Riesgos globales en 2014
Entre los 10 riesgos generadores de mayor inquietud aparecen dos: el elevado desempleo, su enquistamiento hasta convertirse en desempleo estructural, y la acusada ampliación en la desigual distribución de la renta.
El World Economic Forum, más allá de la
significación que tenga el encuentro
anual que auspicia esta organización
todos los años en Davos, está acentuando
su influencia a través de la publicación
de informes que cada año
disponen de una mayor relevancia.
Aunque solo sea para incitar a la discusión.
No solo es el caso del primigenio
y también el más difundido World Competitiveness
Report. El que está despertando
un mayor interés en los últimos
años es el relativo a los riesgos globales,
ahora en su novena edición. Un
"riesgo global" es definido como aquel
episodio que origina un impacto negativo
de significación en varios países y
sectores económicos a lo largo de un
periodo de tiempo de hasta 10 años. Su
naturaleza potencialmente sistémica
es uno de sus rasgos: disponen de la capacidad
de afectar al conjunto del sistema.
Para su elaboración, el WEF refleja
opiniones de 700 directivos empresariales
y decisores públicos acerca de la
evolución de los que consideran riesgos
que amenazan a la estabilidad global.
Se han identificado más de 30 categorías
de riesgos, y merece la pena observar
cómo van evolucionado esas
preferencias en estos nueve años y
cómo interactúan entre ellos.
Entre los 10 riesgos generadores de
mayor inquietud en los encuestados,
aunque a tenor de la experiencia todavía
vigente los que más preocupan se
encuentran asociados a la emergencia
de crisis financieras, aparecen dos que
son consecuencias visibles de los anteriores:
el elevado desempleo, su enquistamiento
hasta convertirse en
desempleo estructural, y la acusada
ampliación en la desigual distribución
de la renta.
Este último ya viene siendo destacado
como una de las consecuencias
más inquietantes de la crisis. Pero, en
realidad, la ampliación de la desigualdad
ya podía observarse desde las dos
décadas anteriores a su emergencia,
tanto en las economías emergentes
como en las consideradas avanzadas.
La OCDE y el Banco Mundial están entre
las instituciones que lo habían demostrado
suficientemente. También
más recientemente Intermón Oxfam,
que ha presentado precisamente en Davos
su propio estudio. En particular la
fase crecimiento que condujo a la crisis
ofrece resultados desalentadores. No
solo las diferencias en cualificación
ayudan a explicar las diferencias en
renta, sino también las diferencias en
el seno de sectores, con el financiero
destacando sobre el resto. A medida que se conocen datos de los efectos de la crisis, esa
desigualdad es mayor. En algunos países la amenaza
a la desaparición de las clases medias no es precisamente
una alarma exagerada.
El ascenso del desempleo ha sido la consecuencia
más inmediata y explícita de la crisis que ha
dispuesto de un mayor impacto en la distribución
de la renta. Además, el elevado desempleo y las reformas
que en algunos países se han llevado a
cabo en el mercado de trabajo han presionado a
los salarios a la baja de los empleados. Una fuente
adicional de esa distribución regresiva han sido
las propias políticas fiscales tendentes a sanear
las finanzas públicas. En la Eurozona, la austeridad
ha significado reducción de partidas de gasto
socialmente sensibles, y en ocasiones aumentos de
impuestos de forma indiscriminada según la renta.
En ambos casos, los segmentos de población
mas afectados han sido los de menor renta y riqueza.
Recortes en partidas como educación penalizan
seriamente un principio básico en las
sociedades modernas, el de igualdad de oportunidades,
además de hacerlo con la necesaria dotación
de capital humano, necesaria para competir
y conseguir un crecimiento sostenible e inclusivo.
El caso de España es suficientemente representativo
al respecto, aunque la regresión está siendo
casi generalizada en todas las economías desarrolladas.
No es necesario abundar acerca de los riesgos
derivados del mantenimiento de esa
tendencia. Desde luego sobre la estabilidad social,
sobre la confianza de la gente en las instituciones.
Pero los efectos adversos son también evidentes
sobre la propia sostenibilidad del crecimiento económico.
De ahí la inquietud creciente al respecto
y su tipificación como riesgo global. Estaremos
atentos a la evolución postcrisis.
Este artículo se publicó originalmente en la revista 'Empresa Global'.