A la orden de Dani de la Orden
Ofrece un cine repleto de luz, de humor y de candor, procurándonos una alternativa conciliadora con estos tiempos inciertos que nos toca vivir.
Hace años que admiro el cine de Dani de la Orden, no es ningún secreto; he escrito sobre él y su trabajo en repetidas ocasiones y, con cada nuevo estreno, me reafirmo en mi creencia, convertida ya en convencimiento, de que es un director con un impecable sentido cinematográfico.
Si algo me atrae de su trabajo es que proviene de una generación de cineastas que no miran al pasado, ni tan siquiera hacia los lados. Y no es que en sus obras no se observen referentes, que los hay y en grandes dosis, sino que se encuentra en una posición desprejuiciada de avance sin retorno, en la que los tiempos pretéritos no son ni un lastre ni un condicionante, sino aquellos hombros de gigantes que ayudan a avanzar, que diría Isaac Newton.
El talento de Dani de la Orden ya se atisba en su cortometraje Nadador (2013), una historia conmovedora acerca de las posibilidades infinitas que ofrece la vida. Como una germinal La La Land de nuestro particular Damien Chazelle, en ella ya se presenta el juego de posibilidades que proponen al unísono el azar y la voluntad.
A partir de entonces, y a pesar de sus escasos treinta y un años, el trabajo de De la Orden ha logrado alcanzar un estilo personal muy marcado, con unos rasgos que comparte la generalidad de títulos que ha firmado. De hecho, se podrían establecer dos líneas fundamentales en su cine: por un lado, los títulos de comedia per se y, por otro, las comedias dramáticas que se desarrollan en círculos intimistas.
Del primer tipo son los éxitos El pregón (2016), El mejor verano de mi vida (2018) y Hasta que la boda nos separe (2019). Cintas llenas de calidad, con rostros conocidos y buen sentido cinematográfico. Además, en cualquiera de ellas se percibe un sentido visual y un control técnico muy acusados. De hecho, la eficacia de sus películas y la ternura con la que trata a sus personajes también son elementos propios de su cine, aunque tan pronto aborde el boicot a la boda de una antigua compañera de clase, como las vacaciones estivales de un niño decepcionado o la vida de dos hermanos, otrora miembros de un grupo pop, que deben reencontrarse tras décadas de distanciamiento.
La segunda vertiente dentro de su cine entronca con una raíz más europea de comedias intimistas que se desarrollan en cortos períodos de tiempo, con cierto regusto amargo y una belleza argumental y visual extraordinaria. Esta tipología comenzó con su opera prima, la magnífica Barcelona, noche de verano (2013), una cinta en la que recoge gran parte de los aspectos que más tarde desarrollará en el conjunto de su filmografía, como determinados actores, la infancia, la lluvia (y toda forma de agua), las relaciones amorosas, la amistad o el extraordinario uso del bokeh.
La misma estela sigue Barcelona, noche de invierno (2015) versión corregida y aumentada de su primera cinta, repleta de pasión, simpatía y expectación. No soy la única que se ha quedado prendada de esta saga, y que desearía ampliarla con una tetralogía de Barcelona, noche de primavera y Barcelona, noche de otoño.
Como continuación de esta vertiente, en 2019 presentó Litus, una adaptación teatral potente, con una escenografía digna de elogio, capaz de trastocar los recursos básicos dramáticos, y planteando una planificación exhaustiva con un montaje eficaz que superan la limitación de que transcurra en apenas cuatro paredes.
Pero Dani de la Orden no se limita a la mera formalidad, si bien en su cine el aspecto arquitectónico, en cuanto visual, adquieran una importancia palmaria. Sus cintas van más allá. Porque es el tratamiento argumental, ese factor humano, lo que distingue su cine. Sus personajes huyen de la frivolidad del mundo que les rodea. Algunos viven en entornos acomodados, cierto; y otros muchos gozan de una situación privilegiada, urbanita y cool. Pero no todos son así. De hecho, gran parte de sus personajes tienen vidas que pivotan en torno a la desgracia, rodeados de una tragedia sobrevenida de manera imprevista, o enfrentándose a la soledad, la culpa y la desesperación.
Incluso en sus comedias más alocadas, la situación económica es un problema, sus personajes deben posponer su integridad en aras de la supervivencia o buscar la manera picaresca de burlar su propia historia.
Por ello el cine de Dani de la Orden es tan estimulante, porque ofrece un cine repleto de luz, de humor y de candor, procurándonos una alternativa conciliadora con estos tiempos inciertos que nos toca vivir.