El deporte que ganó al coronavirus: confesiones de ocho estrellas confinadas entre gimnasios improvisados
Adriana Cerezo, Carlos Arévalo, Laura Ester, Ricardo Ten, Támara Echegoyen, Loida Zabala, Adrián Ben y Paul McGrath rememoran sus experiencias hace cinco años. Miedos, aprendizajes e infinitas vivencias de un tiempo que lo cambió todo, también a ellos.

De repente, el mundo se paró un 15 de marzo. Hace cinco años, España se metía en casa para blindarse del coronavirus. Confinamiento, teletrabajo, videollamadas o tutoriales de todo tipo pasaron a dominar nuestro tiempo entre alertas informativas y extraños 'gimnasios caseros'. Todo cambió. También un deporte al que el covid asestó un golpe fatal a las puertas de los Juegos de Tokio 2020. Obligados a "reinventarse" de urgencia, ocho voces fundamentales del deporte olímpico y paralímpico español echan la vista atrás en El HuffPost, para rememorar vivencias y aprendizajes de la pandemia.
Los recuerdos se les amontonan. Comparten la "incertidumbre", el "miedo" y el modo de agarrarse a una "rutina" forzosa en casa en aquellas semanas. Contrasta, en cambio, cómo algunos lo describen con total detalle, mientras otros tratan de borrar recuerdos. "Si te paras a pensar, yo creo que casi ni recordamos lo duro que fue", reconoce al otro lado del teléfono Adrián Ben. Pero hay quien va más allá; por ejemplo, Carlos Arévalo, para quien estos cinco años es "como si hubiera pasado mucho tiempo, como si mi cabeza lo hubiera borrado".
El piragüista y militar gallego (Betanzos, A Coruña, 1993), tiene un relato único, por su doble vis profesional, en unos "tiempos muy difíciles para todos, en los que nos tocó sacrificarnos por el bien común". No es una frase hecha. Al por entonces soldado del Ejército de Tierra, hoy cabo, destinado en el Regimiento Príncipe' número 3 en Siero (Asturias), le tocó estar 'en primera línea' de batalla contra el covid. Arévalo participaba en la logística y coordinación de los trabajos desempeñados por el Ejército en la primera ola.
"Como tal no pisé una calle, pero estábamos dedicados a la limpieza y desinfección de establecimientos y otros locales, ayudando a los agentes... Recuerdo que nos organizamos por turnos para evitar muchos contactos de riesgo y yo iba un día sí un día no", explica.
También sale de lo convencional la gestión que hizo la parahaltera Loida Zabala (Losar de la Vera, Cáceres, 1987). Para ella, el confinamiento trajo algo muy positivo, "tener el tiempo necesario para hacer realidad mi sueño", que no era otro sino la fundación que lleva su nombre, a raíz de un premio convocado por Iberdrola a proyectos deportivos.
"Curioseando por Instagram vi un anuncio y fue como una señal; parecía imposible, pero ¡ganamos!", cuenta emocionada. Luego llegaría una gala "maravillosa" y una ilusión infinita por dar vida a un proyecto que busca mejorar la vida de personas con discapacidad a través del deporte de fuerza, mismo que ella práctica y que le ha llevado a cinco Juegos y a infinidad de medallas nacionales e internacionales.
Antes de hablar de las lecciones que dejó la pandemia, Ricardo Ten (Valencia, 1975) puede hacerlo de cómo aplicó él las que traía aprendidas de su vida. Con apenas 8 años, un accidente eléctrico jugando le dejó sin brazos y sin una pierna. Tuvo que pasar tres meses en la UCI y varios meses más de hospital y rehabilitación. Por eso, el múltiple campeón paralímpico y mundial en natación y ciclismo admite que el confinamiento de 2020 como tal "no fue una experiencia trágica para mí", más allá del dolor de la situación en España y el mundo.
"Quienes hemos sufrido algo como lo mío sabemos bien lo que es un 'encierro'. Recuerdo esos tres meses en la UCI sin levantarme de la cama, así que estar en casa con mi familia y haciendo deporte fue en cierta manera llevadero", especialmente siendo ciclista, un deporte más 'fácil' de prácticar con rodillos. Encuentra aquí palabras de agradecimiento por los rodillos inteligentes que entregó el Comité Paralímpico Español "y eso que era difícil conseguirlos".
En su relato apenas se detiene en la lesión de hombro que arrastraba a raíz de una caída a su vuelta del Mundial de pista en Milton (Canadá). Una cita clave por ser la primera vez que tuvo noticias del covid, a finales de enero. "Parecía algo tan lejano y fue volver y saltó todo", rememora, bromeando con la "casualidad" de que otra lesión similar marque ahora el ritmo de sus entrenamientos.
