La narrativa hispanoamericana en el cine migratorio: una aventura literaria
Indagar sobre la experiencia migratoria recogida en el cine nos permite descubrir horizontes literarios insospechados, tal es el vínculo de dos artes que son, desde que Griffith leyó a Dickens, primas hermanas.
Indagar sobre la experiencia migratoria recogida en el cine nos permite descubrir horizontes literarios insospechados, tal es el vínculo de dos artes que son, desde que Griffith leyó a Dickens, primas hermanas.
Solo los filmes dedicados a los movimientos migratorios en Hispanoamérica -o América Latina- contienen un universo narrativo de una riqueza tal que bien merece un acercamiento más detallado. Incluso para los anglosajones, el universo literario hispanoamericano ha constituido una valiosa fuente de inspiración a la hora de plantear una buena historia fronteriza. El inglés Tony Richardson dirigió la excelente La frontera (The Border, 1982), que fue a su vez junto a las novelas La muerte de Artemio Cruz (1962), de Carlos Fuentes, y Crónica de una muerte anunciada (1981), de Gabriel García Márquez, la base literaria y cinematográfica de Tommy Lee Jones y Guillermo Arriaga para su extraordinaria Los tres entierros de Melquiades Estrada (2005).
Una de esas epifanías es la coproducción colombiano-estadounidense Paraíso Travel (2008), de Simon Brandt, una joya del celuloide migratorio y la película más taquillera de la historia del cine colombiano, que sigue los pasos del joven Marlo, desde Medellín a Nueva York, pasando por Guatemala, México y Texas, tras la pista de su novia, Reina. El novelista colombiano Jorge Franco fue el coautor del guion junto a Juan Redón, traslación al celuloide de la novela del primero, Paraíso travel (2002).
Antes Jorge Franco había publicado un excelente relato sobre el submundo de la prostitución y la violencia, Mala noche (1997), un libro a caballo entre el western y la literatura detectivesca, en la línea de Farabeuf, del mexicano Salvador Elizondo, y Rosario Tijeras (1999), también llevado al cine y en el que narraba la historia de amor de una prostituta y pandillera de Medellín y dos jóvenes de la alta sociedad. La obra narrativa de Franco se completó con Melodrama (2006), novela protagonizada por un narciso moderno que, con la Narcorrepública como telón de fondo, emigra desde Colombia a París y después a Sarajevo. A estas le siguieron libros notables como Santa Suerte (2010), que sigue el periplo de tres hermanos colombianos, y Don Quijote de La Mancha en Medellín (2012), que cuenta cómo un anciano armaba figuras de personajes legendarios con restos de chatarra, en un Medellín corrompido por el narcotráfico.
También el celuloide ha prestado interés por las migraciones motivadas por causas políticas. De La frontera (1991), de Ricardo Larrain, coproducción chileno-española, protagonizada por un profesor de matemáticas de Santiago de Chile condenado a un relegamiento -exilio forzado- en un pequeño pueblo costero por escribir una carta denunciando la desaparición de un colega, hay que destacar su honda génesis literaria, inspirada en el realismo mágico. El guion, coescrito por Jorge Goldenberg y el propio director, parte de parte del argumento de El proceso, de Franz Kafka, en especial en la denuncia de la inepcia burocrática, y se adentra en los territorios de una fábula moral no solo contra la dictadura pinochestista, sino contra cualquier forma de exilio político. Goldenberg escribió también los guiones de un delicioso largometraje argentino de vocación chejoviana, Miss Mary (1986), y La película del Rey (1986), sobre el rodaje de un cineasta al borde del colapso que trata de producir la historia legendaria del francés Oreille Antoine de Touneris, que en 1860 se autoproclamó rey de la Patagonia y Araucania.
Un cineasta no es sino un narrador que cuenta en imágenes un relato y que se sirve de técnicas propias de los escritores. Las cien mejores películas sobre migración (Cacitel, 2013) ha supuesto la excusa perfecta para el gozoso encuentro con la gran literatura que nos escamotean los escaparates y que subyace como un flujo silencioso y mágico en el que conviene hacer prospecciones subterráneas de cuando en cuando. Sobre todo por higiene mental.