24 horas en la ciudad que simboliza la inversión masiva de Putin en el Mundial
Putin se ha gastado 12.000 millones de euros en el Mundial de Rusia, y los habitantes de Samara lo saben.
Samara (Rusia), 9 de la mañana: Valerii saca del armario una de sus 50 camisetas de fútbol.
Dentro de unos minutos, Valerii y su mujer emprenderán el camino al Cosmos Arena de Samara.
En ese estadio de fútbol, Costa Rica va a jugar contra Serbia. En 25 años, Valerii no se ha perdido ni uno de los partidos que ha jugado su equipo en casa. Para él, el Mundial de Rusia es uno de los momentos cumbre de su vida. Como esta ciudad rusa de más de un millón de habitantes prohibió el paso a los extranjeros hasta la caída de la Unión Soviética, ahora acoge al resto del mundo con los brazos abiertos.
Valerii compró entradas para los seis partidos que se jugarán en Samara y para dos más: uno en San Petersburgo y otro en Kazán, a 400 kilómetros.
"El Mundial probablemente nunca volverá aquí. Tengo que saborear cada segundo como si fueran unas vacaciones", comenta.
Estas "vacaciones" cuestan 130.000 rublos (unos 1700 euros), lo que supone una fortuna para la mayoría de los rusos. Sin embargo, Valerii se lo puede permitir. Trabaja como asesor para una empresa de gas natural.
El presidente ruso Vladimir Putin ha llevado el Mundial a Samara para aficionados como él, que se pueden permitir pagar unas entradas de cientos de euros y que, de hecho, lo hacen encantados.
Para eso se ha gastado Putin 12.000 millones de euros, el Mundial más caro de la historia. Nadie sabe la cantidad exacta de ese dinero que ha ido a parar a la relativamente rica ciudad de Samara.
Lo que sí está claro es que los millones se invirtieron en kilómetros y kilómetros de nuevas calles, nuevos hoteles y en la renovación de edificios históricos en el centro... Además de en un estadio con forma de ovni.
Este detalle representa la tradición aeroespacial que hay en la ciudad, en la que llegó a haber diez institutos y cuatro universidades dedicadas a ello durante la era soviética, pero también simboliza, mejor que cualquier otro estadio, la colosal inversión económica en este Mundial.
Y representa algo más: quien visite Samara estos días tendrá la impresión de que el Mundial ha aterrizado en la ciudad como una nave espacial. Más de 1000 kilómetros al este de Moscú, Samara era una "ciudad cerrada" conocida como Kuybyshev entre 1935 y 1991 en honor del líder bolchevique Valerian Kuybyshev. Asimismo fue designada como capital alternativa de la Unión Soviética si Moscú caía durante la II Guerra Mundial.
Ahora, cientos de miles de aficionados que nunca han estado ahí antes y probablemente nunca regresarán están peregrinando a la ciudad del río Volga.
La pregunta es obligatoria: ¿Cómo viven los ciudadanos esta situación excepcional y qué les quedará en la ciudad cuando despegue la nave espacial que es el Mundial?
Para responder a esta pregunta, la edición alemana del HuffPost ha pasado el día con varios habitantes de Samara:
— Con Valerii, un fanático del fútbol.
— Con Mikhail Matveyev, un político de la oposición que lleva años luchando contra la ubicación del nuevo estadio de Samara.
— Con Natalia, que lleva tres años preparándose para ejercer de voluntaria en el Mundial.
— Con Vitalii, dueño de un bar que atiende a multitud de aficionados a diario, pero no puede permitirse una entrada para sí mismo.
-Con Sergei, que dirige el museo de fútbol de la ciudad.
Samara cuenta con una importante tradición futbolística que se remonta más de un siglo atrás. Por eso fundó Sergei el único museo de fútbol de la ciudad, en el que guía a los visitantes durante el Mundial.
Se podría pensar que para Sergei el Mundial es una celebración, como para Valerii, pero Sergei, que también trabaja para la radio independiente Echo Moscow, confiesa: "El Mundial me parte el corazón en dos pedazos".
Hace un recorrido por la historia y se remonta a la época en la que "los internados en gulags, los agentes secretos, los políticos y la gente corriente" todavía se sentaban hombro con hombro en el estadio de Samara y animaban a su equipo.
"El fútbol siempre fue más que fútbol aquí; era un oasis de libertad", asegura.
El platillo volante, que en teoría debería sobrecoger y cautivar a fans como Sergei, en realidad le resulta ajeno, ya que representa todo lo que no le gusta del circo en el que se ha convertido el fútbol moderno. Para empezar, el elevado precio de las entradas, pero también las medidas de seguridad.
Las autoridades quieren garantizar la seguridad de los aficionados, pero, según opina Sergei, "dividen a la gente, pese a que el fútbol debería unirla". Sergei es el historiador más importante de Samara, pero no asistirá a ningún partido de su propio Mundial.
Mediodía, cuatro horas antes del inicio, en la parte norte de la ciudad.
