Me ganaba la vida como trabajadora sexual. Luego empecé a cuestionarme mi género
A medida que me hago mayor, la idea de fingir ser otra persona que no soy para ganarme el pan me desagrada más y más.
Nunca he encajado en una categoría. Antes me definía como bisexual, poliamorosa, discapacitada y trabajadora del sexo. Hace poco salí del armario también como persona no binaria, tras darme cuenta de que los sentimientos negativos que había tenido hacia mi cuerpo eran síntomas de disforia de género.
Durante la mayor parte de mi vida he sido una persona delgada, lo que encaja con el estilo andrógino que expresaba de forma inconsciente. Conforme me acercaba a los 30 años, empecé a ganar peso, y desde hace dos años mis nuevas curvas me han provocado una incomodidad increíble con mi cuerpo. Ya no sabía qué ponerme para disimular mis grandes pechos.
Cuando estaba sin ropa me parecían dos objetos extraños de los que tenía que deshacerme, no una parte que me gustara de mi cuerpo. En cambio, como trabajadora del sexo, me resultaba fácil utilizar mis pechos como parte de un uniforme que los hombres encontraban atractivo. Los cubría con lencería igual que las demás trabajadoras del sexo que veía.
Llevaba años utilizando mi feminidad como reclamo para mis clientes. Antes de eso, la había utilizado para atraer a mis parejas.
De niña y adolescente, era una marimacho que intentaba jugar al fútbol con los chicos, pero ellos se negaban a jugar conmigo. Cuando la sociedad me presionó para que me vistiera y me comportara “como una mujer”, lo hice. Cada vez que tenía una cita con un hombre o conocía a la madre de mi pareja, me ponía un vestido y hablaba en un tono más agudo.
Son estereotipos, por supuesto. No tienes que hacer nada para ser una mujer. Supongo que desde muy joven ya me sentía diferente y para sobrevivir me convencí de que no debía llamar la atención.
Sin embargo, no poder ser uno mismo pasa factura. Poco a poco, a lo largo de los años, he ido probando cosas que me hacían sentirme más yo. En todas mis relaciones, he tomado prestadas las camisetas de mis novios. Con mi último novio, empecé a tomar prestados también sus calzoncillos. Él me decía que le gustaba más cómo me quedaba la ropa interior de mujeres y que tal vez yo era trans o no binaria. Aunque acabó teniendo razón, es una experiencia que demuestra lo sexista que es nuestra sociedad cuando una mujer no puede ni siquiera llevar ropa interior cómoda sin que cuestionen su decisión.
Cuando me di cuenta de que era una persona no binaria, estábamos todos aislados en casa por la pandemia. Me tomé un descanso del trabajo sexual, mantenía una relación a distancia y estaba empezando a cuestionarme todo lo que había hecho en mi vida bajo una lente masculina.
¿Cómo quería expresar mi género ahora que estaba en la intimidad de mi habitación? Dejé de maquillarme y empecé a comprar ropa en la sección de hombres. Y entonces me enfadé por haber pasado toda la vida sin haber disfrutado de los bolsillos que tiene la ropa para hombres.
Veía a hombres como Machine Gun Kelly en YouTube y sentía envidia de género; deseaba poder verme y comportarme como él.
Cuando llegó el momento de vacunarme y de preparar mi vuelta al trabajo sexual, empecé a tener miedo. Ahora era una persona diferente. No podía volver a los vestidos, los tacones y la lencería.
Cuando me reuní con mi pareja, me costaba practicar sexo con él. No era porque ya no me sintiera atraída, era que ya no sabía practicar sexo fingiendo mi feminidad. No quería fingir feminidad para nadie, nunca más, aunque eso implicara dejar el trabajo sexual y caer en bancarrota.
Recientemente me he tomado un tiempo para explorar mi género. Me dejé el pelo corto e inmediatamente sentí que podía volver a respirar. Fui a una peluquería unisex y pedí específicamente un “corte de pelo para hombres”. Cuando fui al baño y me miré en el espejo, por fin entendí lo que era la euforia de género.
Ese mismo día me compré jerséis anchos para ocultar mis pechos y pantalones de chándal de hombre para ocultar mis caderas. Dejé de depilarme las piernas por primera vez desde que era niña y, para mi sorpresa, me encanta. Todos los días, cuando me visto y me paso las manos por el vello, suelto un suspiro de alivio porque por fin me estoy convirtiendo en la persona que ya sabía que era desde niña.
La autenticidad es lo más importante. A medida que me hago mayor, la idea de fingir ser otra persona que no soy para ganarme el pan me desagrada más y más. Sé que hay muchas personas trans y no binarias que no pueden salir del armario, así que es un privilegio poder ser como de verdad eres, sobre todo si no encajas en las clasificaciones binarias tradicionales.
A comienzos de este año, me daba pavor ponerme gorra por si los demás pensaban que estaba siendo muy masculina. Aunque suena irracional, ese es el miedo que tenía de ser como realmente soy. Ahora, estoy en pleno proceso de descubrimiento personal, experimentando con mi aspecto físico y buscando algún psicólogo especializado en identidad de género.
Aunque ya no hago ningún trabajo sexual, sigo utilizando mi cuenta de Twitter de entonces para explorar mi identidad. Incluso me he cambiado el nombre de perfil: Forrest.
De vez en cuando, cuando paso el rato en Twitter, me topo con trabajadores sexuales no binarios y trans cuya existencia antes ignoraba. Me hice trabajadora del sexo porque era mi mejor baza con la discapacidad que tengo. Me gustaba sentirme atractiva pese a mi discapacidad. Fue un alivio ver que si algún día decidía retomar el trabajo sexual, seguiría habiendo demanda.
Aunque no me interesa volver al trabajo sexual ahora mismo, tengo la esperanza de que, si en el futuro lo retomo, quizás ya sepa ser realmente yo y pueda disfrutar de nuevo de este trabajo.
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Este artículo fue publicado originalmente en el ‘HuffPost’ Estados Unidos y ha sido traducido del inglés por Daniel Templeman Sauco.