Bendita sea la crisis
Parece que Trump, sin proponérselo por supuesto, ha servido en México de catarsis para nuestras dudas y miedos y nos ha dado un motivo para reconocernos como uno de los países más ricos y diversos del globo. Ojalá que esto nos dure más que una llamarada de petate.
Pintada en la cerca fronteriza que divide al estado de Mexicali (México) y Calexico (EEUU)/EFE
La última semana ha sido realmente intensa y preocupante para mi país. En México, la gente no habla, no hablamos, de otra cosa que de Trump. Ya sea del muro, de las declaraciones, la forma en que trata a nuestros funcionarios o la crisis diplomática que devino en la única ocasión en que se ha cancelado una cumbre presidencial entre ambos países, al menos que yo recuerde.
Y esta reflexión no puede sustraerse de esa vorágine, pero sí podemos salirnos del tono fatalista que ha rodeado muchos de los análisis.
He visto dos reacciones generales ante las locuras económicas, sociales y de derechos humanos que el trumpetero twitter-in-chief de los Estados Unidos ha provocado en redes sociales y medios tradicionales de México.
La primera es de miedo y casi derrotismo, pareciera que muchos mexicanos pensamos que se acerca el fin del mundo. Nuestro socio comercial más grande y vecino nos ve con ojos de odio y su anaranjado y copetudo mandamás nos tiene grima por sus desventuras de bienes raíces con mexicanos.
Eso se traduce para muchos en el fin de la bonanza económica y quizá hasta en una guerra comercial sin precedentes. Yo lo llamo el síndrome del 47, recordando el año del siglo XIX en que perdimos la guerra con los gringos y nos quitaron la mitad del territorio nacional. Un trauma, pues.
La segunda reacción es la que me hace pensar "bendita sea esta crisis", la gran cantidad de ideas y de sentimientos que he podido constatar entre un sector cada vez mayor de los que habitamos las tierras aztecas (y mayas, mixes, chichimecas, etc.): el surgimiento de un sentimiento de seguridad de que podemos salir adelante, de que llegó el momento de cortar el cordón umbilical que nace en el río Bravo y la gran cantidad de ideas y propuestas que han surgido como consecuencia.
Ideas que provienen de distintos sectores de la población, de empresarios, académicos, deportistas, hombres mujeres y niños que quieren poner su granito de arena para dejar de ser los puerquitos del tal Trump. Eso sí, el Gobierno -federal, estatal y local- ha brillado por ser timorato y dispuesto a dejar que nos arrolle el huracán de la xenofobia y el proteccionismo comercial estadounidense.
Muchas de las propuestas o de los comentarios sólo pueden ser calificadas como bromas o muestras del poco conocimiento que muchos tienen de las situaciones, en eso se asemejan a los tuits de Donald, pero no por eso dejan de tener un espíritu de apoyo y ayuda ante la situación.
En el terreno de las propuestas serias e interesantes se encuentran algunas que incluso recibieron al ex #1 de la lista de hombres más ricos del mundo, el ingeniero Carlos Slim, quien en casi dos horas de conferencia tocó tres punto medulares: hay que leer los libros de Trump para conocerlo y no asustarnos de más, se debe fortalecer el mercado interno a la vez que diversificamos en serio nuestros lazos comerciales con diferentes países para reducir la dependencia con USA y se deben elevar los sueldos de los trabajadores mexicanos con urgencia.
En el terreno las propuestas menos pragmáticas, hay algunas sugerencias interesantes, ya sea como gestos simbólicos o de fuerza.
La que más me emocionó fue la de convertir a México en un país santuario, abriendo sus puertas a los inmigrantes musulmanes que Estados Unidos está rechazando. Mi reacción sigue de pensar que podríamos volver a ser un país humanitario y solidario, tal y como lo fuimos al recibir a los huérfanos de la guerra civil española que huían de su tierra o con los miles de personas que huyeron de las dictaduras de Argentina, Chile y Brasil en los 70 y 80.
Otra propuesta que me llamó la atención se refería a la posibilidad de realizar medidas espejo, es decir, sumar impuestos similares a las importaciones que México recibe de su vecino del norte para equilibrar la balanza entre ambos países.
Sé que hay muchas posibles y reales objeciones ante cada una de las propuestas: somos un país sumido en una guerra civil de baja intensidad provocada por la guerra iniciada por el ex presidente Calderón (el famoso soldadito de chocolate), estamos en medio de una crisis económica, habría que definir una política real para poder apoyar a las personas que llegarían a nuestras tierras, entre otras muchas otras consideraciones.
Sn embargo, lo mejor que he visto de esta crisis es un lento pero firme cambio de actitud de los mexicanos hacia nosotros mismos.
Y es que, a pesar de la fama de entrones y broncos que tenemos, los mexicanos hemos ido erosionando nuestra autoimagen. Basta ver que el IPC 2016 nos bajó 328 lugares en la percepción de la corrupción para darnos cuenta que no estamos contentos con nosotros mismos.
Pero parece que Trump, sin proponérselo por supuesto, ha servido de catarsis para nuestras dudas y miedos y nos ha dado un motivo para reconocernos como uno de los países más ricos y diversos del globo.
Ojalá que esto nos dure más que una llamarada de petate.