Claves de la guerra en Siria para los que no sepan que hay guerra en Siria
Igual eras muy chaval o has perdido el hilo tras tanto tiempo, así que aquí van las claves del conflicto más grave del mundo actual, aún sin visos de resolverse pronto.
Siria lleva diez años en guerra, pero el dolor, la devastación, el éxodo y el fanatismo que ha dejado en este tiempo -y que aún perdura, y perdurará- ha desaparecido de los titulares. Este conflicto enquistado, el más grave de cuantos afronta el mundo actual junto a los de Yemen y Sudán del Sur, concentró la atención del mundo hasta que, bueno, aparecieron otros problemas domésticos, otras prioridades. Y así seguimos hoy, ante un fracaso escandaloso del derecho internacional, las declaraciones de derechos humanos y la diplomacia.
Toda una década en la que, a lo mejor, ya has perdido el hilo de lo que pasa o no has sabido por dónde empezar a entenderlo -si es que eres un jovenzuelo-. Por eso te recordamos aquí las claves de esta tragedia inconmensurable.
¿Cómo estaban las cosas antes de la guerra?
Años antes de que el conflicto comenzara -un momento que se establece en el 15 de marzo de 2021-, muchos sirios ya se quejaban de un alto desempleo en el país, de la extensa corrupción, de la falta de libertades políticas, de la censura y de la represión del Gobierno, mejor llamado régimen, del presidente Bachar al Assad. Este oftalmólogo, que sucedió a su padre Hafez en 2000 de forma inesperada -su hermano mayor, Basel, el heredero de la saga, había muerto seis años antes en un accidente de tráfico-, no estaba siendo el reformisma templazo que había engatusado a los líderes mundiales (España incluida).
Así llegamos a marzo de hace diez años, cuando un grupo de adolescentes pintaron consignas revolucionarias en un muro escolar en la ciudad sureña de Deraa, al calor de las llamadas primaveras árabes, los movimientos de libertad, democracia y derechos que estaban ya cuajando en la región. Los chicos fueron arrestados y torturados por las fuerzas de seguridad. Su caso provocó de inmediato, en una sociedad muy harta, protestas prodemocráticas, concentraciones masivas. La chispa saltó a Damasco, la capital, y a Alepo, el corazón económico, ese día 15 de marzo. De ahí, a medio país.
Si entusiasmo y valentía había en las calles, los sirios encontraron enfrente, en igual proporción, la violencia de las fuerzas de seguridad. Cayeron los primeros muertos, centenares de arrestados. El levantamiento no se paró, sino que esa represión fue gasolina para las protestas. Y Assad mandó “sofocarlas” con más mano dura. Para julio, muchos ciudadanos habían decidido que había que empuñar las armas contra el presidente.
¿Cómo estalló la guerra civil?
Más se extendía el levantamiento de oposición, más se intensificaba la represión de Assad. Los simpatizantes de la oposición comenzaron a armarse, primero para defenderse y después para expulsar a las fuerzas de seguridad de sus regiones. El presidente prometió “aplastar” lo que llamó “terrorismo apoyado por el exterior” y restaurar el control del Estado.
Lo cierto es que la violencia se extendió rápidamente en el país. Se formaron cientos de brigadas rebeldes bajo diversas siglas pero con el mismo objetivo: para combatir a las fuerzas del régimen y lograr el control de ciudades y poblados, forzando así su marcha y la democratización de Siria.
En 2012, los enfrentamientos llegaron hasta Damasco y Alepo. Iba en serio. Ya sí se podía hablar de guerra civil, la batalla entre los pro Assad y los anti Assad. A la pelea cívica comenzaron a sumarse, también, choques sectarios, ue enfrentaban a la mayoría sunita del país contra los chiitas alauitas, la rama musulmana minoritaria a la que pertenece el presidente.
¿Cuáles son los bandos?
La rebelión armada de oposición ha ido evolucionado significativamente desde el comienzo de la guerra. Lo que se conoce como “la oposición” o “la disidencia” -esto es, quienes desean la destitución del presidente al Asad- está formada por numerosos grupos armados y no armados, integrados por diversos tipos de sirios. Incluyen tanto a combatientes rebeldes moderados y seglares (como es el caso del Ejército Libre Sirio, ELS, la Unidad de Protección Popular de los kurdos o el Consejo Nacional Sirio, basado en Estambul), así como grupos yihadistas.
Entre estos últimos han figurado durante años tanto el autodenominado Estado Islámico (EI, ISIS o Daesh) como el Frente al Nusra, un grupo que en sus comienzos estaba afiliado a Al Qaeda y que luego se fusionó con otros islamistas.
