8-M: es la hora del hombre
Hoy, convirtamos su lucha en nuestra lucha, en pos de la libertad y del humanismo.
No sé si el feminismo se hereda, se aprende o es una mezcla de ambas. Nací en España hace 37 años, en una familia de clase media de una generación que había dado un salto cuántico en la igualdad entre hombres y mujeres, mujeres y hombres. Y es que quizás la igualdad es la consecuencia del derecho. Primero tiene que suceder el sufragio universal y tiempo después que exista una mujer presidente. Desgraciadamente, en muchas ocasiones pasa demasiado tiempo.
El caso es que la generación de nuestras madres, las nacidas en los 50s y 60s accedieron masivamente a la universidad, llevaban una vida cultural, política y profesional muy avanzada respecto a la de sus madres y, sobre todo, habían hecho un profundo cambio en su propio empoderamiento. Su lucha era tener una igualdad en derechos y obligaciones con los hombres, que no eran enemigos ni oponentes, porque era algo que iba con ellas.
Esto era, como denomina un amigo, el feminismo de Atenea: las mujeres luchando por ser como los hombres (siempre en el sentido de derechos y obligaciones). Han pasado unas décadas y el mundo ha cambiado mucho. Esas mujeres educaron a hombres que, como yo, siempre hemos visto que una mujer directiva, presidenta o que un hombre haciendo labores domésticas era la normalidad. La sana normalidad.
Pero, a veces, siento que hemos retrocedido. Cuando trato con mis alumnos universitarios, observo atónito como ciertos pensamientos, comentarios y actos son profundamente misóginos. Como la mujer se cosifica y se le tiene en baja estima. También escucho a partidos políticos decir que el feminismo ya se completó y que la violencia de género, es una especie de invento de las mujeres para vivir del cuento.
Y además de entristecerme y enojarme, me pregunto, inevitablemente, qué ha pasado en el camino. En qué punto de este mundo polarizado los avances en igualdad entre hombres y mujeres se han paralizado o retrocedido. Me pregunto el por qué hoy muchas mujeres se sienten enfrentadas al sistema y quieren derribarlo y por qué otras consideran que el feminismo es una pantomima.
Me pregunto si la respuesta se hallará en las redes sociales y en esa permanente tara de ensalzar el físico por encima de cualquier atributo intelectual, profesional y humano. Me pregunto si tendrá que ver con las canciones del reggaeton que nos culturizan con bellas canciones en las que el hombre, ese macho inquebrantable, hace lo que le viene en gana con el objeto, la mujer, como si fuera una mascota.
Me pregunto si nos hemos confiado y hay que mantener la alerta con todas esas costumbres adquiridas, el lenguaje sexista, publicitario, con la brecha salarial, con ver a la madre divorciada que tiene una nueva vida como una mala madre y como a un padre que compra pizza a sus hijos como un buen padre. Esa costumbre de decir que ella es una puta y él un triunfador. Esa costumbre de sembrar la duda en las mujeres que sufren violencia, que no tiene que ser física.
Y entonces me doy cuenta de algo: en la generación de nuestras madres, nuestros padres eran aliados silenciosos. Toda una generación que venía de un mundo más autárquico y dictatorial que entendía la humanidad como una fraternidad y el avance del compañero como propio. Los géneros como el ying y el yang, complementos puros. Una mentalidad completamente liberal que compartían las izquierdas, los socialdemócratas y los liberales, incluso muchos conservadores.
Pero este mundo está más individualizado y parece que el problema de ellas, de nuestras compañeras, no es nuestro, que no va con nosotros. Que Atenea ya cumplió su objetivo y no hay nada más que hacer, que ellas cobran tanto como nosotros, que pueden ser directivas o que una madre puede rehacer su vida. Pero lo cierto es que cobran menos, se visibilizan menos y son criticadas.
Lo cierto es que hoy, 8 de marzo, deberíamos ser más los hombres que diéramos un paso al frente y luchar por los derechos de nuestras madres, hermanas, hijas, compañeras, amigas y socias. Y siempre, siempre, siempre viene a mi mente el discurso de Martin Luther King Jr que cambió la historia del hombre:
Porque en aquel verano del 63 en Washington, casi un 30% de hombres y mujeres blancos acompañaba a los afroamericanos en su marcha. Porque el avance de la mujer es nuestro avance. Por eso, el 8 de marzo y otros 364 días al año, debemos unirnos a la causa de Atenea y no volver a consentir que ellas cobren menos, tengan que demostrar más o estén ocultas. Hoy, convirtamos su lucha en nuestra lucha, en pos de la libertad y del humanismo.