Volver a empezar con Iberoamérica
Es el momento de repensar la relación iberoamericana, pero no para tirar por la borda todo el trabajo realizado en estos más de 20 años, sino para sentar unas nuevas bases. Aunque la presencia de los mandatarios tenga un valor simbólico, Cádiz ofrece una nueva oportunidad para volver a empezar
Cuando dentro de unos días se reúna buena parte de los líderes iberoamericanos en Cádiz, el Gobierno español tendrá la sensación de misión cumplida. Si se confirman los pronósticos, a la XXII Cumbre Iberoamericana, que se celebrará los próximos 16 y 17 de noviembre, faltarán únicamente 3 ó 4 de los mandatarios convocados: Raúl Castro, que no suele acudir a este tipo de citas; Cristina Fernández, cuyo médico le ha recomendado evitar "un esfuerzo adicional" en su agenda; Federico Franco, presidente de Paraguay, que ha declinado su asistencia para evitar generar conflictos con otros países de Mercosur que cuestionan el modo en que llegó al poder; y Hugo Chávez, que aún no se ha pronunciado.
No está mal cuando el objetivo era reunir al mayor número posible y representar, simbólica y presencialmente, el deseo de relanzar la relación entre España y América Latina. La propia elección de la ciudad de Cádiz, en el bicentenario de su Constitución, tiene un alto valor simbólico: aquel texto constitucional estaba pensado para todos los ciudadanos españoles -varones y blancos, eso sí, pero es lo que había en la época- a ambos lados del Atlántico.
¿Supone la presencia de tanto dirigente un gesto de apoyo a una España en crisis interior y exterior? En buena medida sí. No en vano, recuperar una relación privilegiada con los países americanos figura entre las prioridades de la política exterior española, aunque no es fácil centrarse en ello cuando Europa y los mercados financieros siguen acaparando toda la atención.
Cádiz llega en pleno proceso de reflexión sobre la pertinencia de este tipo de macro reuniones. Cuando se celebró la I Cumbre Iberoamericana en 1991 en Guadalajara, (México) no había tantos foros donde los jefes de Estado podían verse las caras; como en todas las facetas de la vida, el trato personal importa, y mucho, en las relaciones exteriores. En aquel momento, además, España quería arropar su incipiente internacionalización y la de sus empresas, que comenzaban su aventura exterior de la mano, en muchos casos, de los procesos de liberalización de los servicios públicos en numerosos países latinoamericanos. Hoy da la sensación de que hay un empacho de cumbres. Los diversos procesos de integración regional que se viven en América Latina, desde el ALBA hasta el reciente CELAC, pasando por Mercosur, Unasur o el intento centroamericano ofrecen ocasiones más que de sobra para juntarse; por ello algunos expertos han planteado la posibilidad de que pasen a celebrarse cada dos años.
También ha cambiado el papel de España como aglutinador e impulsor de la idea, porque, en realidad, ¿qué es Iberoamérica? El intento de estructurar de algún modo la relación entre la Península Ibérica y sus antiguos territorios en América, basado en una cultura y unas lenguas (el español y el portugués) comunes iba acompañado de otro tipo de compromisos: un respaldo firme a la transición y consolidación democráticas en la que se encontraban entonces varios países latinoamericanos y, sobre todo, un destacado apoyo económico tanto desde el frente empresarial como desde el de la cooperación, terreno este en el que se ha realizado un enorme despliegue. Pero las tornas han girado. La combinación de estabilidad política, unas sólidas políticas macroeconómicas y un mercado global de materias primas al alza han colocado al continente entre los beneficiarios (al menos temporales) de la globalización, frente a una Europa (con España y Portugal a la cabeza) que parece haber perdido el rumbo.
Esta pérdida de ilusión del proyecto iberoamericano se ha ido plasmando en pequeños y grandes gestos a lo largo de los últimos años. Desde el famoso "por qué no te callas" del Rey hasta la ausencia de José Luis Rodríguez Zapatero en la cumbre de 2010 en Mar del Plata -la primera vez que faltaba un presidente de Gobierno español- o la falta de quórum en la de Asunción del año pasado.
Pese a todo, España, Portugal y América deben seguir cooperando para buscar soluciones a los nuevos desafíos globales... y regionales. Por mucho que América Latina haya dado un gran salto hacia adelante, queda mucho por hacer en educación, en infraestructuras, en servicios sociales, en seguridad, y en transformar sistemas productivos primarios en otros de mayor valor añadido.... mientras que este lado del charco puede encontrar un balón de oxígeno en una relación reforzada. Nunca podremos dejar de compartir una historia, una cultura y unas lenguas comunes; pero también las posibilidades que ofrece un mercado de 600 millones de personas, entre los que se encuentran algunos de los emergentes más potentes, como Brasil y México. No parece que un segundo Obama vaya a prestar más atención a sus vecinos del Sur que lo que lo ha hecho hasta ahora; y aunque el pivote del poder esté girando hacia el Pacífico -y China se haya convertido en un actor fundamental de éxito económico latinoamericano-, no será fácil el camino para convertir a Asia, o a algunos de sus países, en socios auténticamente estratégicos.
Sí parece pues el momento de repensar la relación iberoamericana, pero no para tirar por la borda todo el trabajo realizado en estos más de 20 años, sino para sentar unas nuevas bases, sabiendo que los retos son otros. Aunque la presencia de los mandatarios tenga un valor fundamentalmente simbólico, Cádiz ofrece una nueva oportunidad para volver a empezar.