Laura Ester (Barcelona, 1990) es de las pocas que pudo 'adelantarse' al cierre. La portera de la multicampeona selección femenina de waterpolo y del Sabadell, decidió con sus compañeras "que mañana, por el jueves 12, ya no iríamos a entrenar... y luego cerraron todo", narra como si fuera hoy. "Lo único —matiza— que pensábamos que sería una semana o dos, no tanto". Las semanas, empero, se convirtieron en meses; guion jamás esperado. No en vano, defiende que en 2025 "no somos conscientes de lo que vivimos".
A su manera, Támara Echegoyen (Ourense, 1984) también pudo poner en práctica experiencias "parecidas" a un confinamiento. Las vividas, por ejemplo, en la vuelta al mundo en barco cuando participó en la Ocean Race. "Al final eran varias semanas en un espacio reducido, sin escapatoria, manejando frustraciones, vaivenes anímicos...". No es lo mismo —se responde rápido— pero "de todo se aprende y yo aprendí mucho ahí".
Para lo que no estaba preparada, ni ella ni nadie, es a manejar ese "corazón partido" de marzo y abril, cuando se juntaban "las ganas de competir pese a no haber competiciones" e "intentar ayudar a la gente". La regatista gallega recuerda especialmente la "difícil decisión" de quedarse en su pequeño piso en Santander en lugar de irse a 'casa' con su madre. "Me hubiera gustado estar con mi madre, encima era una casa con jardín ideal para un encierro, pero ella era una persona de riesgo y no quise ponerle en peligro", sentencia.
Quien más quien menos, todos cambiamos esas semanas. Aún más unos deportistas que pasaron de verse a punto de los Juegos de Tokio 2020 a un 'vacío' una vez se confirmó su aplazamiento. Lo verbaliza como pocos Adrián Ben (Viveiro, Lugo, 1998). El especialista en 800 y también 1.500 asume con pudor que "ahora me parece superegoísta por nuestra parte pensar en aquella incertidumbre por si habría Juegos cuando la gente se estaba muriendo en los hospitales y no podías enterrar a tus familiares, que estaban apilados en morgues".
"Me cambió el chip a los dos días del confinamiento" y, más allá de los entrenamientos que tocaban, "mi única y absoluta preocupación era intentar que la gente estuviera lo mejor posible, cumplir las normas y que la familia estuviera bien", complementa.
A Paul McGrath (Barcelona, 2002) no le quedó otra que pasarlo en familia. A sus 17 años hacía 2º de Bachillerato, un curso clave en la vida de quien ya era una promesa de la marcha española. Rápido, casi se disculpa por un primer pensamiento "egoísta e inconsciente", cuando "me alegré porque no hubiera clase". Tardó poco en empaparse de la gravedad de los hechos.
Habla de "semanas difíciles" a nivel emocional. El deporte, como a tantos, le ayudó a no caer en la desesperación, aunque llegó a sentir "que no tenía ni la disciplina ni la motivación para entrenar", especialmente tras la cancelación del Mundial Sub-20 que tenía como objetivo.
Un curso por detrás del marchador, Adriana Cerezo (Alcalá de Henares, Madrid, 2003) también rememora tomárselo de inicio como "15 días de vacaciones, lo que pensamos todos", para muy pronto pasar a "convertirse en un suplicio". Con todo, esta "aplicada" estudiante se manejó bien y siguió avanzando.
De garrafas, sentadillas en familia y máquinas por medio
McGrath fue uno "de tantos" que tuvo que apañarse con un rodillo que le tardó tiempo en llegar, "garrafas de agua" y "tutoriales de YouTube para ponerme fuerte". Y la automotivación de pensar que "todos" estarían igual o peor peor. Unas "vacaciones forzosas" a nivel competitivo que no quedaba sino asumir con la duda de cuándo acabarían.
Su particular 'gimnasio improvisado' se parece bastante al que tuvieron que montar sus compañeros de entrevista. Sonríe Carlos Arévalo al recordar cómo colocó su bicicleta y su ergómetro, un simulador de piragua, en una casa "de como mucho 50 metros". "Lo puse como pude en medio del salón, imagínate...".
Algo más dura fue la experiencia de Cerezo. La de David Cerezo, decimos, que llevó al extremo aquello de hacer todo por una hija. Cuenta Adriana que su padre "acabó la cuarentena con una costilla fisurada y las manos reventadas de entrenar conmigo". Experiencias hoy anecdóticas que entonces significaron mucho para la que sería plata en Tokio 2020 año y medio después.
