'Escola catalana': ¿modelo de éxito?
El paradigma en el que se mueve la enseñanza en Cataluña debe cambiar. La política y la educación deben estar completamente desligadas, con el objetivo de vivir con normalidad lo que en la calle es normal. No es ético que las minorías enfervorizadas hayan tomado algunas de nuestras escuelas para desarrollar sus programas plagados de intolerancia y de falta de respeto a la pluralidad de la sociedad.
Que el sistema de enseñanza en Cataluña no es acorde a la realidad plural de la sociedad es una evidencia que hace mucho tiempo que se conoce, pero que ninguno de los sucesivos Gobiernos centrales de nuestra joven democracia se ha atrevido a afrontar con valentía. Son muchas las entidades que llevan una larga lucha al respecto, mostrando las carencias de un sistema ideado para nacionalizar más que para formar seres humanos cultos y libres. Pero hasta ahora el trabajo hecho no ha conseguido modificar sustancialmente un sistema politizado por el nacionalismo, configurado a través de hechos consumados en completa ilegalidad y en manifiesta injusticia.
El nacimiento implica la nacionalidad burocrática, pero no la interiorización de la identidad nacional, que se configura a través de múltiples inputs familiares, sociales y eventuales. Entre los sociales podemos situar los medios de comunicación y todos aquellos esfuerzos que el Estado y sus partes pueden hacer para fomentar una convivencia pacífica a través de un cierto patriotismo cívico, basado en valores de unidad, solidaridad y respeto a la diferencia. En su defecto, nos podemos encontrar, y así sucede muchas veces, con el desarrollo de una identidad enfrentada con otras realidades, cercenando la necesaria neutralidad institucional e inoculando el veneno del nacionalismo en las mentes más proclives a la adquisición de mitos y leyendas.
En Cataluña, muchos docentes, padres, incluso alumnos, no viven el proceso educativo con la armonía que sería lógica. Situaciones kafkianas, que en cualquier lugar del mundo serían cortadas de raíz, han sido permitidas y muchas veces auspiciadas por los diferentes Gobiernos de la Generalitat. Esta realidad podríamos sintetizarla en la absoluta priorización de la lengua catalana y la liturgia nacionalista, por encima de los contenidos y los derechos de toda la comunidad educativa, a través de una imposición lingüística y cultural que ha generado una superestructura nacionalizadora antipedagógica.
El paradigma en el que se mueve la enseñanza en Cataluña debe cambiar. La política y la educación deben estar completamente desligadas, con el objetivo de vivir con normalidad lo que en la calle es normal. No es ético que las minorías enfervorizadas hayan tomado algunas de nuestras escuelas para desarrollar sus programas plagados de intolerancia y de falta de respeto a la pluralidad de la sociedad.
Es razonable pensar, por tanto, en implementar una reforma en profundidad del sistema educativo, que acabe con este modelo obligatorio único en el mundo. Una modificación que debe pasar necesariamente por estos tres elementos:
1) Un profesorado que responda a la realidad plural de Cataluña y del conjunto de España, abriéndose la posibilidad de que la lengua no sea un freno inicial a la llegada de profesores del resto del país y facilitando la movilidad geográfica del conjunto del profesorado.
2) Unas pruebas homogéneas para toda España al final de la Primaria y la Secundaria que muestren cuál es la realidad del dominio de la lengua y la historia comunes.
3) Acabar con la inmersión lingüística como norma general y desarrollar una política lingüística en la que prime la pedagogía y por tanto el beneficio y bienestar de los alumnos, buscando opciones en las que las lenguas oficiales del Estado tengan la posibilidad de ser estudiadas en todo el territorio nacional y en las que la lengua común castellana ocupe un espacio de igualdad con las otras lenguas españolas en los territorios en que ambas conviven.
Ahora es el momento perfecto para poner las bases que den la vuelta a la hegemonía social, cultural y política del nacionalismo en Cataluña. El secesionismo se ha dado de bruces con la realidad, dejando espacio a posibilidades alternativas a un modelo caduco y corrupto. Y no vale tener miedo a ganar, porque no hacerlo supondrá perder en menos de una década.
Visualizar un escenario postnacionalista y trabajar de forma conjunta desde todos los sectores ávidos de cambio para conseguirlo es la inaplazable tarea que se nos encomienda en el corto plazo.