Notas infladas en Harvard
Todo el mundo saca sobresalientes y se justifica diciendo que es la prueba palpable de una exigente selección de alumnos acostumbrados a aspirar a lo máximo. Otro tipo de política de calificaciones distraería al alumnado de aprender, se dice, de educarse, que es lo principal.
Aunque puede parecer lo contrario, en realidad en España se le presta muy poca atención a debatir sobre educación en la esfera pública. Apenas nos referimos a ella cuando se publica una nueva edición de los resultados del informe PISA o del ranking de universidades de la universidad de Shangai.
Nos preocupa la educación no de manera intrínseca sino simplemente cuando nos comparamos con otros. Siempre me ha llamado la atención lo superficial (por no decir paupérrimo) que es la discusión de cuestiones educativas en los congresos españoles de los partidos en comparación, por ejemplo, de lo que sucede en las convenciones de los partidos británicos o estadounidenses donde se dedica muchas horas a debatir sobre estos temas trayendo incluso expertos independientes. Todavía recuerdo aquella campaña electoral en que la propuesta educativa de uno de los dos partidos mayoritarios consistía en costear un ordenador por alumno.
Uno de los temas que más se debaten estos días, y yo diría siempre, en el mundo académico de EEUU es la denominada inflación de notas. Sacar el equivalente a un notable o sobresaliente es lo normal. En determinadas universidades punteras, como Harvard, la nota media más frecuente es una A, es decir, un 10, siendo una A- la nota media del alumnado.
Hay razones de orden cultural y también funcional que explican esta inflación de notas. La sociedad estadounidense es, por naturaleza, hiperbólica, optimista, adicta al refuerzo positivo o al epíteto laudatorio. En las universidades, los colleges, los departamentos se hacen muchas menciones y se dan muchos premios, algunos merecidos, otros muchos no tanto. De hecho, los curriculums suelen tener una sección titulada Premios. En España pasa un poco lo contrario, somos sumamente rácanos a la hora de reconocer el mérito ajeno.
A la inflación de notas también contribuye la propia gestión de los centros educativos de EEUU concebidos como máquinas de generar éxito. En un panorama altamente competitivo donde las universidades luchan por atraer a cada alumno, los estudiantes tienen la sartén por el mango. Lograr notas altas se identifica con éxito, éxito de la universidad, del departamento, del profesor y de los alumnos. A las universidades les encanta airear este tipo de estadísticas. Un guarismo elevado, a ser posible con decimales, aporta una matiz de rigor, exactitud.
La situación general es que otorgar notas bajas pone al profesor en una circunstancia difícil y al alumno de determinados centros en desventajas frente a otros más generosos.
En las universidades de élite, como Harvard, todo el mundo saca sobresalientes y se justifica diciendo que es la prueba palpable de una exigente selección de alumnos acostumbrados a aspirar a lo máximo. Otro tipo de política de calificaciones distraería al alumnado de aprender, se dice, de educarse, que es lo principal.
No todo el mundo está de acuerdo, por supuesto, como Harvey C. Mansfield, profesor de ciencias políticas en Harvard durante más de cinco décadas que opta por dar a la mayoría de sus estudiantes sobresalientes en público, para no perjudicarles, y una segunda nota, la de verdad, en privado para que de verdad sepan la nota que se merecen.
En España este parece ser un tema ausente del debate académico. Quizás porque el estudiante no tiene el mismo estatus que el norteamericano o también puede ser porque las notas, los méritos académicos o en qué universidad uno se graduó siguen sin importarnos un carajo.