Ya no creo en las encuestas
La misión de una encuesta no es predecir un resultado electoral, sino mostrar un estado de ánimo social del momento en el que se realiza. Si lo que quieren es adivinar resultados electorales, hay métodos mucho más baratos: El Tarot, la quiromancia, la bola de cristal y, sobre todo, la lectura de vísceras de animales, muy apreciada, por cierto, en tiempos del imperio romano.
Foto: EFE
Un fantasma recorre Europa y el resto del mundo democrático tras el sorpasso que nunca existió en nuestro país, el Brexit en Gran Bretaña, el referendum colombiano y las elecciones estadounidenses que indicaban una ventaja de Hillary Clinton y que, finalmente, dieron la presidencia a Donald Trump: los ciudadanos han decidido que "no creen" en las encuestas.
Ahora, llévense las manos a la cabeza y santígüense, porque voy a hacerles una revelación que les va a llevar a plantearse su misma existencia: las encuestas tampoco creen en los ciudadanos. De hecho una buena encuesta incuirá varias preguntas de control para comprobar que el entrevistado no esté mintiendo. ¡Sí, amigos, las encuestas no creen en ustedes!
Segunda sorpresa: la razón de la existencia de una encuesta no es "acertar" con lo que va a pasar en las elecciones que se producirán dentro de dos meses, seis meses o un año. De hecho, la capacidad predictiva de una encuesta es inversamente proporcional al tiempo que falta para las siguientes elecciones.
Si me permiten la digresión, unas elecciones se parecen mucho a la compra de un coche. Si preguntamos a algún amigo que NO tiene previsto comprarse un coche en los próximos meses sobre el coche se se compraría, probablemente les conteste que le encantan los Mercedes o los Audi. En cambio, si hacemos esa misma pregunta a otro amigo que ya ha comenzado el proceso de compra y va a cambiar de automóvil en las siguientes semanas, le contestará que hay un modelo de Fiat y otro de Opel que realmente cumplen todas sus necesidades.
De igual forma a dos años de unas elecciones, sin candidatos, programas ni equipos sobre la palestra, su amigo le dirá que le gusta mucho el PACMA o Vox, mientras que cuando se vayan acercando las elecciones, comenzará a comentarle, tímidamente, que los experimentos, mejor con gaseosa, y que está pensándose en votar al PSOE o al PP.
Pero volvamos a las encuestas para darles la tercera gran sorpresa, a pesar de que no son su función: las buenas encuestas que se hacen en EEUU, Gran Bretaña o España normalmente aciertan más de lo que ustedes creen. Y les voy a poner un ejemplo; en las últimas elecciones estadounidenses, las encuestas básicamente acertaron el resultado.
Sí, sí, deje ese tomate en la cesta y olvide esas ganas locas que le están invadiendo de tirármelo a la cara. En EEUU, las encuestas acertaron el resultado. Hillary Clinton ganó las elecciones a Donald Trump por más de dos millones de votos, eso sí, tan espantosamente repartidos que el enrevesado sistema electoral estadounidense dio finalmente la presidencia al candidato que menos votos consiguió reunir.
De igual forma, en nuestro país, en las elecciones del 20D de 2015, las grandes empresas encuestadoras alcanzaron tasas de cercanía al resultado de más del 85%, e incluso, y aunque les sorprenda, en las complicadísimas elecciones del 26J de 2016, una repetición electoral sin precedentes alguno desde el que tomar referencias -si excluimos la sobre-representación que otorgaban a Podemos, fruto de modelos estadísticos que trabajaban con porcentajes lineales de abstención en todos los rangos de edad en lugar de prever una mayor participación de los más mayores y una importante caída de participación de los jóvenes-, el resultado de las encuestas más serias estuvo lejos de ser un absoluto desastre.
Porque al final, miren, la misión de una encuesta no es predecir un resultado electoral, sino mostrar un estado de ánimo social del momento en el que se realiza. Si lo que quieren es adivinar resultados electorales, hay métodos mucho más baratos: El Tarot, la quiromancia, la bola de cristal y, sobre todo, la lectura de vísceras de animales, muy apreciada, por cierto, en tiempos del imperio romano.