchez”. Por el contrario, Pedro Sánchez, haciéndose con el centro que ellos, sus más que adversarios enemigos, dejaron libre, ha recuperado al PSOE y casi duplica los votos de los populares, tras esta hecatombe, menos populares.
Viendo el mapa de los resultados finales, resulta que el CIS de Tezanos estuvo muy atinado. Los escaños entran, todos, dentro de las horquillas. Aquellos dos debates, pues, con la alianza ‘trifachita’, como le llamaba la izquierda en justa correspondencia a los descalificativos de la ‘derechona’, no cambiaron nada. Quizás, ya lo dirán los sociólogos, pueda colegirse que a los españoles les da repelús la crispación, les recuerda cosas que prefieren tener olvidadas y rechazan la mala educación. Pablo Iglesias se lo tuvo que recordar a Albert Rivera cuando pareció que perdía los papeles en TVE: no sea usted impertinente y maleducado, vino a decirle. Fue, quizás, uno de los momentos más importantes, y que marcó la diferencia, en el debate público. Mucha gente lo quería decir, después de los 21 insultos seguidos de Casado a Sánchez, pero nadie lo había dicho; y otros cayeron en la cuenta de que ni el fondo ni la forma era la mejor oferta de futuro para un país cansado de lo gris, de los rayos y los truenos de los salvapatrias, chicas o grandes.
Durante un tiempo, los españoles intuyeron que el país iba a ir a peor, irremediablemente. Los analistas y los mejor informados tenían para sí la ‘cosa’ de que una victoria de las ‘tres derechas’, fuertemente contaminadas por el socio Vox, que cada día hacía a más evidente su nostalgia de la dictadura franquista, iba a cambiar el rumbo europeo de España, y que en vez de poner proa (política, se entiende) a la Europa progresista, liberal, abierta, solidaria, democrática, a la Unión Europea de Maastricht y del Tratado de Lisboa, iba a poner rumbo a la Hungría de Orban, a la Polonia ombliguista de los ultracatólicos y nacionalistas, a la Inglaterra del Brexit, a la Italia de Salvini y los ‘grillos’, a la Turquía de Erdogan…
Pues no. Los españoles han vuelto a ser unos europeos en los que se puede confiar, en esos aliados con los que los dirigentes europeístas necesitan contar para hacer frente al retorno de los brujos de las tribus.
Ahora, aparte de los votos del PSOE, de los de Podemos y de los otros socios moderados que pueda conseguir Pedro Sánchez para la investidura, a Albert Rivera y Ciudadanos –por su gen de regeneración del que presumen- le toca demostrar su sentido de Estado. Habiendo renunciado a pactar con Sánchez, de la forma en que lo hizo, no le queda más remedio, por puro pudor democrático, que abstenerse y darle paso al candidato al que la ciudadanía, a pesar de sus piruetas y sus errores pasados, le ha dado un abrumador voto de confianza.
Esa es la cuestión; pero otra cuestión es el ‘factor soberbia’, de los fanáticos en plantilla o en oferta pública de empleo.