Mientras los aficionados se dirigen al estadio en la anticuada red de tranvías y autobuses, aparece Natalia. Hace una semana, en la Universidad de Samara, entregó su Trabajo de Fin de Máster de Educación para poder dar clases de inglés y alemán. Ahora está sacando el equipaje de la selección de Serbia para meterlo en el estadio.
Natalia representa a los 2600 voluntarios que se dan cita solamente en Samara para el Mundial. Solicitó una plaza hace tres años, superó dos entrevistas y realizó varios talleres para aprender español y para aprender a lidiar con aficionados ebrios.
Va a trabajar a jornada completa durante un mes y no le van a pagar ni un céntimo. Su recompensa es la sensación de "formar parte de algo tan colosal".
¿Qué quedará en Samara tras el Mundial? "Espero que vengan más turistas", dice.
Natalia se marcha. Pronto tiene que recibir en las entrañas del platillo volante a los invitados VIP de Costa Rica para dirigirles a sus cabinas y mostrarles a los jugadores el camino a los vestuarios.
Se acerca el inicio en el Cosmos Arena.
Entretanto, Mikhail Matveyev se sienta en las primeras filas y espera el inicio, que se producirá a las 16 horas. Forma parte del Partido Comunista y es el único representante de la oposición en el parlamento regional.
Sus compañeros del parlamento se encuentran sentados a su lado. Y empresarios locales. Y una familia oligárquica de Samara. Justo en el medio está Mikhail, vestido con cazadora y pantalones vaqueros.
En realidad, quería ausentarse de la ciudad durante el Mundial, pero su plan quedó en agua de borrajas cuando el gobernador le dio una entrada. Ahora se sienta por primera vez en un estadio cuya historia está muy unida a la suya personal.
Mikhail estuvo en el epicentro de la discusión sobre la ubicación y la construcción del nuevo estadio de Samara. La lucha se prolongó durante años, pero mereció la pena y terminó con la construcción en 2014. Posteriormente se desató un escándalo sin precedentes por la política de su construcción, que aún enfurece a Mikhail a día de hoy.
El propio Putin consideró que era un problema debido al gran incremento de los costes y despidió al gobernador por concederle el contrato de obra a sus amigos.
Ahora, el estadio con forma de ovni se erige tras una zona forestal al borde de la ciudad y cuenta con aforo para 45.000 aficionados, muchos de los cuales vienen de muy, muy lejos.
"La mayoría de la gente de aquí nunca había visto extranjeros", indica Mikhail. Samara, como se ha dicho antes, era una ciudad prohibida para los extranjeros de Occidente durante la era soviética debido a su importancia militar. Sin embargo, tras la caída del Telón de Acero, los turistas tenían pocas razones para visitar la ciudad. Ahora, los habitantes de Samara no dejan de cruzarse con ellos.
Por ello, los habitantes de Samara publican en sus redes sociales selfis con turistas del Mundial. Sin embargo, la invasión de camisetas rojas y camisetas rojas y azules que llevaban los aficionados antes del primer partido no era más que el principio. A finales de junio, se espera que lleguen 20.000 aficionados colombianos para ver un partido de su selección. Una pequeña invasión.
Mikhail se pregunta qué quedará de todo esto una vez que termine el Mundial. Los edificios residenciales que hay a las afueras de la ciudad siguen pareciendo un despilfarro, como se intuía el año pasado. Además, "las esperanzas de que aumentara el empleo y mejorara la economía tampoco se han cumplido", se lamenta Mikhail.
10 de la noche. Serbia gana 1-0 a Costa Rica.
Vitalii, de 25 años, sirve cervezas en el pub Turbaza Veterok mientras Brasil juega contra Suiza en una pantalla grande.
Una cerveza cuesta 150 rublos (unos dos euros), lo cual es más barato que en cualquier otro bar del centro. La cerveza barata atrae a los turistas, que "están bastante más dispuestos a gastar dinero", señala Vitalii.
Desde que comenzó el Mundial, ha recibido el doble de propinas. "Además, el ambiente es mejor", confiesa. Antes, los clientes se peleaban a menudo. "Por ahora, eso se ha acabado. La gente de aquí está más simpática y siente más curiosidad por ver quién está a su lado tomándose una cerveza".
¿Perdurará este nuevo buen ambiente tras el Mundial?
"Me encantaría, pero al final, las cosas seguirán igual. La gente seguirá perdiendo el control", se lamenta.
A las 4 de la madrugada, Vitalii cerrará su pub y conducirá hasta casa. Mañana, más de lo mismo. Pero no solo para él, sino también para Natalia, Valerii, Mikhail y Sergei. Cinco personas que representan esta situación excepcional que vive Samara.
Todo terminará dentro de menos de un mes, el 15 de julio, tras la final de Moscú, cuando ese ovni que es el Mundial despegará y emprenderá el rumbo a Catar 2022.
Este artículo fue publicado originalmente en el 'HuffPost' Alemania, apareció editado posteriormente en el 'HuffPost' Reino Unido y ha sido traducido del inglés por Daniel Templeman Sauco.