La pelea de los grupos armados contra Assad se convirtió en guerra abierta e internacional con la llegada de armas por parte de países como Estados Unidos, Turquía y algunos países del Golfo, mientras Rusia e Irán apoyaban a Assad. Por poder y geoestrategia, la dimensión del conflicto cambió.
En el conflicto también participan los grupos kurdos basados en el norte de Siria, que están buscando el establecimiento de áreas bajo su control en esa parte del país, además de fuerzas de otros países.
Mientras, el ISIS acabó creando una guerra dentro de una guerra, enfrentándose tanto ala oposición moderada como a otros grupos islamistas así como a las fuerzas del Gobierno. Querían su famoso califato, una tierra donde mandar e imponer su extrema interpretación del Islam.
¿Cómo ha intervenido el mundo en la guerra?
Aunque EEUU ha apoyado a algunos grupos rebeldes con armamento, formación y equipos, ese acercamiento se ha visto limitado por el temor a que las armas terminen en manos de los grupos yihadistas. A partir de 2014, junto con Reino Unido, Francia, y otros seis países, lo que hicieron fueron dirigieron incursiones aéreas contra Daesh en Siria, evitando atacar a las fuerzas del gobierno sirio. No alteraban, así, el fluir de la guerra, y eso que el entonces presidente, Barack Obama, no se cansaba de repetir al inicio que la salida de Assad del poder era una condición indispensable para la paz.
Para su sucesor, Donald Trump, Siria nunca ha sido una prioridad y lo mismo ocurre con el actual presidente, Joe Biden, quien, sin embargo, ya se ha estrenado bombardeando intereses de Hezbolá en suelo sirio, uno de tantos lanzados por EEUU desde 2017, siempre “quirúrgicos” y como represalia a matanzas como las efectuadas con armas químicas o en beneficio de Israel, que es otra de las patas regionales de esta guerra.
Nada que ver con la intervención de Rusia, metida hasta las rodillas en el conflicto y a quien muchos analistas responsabilizan de haber cambiado el curso de la guerra en favor de al Assad cuando estaba al límite. La supervivencia del mandatario sirio es vista por el Kremlin como crucial para mantener los intereses de Moscú en ese país y en la región. Por eso, desde 2015, lanzó una campaña aérea sostenida para “estabilizar” al Gobierno sirio tras, una serie de derrotas infligidas por la oposición. El apoyo militar ruso fue clave para que el gobierno de Al Assad pasara a la ofensiva y recuperara buena parte del territorio que había perdido, que ahora se calcula en más del 70% del territorio. Así luce el presidente en su Instagram en estos años, satisfecho.
Irán, que es chiita, es otro aliado cercano del régimen. Siria es el principal punto de tránsito de armamentos que Teherán envía al movimiento chiita Hezbolá en Líbano, que también ha enviado a miles de combatientes para apoyar a las fuerzas sirias. Se cree que Teherán ha gastado miles de millones de dólares al año para fortalecer a las fuerzas del gobierno sirio, ofreciendo asesores militares, armas, crédito y petróleo. Y para amortiguar ese poder iraní, Arabia Saudí se metió también en el avispero, enviando ayuda militar y financiera importante a los rebeldes, incluidos los grupos con ideologías islamistas.
Turquía también ha apoyado a algunos de estos grupos, aunque ha llegado a lanzar su propia ofensiva contra las fuerzas kurdas, a quienes acusa de simpatizar con su enemigo, el proscrito Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK). Y en el sureste del país, Israel, que sigue ocupando los Altos del Golán sirios, ha chocado con fuerzas apoyadas por Teherán y Damasco, en una prueba más de que el conflicto se ha convertido en una “guerra subsidiaria” entre rivales regionales.
¿Por qué dura ya una década?
Un factor clave es sido la intervención de las potencias regionales y mundiales. Su apoyo militar, financiero y político para el Gobierno o la oposición ha contribuido directamente a la intensificación y continuación de los enfrentamientos y ha convertido a Siria en un campo de batalla de una guerra subsidiaria. Otros intereses que no son los de los sirios.
También se ha acusado a las potencias regionales de fomentar el sectarismo en lo que era un Estado ampliamente secular y donde la convivencia religiosa era notable. Las divisiones entre la mayoría sunita y los chiitas alauitas han provocado que ambas partes cometan atrocidades que no sólo han causado una enorme pérdida de vidas sino han destruido comunidades, fortalecido posiciones y reducido las esperanzas de lograr una solución política.
La escalada de los grupos yihadistas, como ISIS (que aprovechándose de la situación en el país tomó el control de enormes franjas de territorio en el norte y este de Siria y en Irak) añadió otra dimensión al conflicto. Hoy, el grupo se está reconstruyendo en Irak, según las inteligencias norteamericana y francesa, y aún sigue viva su huella ideológica en seguidores en Europa, listos para atentar.
