150 años de batalla contra el cáncer de próstata
En muchas ocasiones cuando nos encontramos en situaciones de relativa estabilidad o tranquilidad olvidamos lo que ha costado conseguirla. Cada 11 de Junio se celebra el día Mundial del Cáncer de Próstata, un tipo de tumores que gran parte de la sociedad percibe como relativamente inocuo y de menor gravedad que otros. No es raro, al fin y al cabo las tasas de supervivencia son muy altas, y existen tratamientos muy eficaces para la mayoría de pacientes. Pero las cosas no han sido siempre así.
Los tratamientos actuales de este tipo de tumores son un paradigma de investigación constante y de colaboración entre diferentes disciplinas. Es interesante echar un poco la vista atrás y ver cómo gracias a los avances en ciencia y medicina, en poco más de 150 años este cáncer ha pasado de no diagnosticarse siquiera a tratarse eficazmente.
Pese a que estamos hablando de los tumores más frecuentes en varones, este órgano no se describió anatómicamente hasta el siglo XVI. De hecho, no fue hasta 1853 cuando se publicó por primera vez un caso de cáncer de próstata. Se habló de un tipo de patología rara y poco habitual, lo cual hoy en día puede sorprender un poco. Sin embargo, hay que tener en cuenta de que por aquel entonces estos tumores no se conseguían distinguir de otras obstrucciones urinarias. Además, se trata de una enfermedad asociada normalmente a edades avanzadas, y en aquel entonces la media de edad de la población era mucho más baja.
Los primeros tratamientos para estos pacientes, al igual que los que padecían otros tipos de obstrucciones urinarias, consistía en una complicada cirugía. El problema principal es que la próstata está localizada en una zona poco accesible, rodeada además de gran cantidad de nervios y vasos sanguíneos. Por esta razón, durante décadas se probaron un gran número de aproximaciones quirúrgicas, intentando operar desde diferentes puntos para reducir al máximo la pérdida de sangre e intentar prevenir la impotencia e incontinencia al dañar los nervios.
Todas estas estrategias dieron sus frutos en los años 80, cuando Patrick Walsh, del Hospital John Hopkins de Baltimore, estableció una serie de técnicas innovadoras que minimizaban el daño a los nervios y los efectos secundarios. Walsh había sentado las bases de los tratamientos modernos del cáncer de próstata mediante cirugía. Hoy en día las técnicas de laparoscopia, la robotización y las herramientas modernas de imagen hacen que este tipo de operaciones, a pesar de las dificultades que presentaban hace años, sean mucho menos invasivas, más precisas y mucho más seguras.
La evolución del mundo de la física también ha contribuido de manera decisiva al tratamiento de estas enfermedades. Estamos hablando, por supuesto, de la radiación aplicada a la medicina, la radioterapia. Los primeros tratamientos de tumores mediante radiación se realizaron en 1904, tan sólo 8 años después de que Wilhem Röntgen produjese y describiese los Rayos X.
En 1908 Ernst-Louis Desnos y Henri Miret empezaron a tratar patologías de próstata y uretra introduciendo catéteres con radio, y tras la publicación de la teoría de la radioactividad por Marie Curie en 1912, la radioterapia pronto se convirtió en una práctica clínica habitual. Eso sí, en sus inicios tenía grandes efectos secundarios, puesto que consistía en aplicar radio adyacente a la próstata. La alternativa eran los rayos X, pero no conseguían penetrar lo suficiente como para tratar este órgano, y un tratamiento intenso podía producir quemaduras en la piel. Se necesitaba conseguir que la radioterapia pudiese localizarse en un punto, con alta energía, que pudiese penetrar en tejidos profundos, y fuese lo más segura posible.
Sólo tras largos años de investigación en física de partículas, experimentación con diferentes isótopos, y mejoras en los instrumentos, en la década de 1970 aparecieron los primeros aceleradores de partículas lineales, que revolucionaron los tratamientos radioterápicos. En la actualidad este tipo de terapias son muchísimo más refinadas y, gracias a los avances en los instrumentos y técnicas de imagen, permiten un grado de precisión y seguridad altísimos.
Hoy en día las terapias hormonales para tratar el cáncer de próstata son muy efectivas, y se utilizan de manera habitual. Sin embargo, los conocimientos que han derivado en esta práctica clínica son el fruto del trabajo de casi 200 años. Su fundamento teórico consiste en que las células del cáncer de próstata suelen necesitar hormonas masculinas para sobrevivir y multiplicarse. Por lo tanto, bloqueando la función de estas hormonas se puede combatir eficazmente a estos tumores. John Hunter fue el pionero que durante el siglo XVIII relacionó la función de los testículos con el crecimiento de la próstata.
Siguiendo con estas observaciones, a finales del siglo XIX se realizaban operaciones de castración o vasectomía para tratar diversas formas de obstrucción urinaria, aunque estas cirugías no siempre resultaban en un éxito. Los pilares fundamentales del conocimiento de los aspectos endocrinos del cáncer de próstata aún tardarían en llegar, y no se sentaron hasta 1941. Ese año Charles Huggins y Clarence V. Hodges demostraron la relación entre las hormonas y el cáncer de próstata, y propusieron utilizar estrógenos para contrarrestar los andrógenos masculinos en estos pacientes. Gracias a sus avances lograron el premio Nobel en 1966. Desde entonces se han ido desarrollando fármacos cada vez más seguros y precisos que permiten un tratamiento eficaz del cáncer de próstata reduciendo al máximo los efectos secundarios.