Ganar al regreso
La principal amenaza de la crisis la estamos sufriendo en forma de desigualdad y, por tanto, de regresión en las condiciones de vida, pero sobre todo en forma de crisis política que desgasta y erosiona el funcionamiento de la democracia y de las instituciones, y que arrincona al sistema de partidos bajo las peligrosas formas del populismo en sus distintas variantes y del nacionalismo.
Foto: EFE
Es una evidencia ya a estas alturas que la crisis financiera mundial estructural, de sistema, ha causado unos daños en las economías reales, cuyo mayor impacto ha sido aumentar la desigualdad entre las distintas sociedades en el ámbito global, y también en el seno de las sociedades mismas. Las oportunidades han retrocedido y las expectativas individuales de prosperidad, progreso y futuro, protegidas en un marco más amplio (llamémosle país, Estado, comunidad, familia...etc.) han retrocedido con ellas. Por eso, a estas alturas podemos afirmar no sólo que el progreso no es permanente o inevitable, sino que el regreso le está ganando la batalla.
Tras la victoria de Trump y la extensión del uso y conocimiento de la posverdad, pareciera que hayamos despertado de repente en un mundo ajeno al que hemos construido. Y estamos construyendo. Aludía al inicio a la crisis, por ser la causa madre de cuantas se hallan en el origen del actual estado de cosas, y como nos enseña la historia, no debiéramos olvidar que las crisis no son solo una amenaza, también son una oportunidad.
La principal amenaza de la crisis la estamos sufriendo en forma de desigualdad y, por tanto, de regresión en las condiciones de vida, pero sobre todo en forma de crisis política que desgasta y erosiona el funcionamiento de la democracia y de las instituciones, y que arrincona al sistema de partidos bajo las peligrosas formas del populismo en sus distintas variantes y del nacionalismo. Así, populismo y nacionalismo, por separado o juntos, son una mezcla explosiva, como bien conocemos en la historia reciente de nuestras sociedades.
Entre los primeros tiempos donde se invocó la responsabilidad, los siguientes en los que el estupor y la tendencia a la espera paciente sustituyeron a la determinación necesaria, ha llegado el momento de la reacción definitiva. Porque la crisis política en la mayoría de las sociedades occidentales, por emplear un término homogéneo y suficientemente abarcador, necesita de una reacción, la oportunidad, que camine en la dirección que en el pasado han seguido las soluciones de progreso: una oferta social y política nueva que pueda ser comprendida y aceptada por la mayoría de la sociedad: las clases medias empobrecidas, las clases trabajadoras y las clases que están saliendo del sistema, empujadas por la crisis.
La socialdemocracia como producto político y el federalismo como sistema de convivencia (más allá de las formas políticas de los estados-nación) fueron las dos grandes palancas sobre las que se asentaron después el Estado del bienestar y el de derecho en su plenitud. En mi opinión, sobre las dos mismas palancas hemos de construir esa nueva oferta política y social.
Hoy, el regreso está ganando, y ni siquiera hay un empeño sólido (la candidatura de Clinton como último ejemplo palmario) de tomarnos en serio la necesidad de administrar un tiempo de reacción, que debe ser contundente, a la altura de la amenaza. Un tiempo para adaptar a la socialdemocracia y que así se reconcilie, empezando por la izquierda, con la mayoría social. Es la única forma de ganarle al regreso que, por ahora, recuerden, va ganando.
El italiano Renzi parece ir en esa dirección. El próximo domingo se libra una batalla muy importante en la guerra entre el progreso y el regreso. La pelota está en el tejado de los italianos esta vez. Ojalá el lunes podamos celebrar que el punto de inflexión en favor del progreso ha comenzado.