Resaca moral
Después del exceso existe la purgación a través de las dietas extremas, que es una forma de vaciarse y ponerse límite. Pero en la medida en que se vuelve a la actividad normal, esa que en sí misma es limitada, estructurada con intervalos, todo debiese volver a su lugar. No se angustie.
"Quien siempre comió con moderación nunca experimentó lo que es una comida, nunca sufrió una comida. Así, a lo sumo se conoce el placer de comer pero no la voracidad, el desvío desde la llana avenida del apetito hacia la selva de la gula", así nos describe W.Benjamín el paso del deseo al exceso. Un exceso que erróneamente es medido por su aspecto cuantitativo, porque el exceso no es tanto cuánto engullimos, sino cómo lo hacemos: a morir. Es el modo compulsivo, sin respiro, el que nos hace coquetear -a veces casarnos- con la pulsión de muerte.
La compulsión es un modo antiguo en nosotros, previo a toda norma de socialización, es el tiempo infantil de lo que llaman la libre demanda: ¡quiero todo ahora! Y que los padres van intuyendo que deben comenzar a introducir los "no", no solamente para evitar que el chico se transforme en un pequeño tirano, sino para salvarlo de ese impulso voraz que no acepta respiros. En el fondo a los niños se les enseña el ritmo de la cultura, intervalos de falta y de goce: comer cada cuatro horas, recibir regalos en fechas determinadas del año, etc. Intervalos que entonces funcionan como espacio para desear.
Pero esa semillita de tragón insaciable sigue habitando de algún modo en nosotros, y cada tanto nos enrostra su insolente existencia. A veces se nos arranca en privado, y somos los únicos testigos de ese impulso que nos atrapa y no sin cierta conmoción nos vemos a nosotros mismos devorados en nuestro exceso, como aquel que bebe solo, o aquel que no puede parar de comer por que no soporta que quede un resto en la olla o en la caja de chocolates. Otras veces compartimos nuestras compulsiones, y hacemos el ritual de reunirnos con otros para gozar. Es el lugar que tiene la fiesta en la cultura, momento que permite levantar las inhibiciones de la socialización.
Será por eso que en estas fechas festivas nos empezamos a poner nerviosos desde antes, y hacemos dietas previas o promesas de control, por que intuimos que nos entregaremos a cierto desenfreno. Por que el fin de año es como una versión extendida de esos micromomentos como el aperitivo y la happy hour, esos paréntesis de goce permitidos.
Momentos de relajo neurótico, clave para mantener la neurosis el resto del tiempo. Por eso es sabido que las instituciones ultrareguladas fracasan. La fiesta -en alguna de sus versiones, como algún tipo de desborde, o práctica prohibida- es insustituible. Pero al mismo tiempo la metáfora de la fiesta permanente tampoco es practicable. No por una cuestión moral, como supone el eterno rebelde que aspira a un mundo sin inhibiciones, sino que por una cuestión vital.
Así como le enseñamos a los niños que hay algo mortífero en el "quiero todo ahora", entendemos que la falta del límite nos puede consumir. La falta de intervalos, de momentos de falta, intoxica. Como el enamoramiento extremo, ese que no cede al momento tranquilo del amor, ese que de verdad supone que no puede vivir sin el otro. Tan cierto, que frente a un atisbo de falta de amor puede caer en la locura del crimen pasional. Es la locura de la adicción, esa certeza de que con ese objeto puedo colmarme.
Y bueno, tras todo esto está el regulador de la culpa, ese dolor moral que acompaña el dolor de cabeza o el rollito que dejó la fiesta. Y que intentamos expiar con las dietas y desintoxicaciones posteriores. Pero que en el fondo, se trata sobre todo de vaciarse de compulsión - esa pasión mortal por engullir - y volver a tener espacio para desear. Como cuando nos libramos de una adicción o de un amor tóxico, decimos "me saqué un peso de encima". Ese peso está lejos de ser sólo un bulto en el abdomen.
Después del exceso existe la purgación a través de las dietas extremas, que es una forma de vaciarse y ponerse límite. Pero en la medida en que se vuelve a la actividad normal, esa que en sí misma es limitada, estructurada con intervalos, todo debiese volver a su lugar. No se angustie.
Este post fue publicado anteriormente en la revista hoyxhoy.