Y a ello se suma el desinterés y la incapacidad de la comunidad internacional para frenar la guerra. Assad (y también algún grupo disidente y, por supuesto, el Daesh) debería haber sido procesado por crímenes de guerra y de lesa humanidad. La Corte Penal Internacional ha visto frenados los intentos de investigar lo ocurrido en estos años y en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas es sonrojante cómo EEUU y Rusia han usado sus derechos de veto para impedir que prospere alguna condena o sanción. Sólo han cuajado tímidas investigaciones contra miembros de la seguridad de Assad en Francia y Alemania. En este último país, aplicando la justicia internacional, se acaba de producir la primera condena por torturas.
Hay numerosos ejemplos de las malas artes de Assad, desde el uso reiterado de armas químicas, agentes nerviosos y gases paralizantes contra civiles inocentes al ataque a centros sanitarios y educativos. La ONU ha detectado hasta 40 ataques con agentes prohibidos tras el primero conocido, el de Gouta, en 2013. Dijo Obama que eso era una “línea roja” que, si se pasaba, tendría consecuencias, pero las palabras quedaron en nada y ni sus sucesivos enviados especiales a la zona han puesto en pie algo concreto que cambie el devenir del conflicto.
Se han impulsado conversaciones de paz (Ginebra I, Ginebra II) que no han llevado a nada, se rompía la baraja antes de empezar con las reuniones formales, y si se pactaban treguas puntuales se incumplían al punto.
¿Cuál ha sido el impacto de esta guerra?
El enviado especial de la ONU para el conflicto de Siria, Staffan de Mistura, dijo en abril de 2016 que se estimaba que la cifra de muertos estaba en torno a los 400.000. El Observatorio Sirio de Derechos Humanos, un grupo que examina lo que ocurre basado en Londres, llega el medio millón. Los organismos que dibujan un escenario menos dramático hablan de no menos de 117.000.
Es imposible saber a ciencia cierta cuántas decenas de miles de sirios han muerto en las cárceles del régimen, porque es sistemática la desaparición de quien acaba detenido por ir contra Assad. Especialmente duros fueron los primeros años, con la ebullición social en las calles. También incontables son los casos de torturados y agredidos sexualmente que han vivido para contarlo.
La guerra ha provocado el mayor éxodo de civiles desde la Segunda Guerra Mundial. La ONU calcula que la mitad de los 22 millones de habitantes que tenía Siria en 2011 han tenido que abandonar sus casas y más de 6,6 millones de ellos se han desplazado al exterior, a los países cercanos como Líbano, Turquía, Jordania, Irak o Egipto. En Europa recordamos el verano de la crisis de los refugiados, en 2015, pero aquello sirvió para afianzar políticas conservadoras (y hasta ultraderechistas) sobre el asilo y el control de fronteras.
La principal partida humanitaria de Naciones Unidas será en este 2021 para Siria y sus comunidades de refugiados de ese país en Oriente Medio, hacen falta 10.000 millones de dólares para asistir a 20,6 millones de afectados por este conflicto.
Casi 12 millones de personas necesitan de la ayuda humanitaria para sobrevivir, cerca de 70% de la población no tiene acceso a agua potable, una de cada tres personas no puede satisfacer sus necesidades alimentarias básicas, más de dos millones de niños no van al colegio y una de cada cinco personas vive en la pobreza. Siria nos ha dado escenas como las colas del hambre en Yarmouk, donde los palestinos refugiados en el campo ingerían carne de gato o hierbas no comestibles.
Después de destrozar ciudades como Alepo con su aviación, aún hoy se mantiene el cerco en zonas como Idlib, donde se resguarda hoy la mayor parte de los rebeldes y donde la crisis humanitaria es límite. Y la reconstrucción de las zonas atacadas no va tan rápido como se esperaba, encargada sobre todo a contratas rusas.
Así tenemos zonas con guerra abierta, otras destrozadas por estos diez años, una población mermada por la muerte y el exilio, una economía incapaz de remontar en estas circunstancias -sumemos ahora el coronavirus, que ha llegado hasta al presidente y su esposa, Asma-, niños sin educación desde hace una década, un pueblo sin esperanza. Y un gobernante que, si temió caer, hoy vuelve a estar asentado. Ya ningún gobierno pone la salida de Assad como una condición para negociar. Le queda aguantar hasta ver claudicar a sus enemigos, con ayuda de sus socios, y seguir poniendo la bota en el cuello a sus ciudadanos. Como antes, pero destrozados por una guerra eterna.