El balón de oro del recreo
El autor del gol más importante de la historia de la selección española, Andrés Iniesta, sufre desde ese momento una oda constante que impide el análisis real de la categoría de su juego.
Dice el exseleccionador argentino José Pekerman que en sus viejos códigos de aficionado al fútbol no siempre admiró al jugador que gana sino al que mejor juega. Al talentoso. Es a ese jugador al que un niño sueña con imitar. Así son las reglas del potrero (el campo improvisado de los argentinos) y del patio del colegio para los españoles. Esas ilusiones, que llenan los sueños de los niños que aspiran a ser futbolistas, son las que huyeron hace tiempo del jurado que elige al mejor jugador del año, el que concede el balón de oro. Pero también de los que organizan las campañas en favor del ganador del momento.
Un vistazo al palmarés de este premio revela elecciones grotescas y ausencias superlativas. Desde la elección de Fabio Cannavaro a la ausencia de un jugador que marcó la historia reciente del Real Madrid, Raúl González. Aún así, los premios individuales en un deporte que necesita a 22 futbolistas para disputar un encuentro, están diseñados para la injusticia. No tanto los debates generados alrededor.
El autor del gol más importante de la historia de la selección española, Andrés Iniesta, sufre desde ese momento una oda constante que impide el análisis real de la categoría de su juego. El periodismo español ha presentado su candidatura al balón de oro desde la derrota. Es decir, si el jurado no le da el premio, esa decisión será considerada una ofensa a la bandera, por lo que lo mejor es poner la venda antes de la previsible herida. Algo que no beneficia en absoluto al propio Iniesta y de lo que él no es responsable.
Las últimas declaraciones del centrocampista del Barcelona son una definición de su juego: "No se puede competir con los 82 goles de Leo". A veces parece que la propia humildad y timidez de Iniesta le impiden ser el jugador superior, líder indiscutible. El hecho de que encuentre comodidad a un lado del campo, en la izquierda concretamente, es un síntoma de que algo en su manera de jugar le aparta de los focos. Decía Alfredo Relaño, director de As, que a veces parece que le da vergüenza demostrar que es el mejor y ganar solo los partidos.
La misma estrategia de investidura recibe el portero del Real Madrid, Iker Casillas. En este caso con la resonancia mayor todavía de la prensa deportiva de la capital en ausencia de competición. Bajo los viejos códigos del patio del colegio, de los que hablaba Pekerman, Casillas jamás podrá ser considerado el mejor jugador. Una simple razón, es portero. Los porteros en el fútbol son como los carpinteros que diseñan los marcos de los lienzos. Como un luthier para la música. Están al borde del arte pero no forman parte de él.
Resulta curiosa la imagen de genio que se le atribuye a Casillas y a otros porteros cuando tienen buenas actuaciones. "Ha tenido una noche inspiradísima", suelen decir las crónicas. Sin embargo, un portero es la posición más prosaica del juego. Su labor es la que mayor dosis de entrenamiento específico necesita y menos inspiración puesto que se trata de un jugador que, por habitar la portería, no puede cometer errores. Un mal portero puede hundir a cualquier equipo, por muy bueno que sean sus delanteros. Sin embargo, un portero corriente puede formar parte de un equipo legendario.
Frente a Casillas e Iniesta, Leo Messi y Cristiano Ronaldo. El argentino es descartado por la hinchada patria por el mayor de los argumentos que rigen el consumismo: ser el ganador de las tres últimas ediciones. El portugués, por dos motivos. Unos le odian por ser la estrella del enemigo, que no adversario. Y otros por antipático. En el patio no existe el debate. Los niños quieren saber regatear tanto y tan bien como Messi y disparar tan fuerte como Cristiano.