¡Camarero, un Martini seco con un tampón!
Reconozco que no suelo beber vodka. Mi bebida es la ginebra en los meses más cálidos, y el whisky escocés en invierno. Soy muy maniática sobre el vaso en el que me sirven. Me parece que, para saborear y disfrutar la copa, el 'vehículo' apropiado influye tanto como la cantidad de hielo que se pone o la bebida con que se mezcla. Por eso, hasta ahora, nunca se me había ocurrido tomarla en un tampón.
Reconozco que no suelo beber vodka. Mi bebida es la ginebra en los meses más cálidos, y el whisky escocés en invierno. Soy muy maniática sobre el vaso en el que me sirven. Me parece que, para saborear y disfrutar la copa, el vehículo apropiado influye tanto como la cantidad de hielo que se pone o la bebida con que se mezcla. Por eso, hasta ahora, nunca se me había ocurrido tomarla en un tampón.
Pero resulta que, por lo visto, el tampodka es la nueva bebida de moda entre los menores que prueban el alcohol. No hay más que buscarla en Google; todo el mundo está de acuerdo en que es una tendencia de lo más extendida. Nuestro propio HuffPost insinúa que la costumbre es una tendencia dominante entre los adolescentes. Al parecer, los varones obtienen el mismo resultado con una cosa llamada "el enema de alcohol".
Se supone que empapar un tampón en vodka y luego... insertarlo como sea... produce el "subidón definitivo", un calentón rápido e intenso (por lo visto el alcohol se absorbe a más velocidad que por la boca), sin que queden después restos delatores en el aliento que pueda detectar una madre ni la policía.
La primera vez que oí hablar de esta moda fue hace un par de años, a otra madre: dijo que se lo había contado a su hija adolescente una de sus amigas, que se había enterado por otra chica a la que conocían, y que, ¡Madre mía, qué asco!
Me pareció repugnante pero verosímil. Al fin y al cabo, hay que reconocer que los adolescentes son auténticos premios Nobel a la hora de inventarse nuevas cosas estúpidas, sobre todo cuando el alcohol está por medio.
Después de la información que publicamos en el HuffPost pregunté a mi hijo de 18 años si alguna vez había sabido de alguien que hiciera lo del tampón. Íbamos en el coche de camino al instituto, y me contestó con su habitual vocabulario matutino de monosílabos salpicados de gruñidos: "Eh, eh. No. Espera. [Un primo] me lo contó. Una vez. Una chica. Su instituto. A lo mejor. No sé".
Entonces empezaron a entrarme dudas. Tenía toda la pinta de ser una leyenda urbana. Quiero decir, piensen en lo complicadísimo que es (los hombres quizá prefieran saltarse este párrafo): Cuando el tampón se empapa, se hincha (obviamente). ¿Y entonces cómo se consigue volver a introducir en el aplicador para bebérselo, por así decir? Y sin la ayuda del aplicador, ¿no es cómo intentar meter un paraguas abierto en su funda? Bueno, a lo mejor lo que hay que hacer no es sacar el tampón sino empaparlo dentro del aplicador: sumergirlo en una copa de Martini como si fuera una varilla de agitar. ¡Mmmm, qué elegancia! ¿Pero cómo va a absorber el alcohol si no puede hincharse?
Además hay que pensar, por supuesto, qué tamaño de tampón utilizar. Digamos que habíamos solucionado el problema de la inserción (perdonen, señores, sáltanse otro párrafo más). ¿Cuánto vodka hace falta para emborracharse? Se me ocurría que un tampón "regular" será más o menos equivalente a un chupito, un "súper", a un doble, y un "súper plus", ¡abróchense los cinturones!
Sin embargo, cuanto más buscaba en Google, menos podía encontrar un solo artículo que confirmara que el tampodka funcionaba. Horrorizada, comprendí que no había más que una forma de aclarar el misterio. No podía encargárselo a nadie más (¡imagínense la escena, tratando de convencer a una redactora!), de modo que, en interés de la ciencia y de los padres de todo el mundo, decidí comprobar la veracidad del rumor por mí misma.
Así que, cuando llegó la hora del aperitivo, cogí la botella de buenísimo vodka polaco de mi congelador. (Claro que tengo vodka en mi congelador. Como diría el personaje de Jack Donaghy, "¿Es que soy de campo?") Sin embargo, al mirar la botella helada, me vinieron a la cabeza recuerdos de todos los desagradables espéculos con los que he tenido relación. Por lo que volví a guardarla y, en su lugar, busqué en un armario de la cocina un poco de vodka barato (pero caliente) que había quedado de alguna fiesta. Allí estaba, en un frasco. Ni siquiera mis hijos se habían atrevido a probarlo. Y pensé que la zona de mi cuerpo en la que iba a utilizarlo no sería especialmente maniática en cuestión de marcas.
Coloqué tres copas de martini: mis probetas, podríamos llamarlas. En la primera coloqué un tampón regular con su aplicador de plástico. En la segunda, un tampón súper con un aplicador de cartón (pensando que quizá el aplicador de cartón absorbería más que el de plástico). Y en la tercera, me lancé con el "súper plus", sin aplicador. Teniendo en cuenta que era probable que mi tolerancia para el alcohol fuera superior a la de la adolescente media, añadí un experimento de control: después del experimento del tampón, me bebería la misma cantidad de vodka de forma tradicional.
