Kurt Cobain para 'millennials': cómo se forjó la leyenda

Kurt Cobain para 'millennials': cómo se forjó la leyenda

De ser un niño hiperactivo en una familia desectructurada al máximo exponente del 'grunge'. Se cumplen 25 años de la muerte del líder de Nirvana.

KURT COBAINGETTY

La historia del niño hiperactivo que se convirtió en el principal exponente del grunge y la Generación X ya ha sido contada en numerosas revistas, en documentales y libros. Muchas veces se ha dicho que sin su muerte no habría existido la leyenda. Ya lo predijo él: “No debemos desperdiciar a la persona que somos soñando con la persona que quisiéramos ser”.

Pero quién fue Kurt Cobain (Aberdeen, 1967). De las cientos de fotografías, vídeos y entrevistas que podemos leer de él subyace una idea que subjetiviza la visión del mito que terminó con su propia vida un 5 de abril de 1994. Kurt fue un alma sensible e indefensa que maduró entre el desorden y el descontrol.

En Cobain: Montage of the Heck, el documental en el que Brett Morgen desnudó al líder de la banda Nirvana a partir de documentos personales y la estrecha colaboración de su familia, se ven muchos rostros diferentes de una misma persona. Al Kurt que explosiona en la soledad a través de la pintura. Al cantante que es capaz de bajar de un escenario y zarandear una cámara a pocos centímetros de su rostro, como si quisiera entrar en ella y convertirse en luz; que, incluso, se atreve a desnudarse, a escupir al público y a destruir todo lo que encuentra a su paso ante miles de personas. A un padre locamente enamorado de su hija. Cobain es la viva imagen de la energía y, al mismo tiempo, una mente sumergida en un bucle negro, una simbiosis que, sin más remedio, acaba en llamas.

Antes de quitarse la vida, el cantante de Heart Shaped Box escribió en un nota seis palabras que describen su existencia: “Es mejor quemarse que apagarse lentamente”. Sin embargo, Kurt fue una cerilla que la vida fue consumiendo: su difícil salud o la problemática relación con sus padres fueron dos llamas que ni el oxígeno de la música ni la heroína pudieron apagar antes de que apretara el gatillo con 27 años.

Meses antes, Cobain dijo en una entrevista para la revista Rolling Stone que era un hombre “mucho más feliz de lo que mucha gente piensa” pero hay numerosos detalles de su vida que alimentaron esa creencia. Como sus dos intentos de suicidio.

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Durante gran parte de su vida, sufrió una depresión severa y graves dolores de espaldas originados por una escoliosis que padeció de pequeño y que se incrementaron, según decía, por el peso de la guitarra. Padeció también bronquitis y una dolencia estomacal. Su única medicina autoimpuesta fue la heroína que, entre recaídas y sobredosis, decía que controlaba su dolor.

Pero el dolor le apareció antes de los 18. De pequeño, Kurt era un niño hiperactivo y a la vez infantil, un carácter indomable para sus padres y para los médicos en los que estos buscaron consuelo. La relación terminó en divorcio, la primera chispa de la cerilla: “Mi mundo entero se deshizo súbitamente. Ansiaba desesperadamente tener la familia clásica: una madre y un padre”, confesaría luego.

Es mejor quemarse que apagarse lentamente.
KURT COBAIN

Después de la separación, comenzaron los vaivenes. Por entonces, Kurt era un rebelde que no encontraba su lugar, ni en su familia ni fuera de ella. Pasó por casa de su madre, de su padre y de unos familiares. La indiferencia lo llevó a un intento desesperado por perder la virginidad con una chica del instituto con discapacidad intelectual que le dio la fama de ‘follaretrasadas’. Para alejarse de todo esta situación primero, se acercó a la marihuana. Después, se ató a las vías de un tren. Con la fortuna de que no pasó lo suficientemente cerca.

Su mejor anfetamina llegó a los 14 años de la mano de sus tíos. Una guitarra eléctrica le dio razones para pasar las horas y le descubrió el punk. Una vía de escape en la que intentó andar acompañado. Desde los 15, Kurt formó parte de varias bandas: desde Fecal Matter hasta llegar a Nirvana. Y, de pronto, su voz se convirtió en un catalizador de dolor, de descontento, de la frustración juvenil de una época.

De su primer álbum, Bleach (1989), se vendieron unas 40.000 unidades en Estados Unidos. El tsunami vino después, con la publicación de Nevermind (1991). Con más de 12 millones de copias vendidas, conquistó la cúspide en las listas de Billboard, superando al famoso Dangerous de Michael Jackson y al Use Your Illusion de Guns N’ Roses. Sus aullidos de dolor y su estilo vaquero eran tendencia.

En este ambiente de desenfreno, Kurt se prendió fuego con su tercer y último álbum, In utero (1993). Paradójicamente, este trabajo, publicado solo un año antes de su muerte, iba a llamarse I hate myself and I want to die (Me odio y quiero morir). En una entrevista, Kurt confesó la verdad sobre ese título: no era “nada más que una broma”.

Por entonces, su vida ya se había inclinado al vicio. Ni su relación con Courtney Love, ni el nacimiento de su hija, ni el éxito pudieron tenderle la mano ante el precipicio. Mucho menos su ingreso en una clínica de desintoxicación, de la que acabó escapándose días antes de acabar con su vida.

Muchos en su entorno se creyeron después espectadores en directo de una caída reproducida a cámara lenta que no pudieron frenar. “Se ha ido y se ha unido a ese estúpido club, el de las estrellas que murieron con 27 años. Le dije que no lo hiciera”, dijo su madre horas después de su muerte a Associated Press. “Lo volvería a matar por lo que nos hizo. Yo era su jodido servicio de emergencias. Siempre tenía medicamentos para reanimarle cuando se pasaba con las drogas”, confesó la cantante Courtney Love, que jugó con él a ir de malos por la vida.

Cobain rompió la cerilla de su vida antes de que las llamas terminaran consumiéndola. Aunque 25 años después su luz y su fuego sigan vivos.