40 años y sin hijos: el legado de una vida malgastada
Hace unas semanas, una persona que conozco desde hace muchos años, capuchino humeante en mano, me preguntó: "¿No sientes que has malgastado tu vida?". Se refería al hecho de que no he tenido hijos. Me quedé en shock. Alguien que me conoce y que (creo) me considera buena persona piensa que he malgastado mi vida. ¿Acaso no tengo legado al no trasmitir mis genes a otra generación? ¿No tengo cabida en la sociedad futura? ¿De verdad he malgastado mi vida?
Continué con la conversación como si nada, pero esa pregunta permaneció en mi mente.
No me malinterpretéis, no me arrepiento de nada. Hasta ahora, mi vida ha sido estupenda, pero debo reconocer que hay una parte egoísta de mí que no quiere desaparecer sin dejar absolutamente ninguna huella.
Sí que entiendo el instinto de reproducirse. Es naturaleza humana. Simplemente nunca ha sido algo especialmente importante para mí. Y yo formo parte de un grupo demográfico cada vez más grande: un conjunto de hombres y mujeres que han escogido una vida sin hijos.
Reino Unido es el tercer país con la tasa de natalidad más baja del mundo, y esta cifra va en aumento. Las familias cada vez son más pequeñas y las mujeres tardan más que nunca en tener hijos. Sin embargo, aquellas que optan por no tener descendencia siguen siendo representadas como personas egoístas, poco femeninas o trastornadas.
No odio a los niños, simplemente no me gustan lo suficiente como para tener uno. Apenas han tenido cabida en mi lista de cosas que hacer en la vida, porque estaba demasiado ocupada viviendo. Me pasé gran parte de mi juventud, entre los 20 y los 30, viajando a otros países. Mi pareja y yo éramos espíritus libres, y viajábamos en busca de aventuras. Nuestro único objetivo era aprender, vivir experiencias y ver tanto mundo como pudiéramos. No nos planteábamos tener hijos.
Hay muchos animales que mueren después de aparearse. Existe una especie de gusano poliqueto que se encuentra en arrecifes de agua salada. En la oscuridad de las noches de luna nueva, ejecuta un baile muy elaborado con su pareja. Este ballet bajo el agua termina de forma dramática, pues ambos mueren por decisión propia. Como comprenderéis, yo espero que como humanos seamos un poco más inteligentes. La descendencia es importante, pero no puede ser el único fin de nuestra existencia.
Parece que hoy en día, la paternidad se ha convertido en una característica especial, y que los padres pertenecen a una especie de club de élite, con reglas, beneficios y desafíos que los que no tienen hijos nunca entenderán. Parece que aquellas personas que no son padres dan lástima a los demás: se les ve como egoístas e inmaduras, sin perspectivas de futuro.
Lo cierto es que nosotros, los que no tenemos hijos, sí disponemos de más tiempo. Sin embargo, no todos vamos luciendo nuestros cuerpos sin estrías (ojalá fuera así) por la piscina o paseando por los pasillos de museos. Algunos empleamos ese tiempo en cuidar a nuestros padres, porque hay que prestar atención a toda la comunidad, no solo a nuestro propio hijo.
Las estadísticas señalan que las personas sin hijos tienden a dedicar más tiempo a ayudar a la comunidad y donan más dinero a las organizaciones benéficas después de morir. Un 48% de las personas mayores de 55 años declaran en sus testamentos que desean realizar donaciones, en comparación con un 12% de los padres de la misma edad. Un investigador alemán reveló que un 42% de las fundaciones benéficas eran creadas por personas que no tenían hijos.
Eglantyne Jebb, fundadora de Save the Children, no tiene hijos, al igual que Maurice Pate de Unicef y Cecil Jackson-Cole, que ayudó a crear Oxfam, Help the Aged y ActionAid. Es posible ejercer el cariño y cuidado de un padre sin serlo. Dicen que hace falta un pueblo entero para criar a un niño, y yo quiero ser parte de ese pueblo.
Con esto no estoy tratando de convencer a nadie de que no tenga hijos, solo estoy diciendo que es una elección propia. El hecho de no tener hijos no quiere decir que nuestras voces, opiniones o aportaciones a la comunidad no sean importantes. Y creo que tenemos derecho a sentarnos en la mesa de los mayores.
Ahora mismo estoy esforzándome para estar en paz respecto a mi legado. Mientras escribía esto le conté mis preocupaciones a una amiga que sí tiene hijos, y me dijo algo que nunca olvidaré. Me recordó que siempre voy a vivir en la memoria de las personas las que quiero, en las de sus propios hijos, mis amigos y cualquier persona que me ha conocido. Esas personas me recordarán porque quieren y no porque yo sea la responsable de su color de ojos.
Este artículo fue publicado originalmente en el 'HuffPost' Reino Unido y ha sido traducido del inglés por María Ginés Grao.