11 verdades universales sobre tener un ávido lector en casa
Se comerán una pared, pero no soltarán el libro mientras caminan
Como la mayoría de escritores que conozco, de pequeña era una poco friki (y estaba obsesionada con la lectura). Hasta el punto de que en el colegio escondía el libro que estaba leyendo dentro del libro de texto para poder leer a escondidas en clase. Sí, habéis leído bien: ponía un libro dentro de otro libro.
Esa soy yo, ahí, en la esquina, con la cara totalmente oculta tras un libro.
De momento, mi hijo es muy guapo, popular y atlético, lo que significa que no tiene NADA que ver conmigo. Y vale, le gusta leer, pero no creo que sea el tipo de chico que se lleva 20 libros de la biblioteca de una vez (como yo hacía).
Así que he buscado entre mis propios recuerdos y me he puesto en contacto con otros niños amantes de la lectura para compilar una lista de lo que puedes esperarte si resulta que te toca a un hijo así. Ah, también pregunté a mi madre. Ahí va:
1. Puede que prefieran quedarse en casa leyendo antes que salir a jugar
Me pasé tantos recreos apoyada contra la pared leyendo un libro que mis profesores llegaron a obligarme a jugar en vez de leer en el patio de recreo. No es que fuera antisocial (de hecho, tenía amigos), pero quería usar mi tiempo libre para hacer lo que más me gustaba en el mundo: leer un libro.
Claire Beau cuenta a la edición estadounidense de The Huffington Post: "Cuando era pequeña nos mudamos muchas veces y yo me pasaba los recreos leyendo sola... si otros niños intentaban hablar conmigo yo me escondía literalmente detrás del libro. Las habilidades sociales no eran lo mío. Mi atlética hermana, que era muy de salir, se enfadaba conmigo porque no quería jugar con ella".
2. Las ferias de libros están entre los acontecimientos más importantes de su vida
La mejor época del año era cuando se celebraba la feria del libro en el colegio. Yo siempre iba con mi libreta señalando las cosas que luego pediría a mis padres. Y cuando esos libros llegaban finalmente a mis manos... ¡ay!, era casi tan bueno como hacer las compras de material escolar.
3. Puede que se tropiecen con cosas mientras van leyendo
Leer y andar: esa es la verdadera marca de un ratón de biblioteca. Puedes reconocer a un claro amante de los libros si tiene magulladuras en las piernas por ir chocándose con cosas cuando está leyendo. Sydney Ray Levin cuenta al HuffPost: "Solía ir leyendo mientras paseaba al perro. Los vecinos llamaban a mi madre preocupados, a lo que ella respondía: '¿Por qué? ¿Era un mal libro?".
4. Puede que su sentido de la orientación sufra
Cuando empecé a conducir, a los 16 años, me di cuenta de que no tenía ni idea de cómo ir a los sitios, porque me había pasado la vida con la nariz pegada a un libro cada vez que iba montada en un coche. Nunca miré por la ventana ni presté atención a dónde estaba yendo.
5. Tantas y tantas bolsas rotas
Recuerdo perfectamente las bolsas de plástico con un cordón que se vendían en el mostrador principal de mi biblioteca para llevar los libros. Había varios diseños, por si necesitabas cambiar de bolsa frecuentemente, como a mí me pasaba, ya que siempre las rompía con el peso de aproximadamente UN MILLÓN de libros.
"Me acuerdo de llevar en la mochila tantos libros de mi preciada biblioteca que la mochila se rompió. Dos veces", cuenta Louise Hung al HuffPost.
6. A veces se sienten aislados
Cuando lees mucho, aprendes muchas cosas que otros niños de tu edad probablemente no sepan. Es posible que los niños amantes de la lectura tengan un nivel diferente al de sus compañeros de clase.
Lesley Kinzel explica a The Huffington Post: "Cuando estaba en tercero, incluso superaba a los de quinto en lectura, así que los profesores me mandaban a la biblioteca para leer lo que quisiera mientras los otros niños hacían ejercicios tontos de comprensión en el cuadernillo. Me acuerdo de que hubo bastante debate sobre si eso me estaba 'aislando', y de que yo pensaba para mí: 'No, no, que yo estoy tan contenta. ¡Dejadme todo el día en la biblioteca!".
7. Puede que no les importe estar solos
"Como ratón de biblioteca, me sentía muy cómoda sola y con mis pensamientos durante mucho tiempo. En cierto modo, esto resultaba problemático para algunas personas. También buscaba lugares silenciosos donde esconderme para poder leer en paz", reconoce Louise Hung.
La soledad suele ser algo normal para los niños que adoran la lectura, porque en realidad nunca están solos: están acompañados por los personajes e historias de sus libros favoritos.
8. Sus resultados académicos salen beneficiados
Siempre fui buena en los exámenes y sé que mi voracidad lectora contribuyó a mi capacidad para bordar las partes de vocabulario, comprensión lectora y redacción.
Como relata Allan Mott a The Huffington Post, "en cierto modo tienes que acostumbrarte a otros niños que no saben algo que tú consideras de dominio público. Como cuando estás estudiando Historia en clase y ya sabes quiénes fueron del Eje y de los Aliados durante la Segunda Guerra Mundial. Sí, ya te suena algo de la Segunda Guerra Mundial".
9. Las cosas prácticas quedan en segundo plano, por detrás de las fantasiosas
Aunque no estuviera físicamente leyendo, mi cabeza siempre estaba pensando en el libro que tenía (metafóricamente) entre manos. Por eso me costaba un pelín concentrarme en realidades del día a día, como por ejemplo acordarme de coger la mochila. Siempre estaba deseando volver a mi historia en vez de centrarme en lo que tenía en frente.
10. Quizás les cueste convencer a la gente de que realmente están leyendo ese libro
Sí, sí, profesora, estoy leyendo Mujercitas, no sólo lo traigo para presumir.
11. Los puedes pillar leyendo a horas muy extrañas
Además de leer en clase, todo niño lector conoce el truco de la linterna bajo las sábanas. Audacia Ray cuenta a The Huffington Post: "De niña siempre estaba cansada en clase, porque me quedaba despierta hasta tarde leyendo. De hecho, una vez quemé la colcha con una linterna por estar leyendo debajo de las sábanas".
¿A tus hijos les encanta la lectura? ¿Y a ti con su edad? ¿Qué otras experiencias comunes compartís?
Este artículo fue publicado originalmente en la edición estadounidense de 'The Huffington Post' y ha sido traducido del inglés por Marina Velasco Serrano