Esa medalla era inimaginable allá por el 15 de marzo de 2020. Entre patadas con giro y estudios, a la jovencísima taekwondista los Juegos se le aparecían aún remotos, con un difícil preolímpico por delante. Ni eso le pesó en su voluntad de salir "de aquello" con infinitas ganas. "Parecía que tenía una correa en el cuello y estaba deseando que la soltasen; lo recuerdo como un stand by", bromea.
Támara era más de un TRX que tuvo que colgar de las puertas de su salón, casi recién llegada de ganar el mundial en Australia. Sin opción de tocar el agua, ni siquiera el encierro le separó de su 'elemento' favorito. "Obviamente no podíamos pisar el mar, pero sí hicimos un trabajo de mentalización en equipo como para 'imaginarnos' que seguíamos en dinámica de agua", narra. Un trabajo, quizás extraño a ojos de los ajenos al mundillo, que también hizo Laura Ester. A falta de piscina supo "buscar alguna forma de recrear mentalmente" el medio acuático, junto a "ejercicios de reflejos con lanzamientos con una pelota de tenis, por ejemplo".
Mente y cuerpo, retoma Echegoyen, porque la oro en Londres 2012 aprovechó aquellos meses para reforzar el 'otro' trabajo de la vela. "Meteorología, reglamento, visionado de regatas... y mucho físico", siempre con un convencimiento total. Porque "yo soy muy de fijarme objetivos y cuando me ponía a entrenar lo hacía pensando que si había una posibilidad de competir, tenía que estar preparada a mi 100%".
A Loida Zabala, más allá del tiempo para montar su fundación, el covid le cogió bien preparada. Junto a su pareja, se volvieron al pueblo antes de que todo cerrase. Allí "como tengo un gimnasio con material de competición internacional no paré". Pudo recibirlo en su domicilio y gracias a los vídeos que le grababan sus familiares, su entrenador "pudo corregirme si tenía que cambiar algo".
"Afortunado" dentro de todo se autodenomina Adrián Ben. Gracias a una cinta de correr que también le dejó un gimnasio cercano, pudo adaptar sus entrenamientos. Eso sí, fuera de la cinta la dinámica fue diferente. Con humor reconoce que "inventamos cosas", como las "sentadillas levantando a mi hermana". Claro está, "no fue lo mismo" y le acabó pasando factura durante la desescalada en forma de fisura por estrés en el fémur de su pierna izquierda.
El mediofondista gallego no duda al señalar que "entendí que el deporte era completamente secundario" en pleno drama sanitario. Aunque seguía entrenando duro, "estaba mucho más pendiente de la situación sanitaria que de entrenar, era un momento de estar preocupado de otras cosas y no de si hacía cinta o bici".
Cinco años después se habla mucho de lecciones aprendidas. Todos afirman haber sacado algo de la traumática experiencia. Paul McGrath se lleva el "aprender a aislarme antes de las grandes competiciones". "Ya no por miedo al virus, sino como estrategia de concentración"; una suerte de autocuidado que, a su manera, también aplica Ricardo Ten desde entonces.
El paraciclista sabe que una enfermedad puede apartarte de tus objetivos. Hoy reconoce que no le importa llevar una mascarilla en los viajes previos a sus carreras. "Pero no por coger el covid, me vale un mal resfriado que puede dejarte tocado el día clave. Y si lo puedo evitar...". Darle importancia a lo más importante, resume, con una filosofía que igualmente alcanza a Carlos Arévalo.
"¿Yo? Aprendí a algo tan 'básico' como saber valorar los momentos buenos en la vida. A valorar un simple paseo por la calle, porque no sabes cuándo puede llegar un momento grave que lo cambie todo", afirma. Sin saberlo, hace referencia a lo que Támara Echegoyen llama 'el plan b', su particular gran lección de la pandemia, que "nos enseñó que tener una alternativa es casi tan importante como el plan original".
No faltan los aprendizajes deportivos, como el que recibió, a la fuerza, Adrián Ben. Tras encadenar lesiones, parones y muchas reflexiones, entendió a sus por entonces 21 años la necesidad de "comprender cómo funciona mi cuerpo" bajo una premisa, que "más no es mejor y que mejor significa mejor". Algo que va mucho más allá del propio deporte.
Los agradecimientos ocupan un lugar especial en este macroejercicio de memoria y los resume, a modo de rúbrica, Laura Ester, especialmente entregada "a la sanidad española". "Por todo lo que hicieron y siguen haciendo... es brutal lo poco que lo valoramos". Y añade una última reflexión en línea con aquel saldremos mejores que tanto oímos entonces. Que "no seamos tan egoístas, no miremos sólo por nosotros mismos y sepamos ponernos en la piel de la gente".