Mamá vieja
Ser mamá otra vez, en otra década, en otra historia. En "mi última oportunidad" como tantos me dicen. No me haré la víctima, yo también me lo dije. Me lo dije antes de embarazarme. No soy una gran consumidora de Apocalipsis, como productos industriales, dejo que mis hijos se entretengan jugando con el teléfono, uso vacunas, pero este sí me consumió, el de "mi última oportunidad".
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Ser mamá otra vez, en otra década, en otra historia. En "mi última oportunidad" como tantos me dicen. No me haré la víctima, yo también me lo dije. Me lo dije antes de embarazarme. No soy una gran consumidora de Apocalipsis, como productos industriales, dejo que mis hijos se entretengan jugando con el teléfono, uso vacunas, pero este sí me consumió, el de "mi última oportunidad".
Difícil fue empezar una nueva relación con tal sentencia, como si tuviera que demostrar que aún mi cuerpo tenía vigencia. Coqueteé con las ofertas de la ciencia, mas no llegué a ningún médico dispuesto a tomar mi ansiedad, aunque puse ansioso a más de alguno con mis demandas. Quizá fue autoboicot, pero no consulté con los especialistas que sí toman a la clientela vulnerable que tienen cabeza de "mi última oportunidad" desde que apenas pisan su tercera década. Esos suelen hacer diagnósticos lapidarios: "te queda un óvulo y medio".
Dicen que el que busca siempre encuentra. Nunca he revisado el teléfono de una pareja, quizás por que sé de antemano que no se puede ser única para nadie, lo que no significa compartir la cama con un tercero, pero sí el alma, siempre hay un lugar para otros deseos. Quizá nunca llegué a esos especialistas, porque suelo no hacer caso, aunque hago como que sí. Pedí los números, recopilé historias, pero nunca llamé. Nunca copié cuando estudiaba, cuestión que no asumo con ningún orgullo moral particular.
Preparé estrategias de alta sofisticación para el plagio, recordatorios de la materia ocultos con talento, pero llegado el momento me cansaba la sola idea de copiar, lo cierto, es que al preparar la hazaña ya me había aprendido lo necesario, resultaba más fácil confiar en mí. Y resultó, sin recuentos de óvulos, ni preparaciones místicas, ni bajé la carga laboral, ni el estrés - que por cierto reconozco que lo busco - ni tome flores de nada, ni tuve sexo de ninguna forma en particular. Tal como a las pruebas escolares, llegué con todo un estratagema que no cumplí, sino que escribí en las sábanas lo que ya sabía, ese saber que ya era mío. Fin de la ansiedad de la "última oportunidad".
Acto número dos. Una vez ya con la criatura firme en el vientre es la "mamá vieja" con la cual hay que maniobrar. ¿Debes estar más cansada que en los otros embarazos? Me preguntan mucho. Pienso. No sé, resisto más que antes en la bicicleta estática, supongo que tengo más fuerza de voluntad que a los veintitantos, o me quejo menos.
Hace una década me quejaba mucho, busqué mucho a mi madre, como si embarazada fuera yo el bebé. Hace algunos años, me acuerdo exacto la intersección de calles donde me vino el pensamiento: recién ahora podría soportar la eventual muerte de mi madre. Primera vez que me sentí grande en serio. Me toca a mí cuidar, pensé. ¿Será eso ser mamá vieja? Otra vez un hombre - de esos que considera mayor, desde siempre, a las mujeres de su misma edad - me comenta sobre los riesgos de enfermedades de las madres como yo. Le grito frente a todos que se vaya a la remismamierda. Después le pedí disculpas, pero me gustó gritar, como las viejas que están sobre el bien y el mal, sin pudor. No soy vieja, pero como soy mamá vieja puedo practicar.
Ser mamá vieja me ha permitido ahorrarme también toda esta maquinaria feroz que hay acerca de la maternidad hoy, esa que alega ser natural - que el parto sin anestesia, que el apego, que la teta - pero que es de lo más disciplinaria. A la mamá vieja no le entran esos entusiasmos, esas pedagogías que encorsetan a las mujeres vía culpa; por que sigue construyendo a pulso la relación con sus otros hijos, prescindiendo de estos saberes de mercadito orgánico. Entiendo que las relaciones con los hijos están llenas de vericuetos, que hay errores, por más cálculos que hagamos, que el apego es mucho más que un pecho.
¿Miedos? Sí. La consciencia de la vulnerabilidad del cuerpo. El aislamiento post parto, la falta de voces adultas en ese momento. Trato de acordarme que eso dura sólo un momento. Pienso que está todo por venir y me pongo feliz. Siempre puede haber otras historias para quien quiere volver a empezar.
Este artículo se publicó originalmente en www.hoyxhoy.cl.