Con cuidado, vertí 30 mililitros de vodka en cada copa. Estos fueron los resultados:
I. Tampón regular con aplicador de plástico
Notas: A primera vista, parecía un cóctel de una fiesta de Navidad organizada por mi ginecólogo. No hacía falta ningún adorno. Pero mi preocupación sobre el aplicador de plástico resultó estar fundada. Absorbió un poco, unos 15 mililitros, y ya no pudo más. Una cantidad con la que no se emborracharía ni una chica de 13 años. Así que pasé a la siguiente probeta.
II. Tampón súper con aplicador de cartón
Notas: Al principio me preocupaba que el aplicador se abriera o se deshiciera, pero no fue así. El tampón chupó el vodka un poco más deprisa que el del aplicador de plástico, pero se detuvo exactamente en el mismo punto, después de absorber unos 15 mililitros. Parecía un poco más hinchado en la punta, como si estuviera a punto de vomitar. Traté de agitarlo para ver si absorbía algo más, pero no. Era evidente que este tampón tampoco iba a aguantar su vodka.
III. Tampón súper plus, sin aplicador
Notas: Vertí un doble, suponiendo que este tampón podía absorber más que los otros. Lo sumergí en la copa de martini cono si fuera una bolsita de té blanquecina. Rápidamente se bebió 30 mililitros, incluso 45, quizá, y se hinchó lleno de orgullo. Pero luego se paró. ¿Que un súper plus no podía beberse un doble? Lo agité, pero ya no chupó nada más.
Conclusión sobre la metodología: Mi experimento me demostró que el único que servía era el tampón abierto y deshilachado.
La prueba
Para empezar, tuve que escurrir un poco el maldito tampón. No quería desperdiciar mucho vodka, así que lo sacudí sobre la copa y lo apreté un poco con suavidad. Calculé que estaba echando a perder alrededor de 15 mililitros. Y luego me lo quedé mirando, desolada. ¿Querido amigo, cómo íbamos a arreglárnoslas?
Fui al cuarto de baño y -les ahorraré los detalles- conseguí metérmelo y empujarlo hasta su sitio. (¿Me fue más fácil por haber tenido tres hijos? Probablemente.) Chicas, no hagáis esto cuando estéis vestidas de fiesta: Creo que perdí otros 15 mililitros con todo lo que salpicó sobre la ropa y el suelo. No hizo ninguna falta decir ¡Pa dentro!
Reacción:
Madre mía...
Oooohhhh...
¡Esto es auténtico fuego! Joderrr.......
Sentí como si alguien me hubiera encendido una cerilla ahí dentro. Empecé a dar saltos y a respirar y jadear como me habían enseñado en las clases de preparación al parto, hace mucho tiempo, antes de que me diera cuenta de que no me hacía falta saber todo eso si me iban a poner una epidural.
No me vendría mal una maldita epidural en este momento.
La quemazón no se pasaba. ¿Cuánto tiempo se suponía que tenía que dejarlo puesto?
Esperé. Y esperé un poco más. Si se suponía que aquello tenía que darme un subidón, no lo estaba consiguiendo. Lo que sí consiguió fue que me tumbara, porque estar de pie o sentada era insoportable.
Poco a poco sentí... ¿cómo decirlo? ¿Cierta sensación agradable? Desde luego, algo de mareo, aunque muy ligero. Quizá era un comienzo de síndrome de shock tóxico. ¿O síndrome de shock intoxicado...?
Le concedí 10 minutos y luego corrí de nuevo al cuarto de baño y me deshice del artilugio. De inmediato empecé a sentirme mejor. Por lo menos, una parte de mí.
La prueba con la muestra de control
Al día siguiente me serví un chupito del vodka bueno del congelador y me lo bebí a la manera tradicional. Quería ver si mis niveles de borrachera se correspondían con los resultados del tampón empapado.
Lo primero que descubrí -o redescubrí- fue lo poco que me gusta el vodka a palo seco. En serio, sabe como alcohol de esterilizar heridas.
Pero luego, al cabo de un segundo, llegó la quemazón. Esa quemazón familiar y agradable. Un fuego que me encendió el interior del pecho y se extendió hacia las extremidades. Una sensación cálida. Unos segundos depués, empecé a sentirme simpática. Incluso ingeniosa. La vida era GENIAL.
Conclusión
En primer lugar, cualquiera que intente emborracharse con un tampón merece su castigo; es como toser y vomitar después de probar un cigarrillo. ¡Le está bien empleado por fumar!
Segundo, si se nota una pizca de efecto, es mínima, y lo más probable es que no sea más que algo psicológico. En conjunto, el tampodka parece un método muy ineficaz, para no decir desagradable, de emborracharse. Supongo que lo único bueno es que no hay peligro de apuntarse a una segunda ronda. Y no puedo ni imaginarme a una chica que lo pruebe en una fiesta, para estar toda la noche paseándose como si se hubiera hecho pis encima y con una expresión desesperada en el rostro: ¿Por favor, alguien tiene una manguera?
En realidad, quizá esta sea la forma de acabar de una vez para siempre con este mito: madres, les sugiero que animen a sus hijas a que prueben los tampones empapados de vodka. ¡Mira, Lisa, esto que está de moda con los más guay! De verdad, no me importa que lo pruebes. No hace falta que se entere tu padre. En los años ochenta solíamos hacerlo en el jardín de una amiga mía. Qué locura de tiempos. Venga, pruébalo. Si quieres, te doy uno de los míos, lo he enrollado yo misma...
Y luego hártense de reír.
Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia