"A las mujeres no se nos percibe como figuras de autoridad"
Una conversación entre la escritora Siri Hustvedt y Montserrat Domínguez
Siri Hustvedt (Minnesota, 1955) es novelista, ensayista, y una conferenciante habitual sobre arte, feminismo, filosofía, neurología y psiquiatría, sus grandes pasiones. Lee al menos cuatro horas al día, y escribe durante seis. Madre de una cantautora que triunfa en los circuitos de Indie-pop (Sophie Auster), y esposa del también escritor y cineasta ocasional Paul Auster, juntos forman la familia más cool de Brooklyn, donde viven desde hace décadas, cuando este barrio neoyorquino era refugio para escritores y artistas alternativos que no podían permitirse vivir en Manhattan.
De padres noruegos, Hustvedt es altísima, delgadísima y pura sonrisa, que sólo se tuerce cuando le preguntan por Donald Trump. Dice que conoce bien al votante tipo de Trump: esa clase blanca empobrecida del Medio Oeste -donde ella se crió- que se siente despojada de sus privilegios y recelan de los urbanitas. Llega a España con su nuevo libro bajo el brazo, La mujer que mira a los hombres que miran a las mujeres, y su editorial, Seix Barral, me invita a charlar con ella en una sala abarrotada de la librería La Central, en Madrid.
"Lo que estamos viendo, en EEUU y en Europa, es el ascenso de la derecha populista de raza blanca. Son hombres y mujeres que por el color de su piel se creen con derecho a ciertos privilegios. Sienten que los han perdido por el cambio demográfico en EEUU, y ello se suma que en los últimos ocho años hayamos tenido a un hombre negro, muy elegante y bien educado en Harvard, como presidente. La amenaza no es tanto el miedo a perder sus privilegios, sino el sentimiento, terrible, de sentirse avergonzado por esa pérdida. Yo crecí en Minnesota, en el Medio Oeste, y sé cómo es y cómo siente esa gente. Dicen: '¿Pero qué se han creído esos chulitos urbanitas, negros, amarillos o mestizos?' '¿Quién se creen que son?'. Trump ha sido el vehículo para transformar esa vergüenza y humillación en orgullo, en ira y en rabia, que hace que se sientan bien de nuevo".
- ¿Cómo luchar contra ello?
Bueno, cuando hablamos de racismo, mucha de esta gente no convive con inmigrantes, o con negros... La gente en las ciudades sí, porque el entorno es mucho más diverso, y por tanto sus prejuicios son menores. Convivir con inmigrantes hace a la gente más tolerante. Deberíamos enviar a miles de refugiados a las ciudades del Medio Oeste, y eso seguramente ayudaría.
- ¿Qué pasó con Hillary Clinton?
La misoginia ha sido un aspecto clave de las pasadas elecciones en EEUU. En un estudio de la universidad de Harvard, se les facilitó a un gran número de votantes, tanto demócratas como republicanos, una biografía de un supuesto candidato en la que era descrito como ambicioso y que buscaba el poder. Si esa biografía se atribuía a un hombre, no había ninguna reacción concreta de los votantes. Pero si era una mujer, los encuestados respondían que esa descripción les provocaba asco e indignación. ¡Así es mi país!
Bueno, eso no es exclusivo de EEUU... En uno de los ensayos de tu libro, y en tu anterior novela, El mundo deslumbrante, analizas la distinta percepción que tenemos de un artista según sea hombre o mujer.
No se puede aislar la percepción del contexto, por ejemplo cuando contemplas una pintura que sabes es de Rembradt, o de Picasso. Hay estudios empíricos que muestran que la gente percibe una obra pintada por un artista reconocido como algo físicamente más grande de lo que es en realidad. Y existe el efecto de realce de lo masculino frente al efecto empequeñecedor de lo femenino. ¿Por qué? No dejo de preguntármelo. La cultura enfatiza continuamente la idea de que la autoridad, el intelecto, es un asunto masculino, de la misma forma que la naturaleza o el cuerpo es femenino. Y esto viene de lejos: Platón admitía mujeres en la República pero no en la poesía. Son percepciones profundamente arraigadas tanto en hombres como en mujeres: a la mujer no se la percibe como figura de autoridad. He visto tantas veces a tantas mujeres pidiendo disculpas... ¿Por qué? Posiblemente, porque si no lo hacen serán castigadas. A los hombres nunca se les castiga por su agresividad: a las mujeres sí. Así que no nos queda otra que acostumbrarnos a que nos den para poder avanzar.
- ¿Te preocupa también el auge de lo que estamos llamando posverdad? Noticias falsas o fake-news se esparcen como la pólvora, construyendo relatos que manipulan y falsean la realidad para amoldarla a unos intereses políticos determinados.
Estoy radicalmente en contra de la noticias falsas, y creo que hay medios para verificar la verdad. Pero tenemos que reconocer que todos tenemos una fuerte tendencia a creer en lo que queremos creer. La corriente emocional que subyace bajo las noticias falsas es más importante que el contenido, y nos dice algo importante sobre cómo somos los seres humanos, porque sucede desde hace tiempo: la propaganda no es precisamente algo nuevo. Si tú dices que Hillary Clinton es la puta de Babilonia, un demonio de otro planeta... ¿En serio? ¿Quién se traga esto? Pues gente que ya está convencida de antemano de que es así. De igual forma que nosotros podemos tener otras creencias, aunque yo sienta que las mías son mejores, y verificables. Cuando los medios se dedican a comprobar los hechos y gritan '¡Está mintiendo!' '¡Lo que dice no es verdad!', no consiguen cambiar ni una sola mente. Ese es el problema, la confirmación de nuestros prejuicios. Todos buscamos que confirmen lo que ya creemos, todo el mundo, no sólo los votantes de Trump.
- En uno de tus ensayos, cuentas una anécdota que te ocurrió al entrevistar al escritor noruego Karl Ove Knausgard, autor de Mi Lucha. Te sorprendió que entre sus múltiples referencias literarias sólo hubiera una mujer, Julia Kristeva, y al preguntarle por qué, te contestó que las mujeres "no son competencia" para él.
Él dice que no recuerda esa respuesta, lo que es probable, porque no le causó la misma impresión que a mí. Yo admiro su trabajo, pero utilicé esa anécdota para explorar esta idea: si el valor de un hombre sólo puede medirse por cómo le ven otros hombres, entonces es cierto que las mujeres no son rival para él. No importa lo brillante y extraordinario que sea su trabajo: sencillamente, no cuenta. Y fue honesto por su parte reconocerlo. Muchos otros piensan igual y no lo dicen. No está diciendo que no sepamos escribir, o que seamos estúpidas; sólo que su competición es sólo con otros hombres.
- Dices en el prefacio de tu libro que de joven leías literatura, filosofía e historia, pero pronto te diste cuenta de que faltaba "la pieza biológica", así que te lanzaste a leer y a estudiar sobre todo neurociencia, hasta el punto que has llegado a publicar artículos en revistas científicas. Te preocupa el abismo que separa a científicos e intelectuales 'literarios', y te interesa construir puentes entre ellos. Y cuentas con una ventaja: al ser una profana en ciencia, dices, eres capaz de ver cosas que los expertos no se cuestionan.
Siempre que me invitan a dar una conferencia sobre medicina, psiquiatría o neurología es porque les gusta lo que hago. Aun así, ¡siempre hay alguien hostil entre el público! Pero creo de verdad que la filosofía y las humanidades pueden ayudar a los científicos a resolver problemas al darles una perspectiva diferente. Y al mismo tiempo, a los intelectuales que afrontan la complejidad de la mente humana les viene bien conocer que hay campos de la ciencia que pueden ayudarles a enfocar mejor sus ideas.
- Has contado la búsqueda de respuestas a tus propios problemas neurológicos en La mujer temblorosa, o la historia de mis nervios. Tus migrañas y tus repentinos temblores, tras la muerte de tu padre. ¿Fue a raíz de esa experiencia cuanto te interesaste por la neurociencia?
Nunca habría escrito ese libro si no llevara ya 15 años estudiando neurología cuando empezaron mis temblores... Cuando sucedió, me propuse utilizarlo como ejemplo en mis charlas, y concretamente en una conferencia de la Facultad de Medicina de Columbia. Cogí mis síntomas y los estudié desde tres perspectivas: la psiquiátrica, la neurocientífica y la psicoanalítica. Les gustó la charla y de allí surgió el libro. Sufro migrañas desde niña: veo auras, luces, he tenido alucinaciones, alguna muy curiosa: ¡un hombrecillo de color rosa! Y también he experimentado estados de euforia. Cuando empecé a sentir temblores y espamos nadie sabía decirme qué eran. Y aún no lo sabemos. Porque hay una frontera difusa entre el cuerpo y la mente, como se ha visto en los casos de conversión o de histeria, y el libro es una exploración de esas fronteras. También tengo lo que llaman sinestesia tacto-espejo (o especular). Es algo que se conoce desde hace mucho tiempo, pero que no fue definido científicamente hasta 2005. Si veo a alguien que toca a alguien y estoy presentado atención, yo también puedo sentirlo, aunque no tan vívidamente. Si alguien da un bofetón a otra persona, yo lo siento en mi mejilla, aunque no con tanta fuerza. Es un cruce entre el sentido de la vista y el del tacto. Yo lo tengo desde pequeña, y creía que a todo el mundo le pasaba lo mismo. Por eso no puedo ver películas violentas, o de terror, pero sin duda esa sinestesia tiene un efecto amplificador en mí cuando contemplo una obra de arte...
- También has trabajado como voluntaria en una institución psiquiátrica de Nueva York, dirigiendo un taller de literatura para los internos. Te impresionó un joven, Jared Dillian, por lo bien que escribía: los fármacos y la escritura le devolvieron al mundo.
Era un joven que había tenido un brote psicótico, era un maniaco-depresivo, lo que ahora llaman bipolar. No tenía ni idea de que había trabajado como broker en Lehman Brothers. Tuvimos esa conversación en el pasillo, al poco tiempo le dieron de alta, y un día recibí su libro en casa con una dedicatoria: 'Siri, gracias por salvarme la vida y ayudarme a convertirme en escritor'. Fue tan emocionante... En mi ensayo me pregunto si la escritura puede ayudar a los pacientes psiquiátricos, y creo firmemente que sí. De hecho, ahora trabajo con médicos residentes en psiquiatría, que trabajan con un gran nivel de estrés, escribimos juntos y creo que es bueno tanto para ellos como para sus pacientes.
- Supongo entonces que te interesará la figura de loco maravilloso como Don Quijote: en tus ensayos hay varias referencias a él...
De hecho, estoy ahora trabajando en mi próxima novela: y ahí está Don Quijote, pero también Emma Bovary, y Catherine Morland de Jane Austen, de La Abadía de Northanger... Tres personas que se han vuelto un tanto locas de tanto leer. ¡Es gente con la que no puedo evitar sentir cierta simpatía! [ríe].