Gallardón, la hipocresía
La fonética demuestra que Alberto Ruiz Gallardón es hipócrita. Gallardón impide que aflore su verdadero yo. Como buen perfeccionista cierra la boca después de cada enunciado, como si dijera a mí no me vais a ver el plumero. Una entonación tan poco natural proyecta frialdad y una nula implicación del hablante con el mensaje: la ley, los oyentes y la mujer le importan muy poco.
Según el Diccionario de la Real Academia Española, hipocresía es el fingimiento de cualidades o sentimientos contrarios a los que verdaderamente se tienen o experimentan.
La fonética demuestra que Alberto Ruiz Gallardón es hipócrita.
Parece cuidadoso
El señor ministro pronuncia las consonantes 's' en todas las posiciones con sumo cuidado. En Madrid, este rasgo -como la nasalidad- marca la diferencia, la gran diferencia entre los que dicen 'ej que' o 'ej je' y los que dicen 'es que'. Gallardón es de los que dicen 'es que', por supuesto. También dice 'acto', 'concepto', 'exacto'. Elegante y sofisticado, controla los aspectos que le separan del habla vulgar, es decir, del vulgo, es decir, del pueblo.
El hablante que cuida su dicción muestra que se preocupa por quien le escucha, puesto que al pronunciar con claridad facilita la comprensión del oyente.
El análisis detallado del habla de Gallardón, sin embargo, pone al descubierto varias fallas en su articulación.
La más llamativa es la conversión de la consonante líquida lateral [l] en líquida golpeada central [r] en posición de inicio compuesto de sílaba: o sea, dice 'simprifica' en lugar de 'simplifica' [audio], o 'cumpriendo' en lugar de 'cumpliendo' [audio]. Podríamos pensar que esta mala pronunciación de 'l' se da solo en una posición difícil como '-pl-', pero no es así, también convierte en 'r' la 'l' entre dos vocales: dice 'de ra rey' [audio] en lugar de 'de la ley'. Más ejemplos [audio]: 'amprio' por 'amplio', 'defenderre' por 'defenderle', 'obrigación' por 'obligación' o 'perigro' por 'peligro'.
Aunque sin duda, lo peor para el oyente es su coarticulación extrema. Aquí es donde vuelve a marcar la diferencia con su acento deluxe -por no decir pijo-. Escuchen su versión de 'el tribunal constitucional' [audio], que convierte en 'el tibuná costucial', o de 'en la elaboración' [audio], que para él es 'en larboración'. En efecto, pronunciar a la vez dos o más sonidos que deberían ser consecutivos en la cadena hablada demuestra que pone muy poco cuidado al hablar.
Parece moderado
La voz de Gallardón es tan bonita, grave, suave, templada. Con unos 90 Hz de media nos acaricia con su timbre aterciopelado de barítono. La voz grave en los hombres se relaciona con credibilidad, liderazgo, confianza. Es la voz propia de una persona ecuánime y moderada que no se deja llevar por las pasiones. El amplio intervalo entre la frecuencia más grave -62 Hz- y la más aguda -llega hasta los 352 Hz para remarcar alguna idea clave- se asocia con una personalidad dinámica. ¡Fenomenal todo!
Pero de pronto ocurre algo, Gallardón se desata a lo Dr. Jeckyll y le surge una voz distinta, ronca [audio], estilo Joaquín Sabina [audio]. Y cuando el ministro no consigue retenerse como retiene sus ricitos con un corte al uno, su voz vuela libre hacia el falsete [audio]. Falsete, buena palabra.
Gallardón impide que aflore su verdadero yo. Como buen perfeccionista cierra la boca después de cada enunciado: se oyen los chasquidos que hace con la lengua cuando vuelve a hablar. Retiene el movimiento de sus labios y mandíbula, y pronuncia unas vocales casi ocultas, de timbre oscuro y poco definido. Como si dijera a mí no me vais a ver el plumero.
Parece empático
El tema del aborto es delicado, y el ministro es sensible. No pretende entrar con su ley como elefante en cacharrería ¡no!, por eso explica, paciente, todos los pormenores de la ley que no va contra la mujer, la pobre mujer, "siempre víctima" (sic.), con lo que le preocupan a él las mujeres.
La paciencia queda patente en las pausas con que entrecorta sus enunciados, como ese maestro de escuela que dicta despacito para que hasta los más burros lo cojan todo. Lo malo es que Gallardón introduce las cesuras y las cadencias donde no vienen a cuento, y así es imposible que el oyente vea el sentido completo de la frase. Y esto en un melómano está muy feo: ¿se imagina usted que Renée Flemming metiera una respiración antes de la palabra 'babbino' en la primera frase de 'O mio babbino caro'?
Y una sensibilidad casi poética que rezuma de un recurso retórico repetido: la anadiplosis, que consiste en retomar al inicio del enunciado el final del enunciado siguiente [audio]. Dice por ejemplo el ministro: "La mujer siempre es víctima, víctima de una situación grave...", ¿no es bonito?
Cuando el hablante está implicado en su mensaje hace inflexiones con la voz, sobre todo hacia el agudo. Muy implicado, don Alberto sube en las palabras más importantes de su mensaje. Mejor dicho, sube el tono en una o dos palabras de cada enunciado, más o menos la que le indica el piloto automático.
La entonación con que recita los detalles de la ley parece la del boletín de las cinco [audio]. Utiliza una figura entonativa que se conoce como esdrujuleo: desplaza el acento a la antepenúltima sílaba del enunciado y convierte en esdrújulas palabras llanas o agudas, o grupos de palabras. En el sintagma preposicional 'de la ley', por ejemplo, el ministro hace la prominencia de tono en la preposición 'de', lo que resulta incorrecto y poco natural puesto que los hablantes de español entendemos las preposiciones como palabras átonas, es decir, sin acento.
Una entonación tan poco natural proyecta frialdad y una nula implicación del hablante con el mensaje: la ley, los oyentes y la mujer le importan muy poco. Si no, no se explica un razonamiento como este [audio]. Dice que será necesario un informe psiquiátrico para certificar que una mujer sufrirá un grave problema psíquico cuando su bebé muera a las horas de nacer porque tiene una patología incompatible con la vida.
Eso es empatía, ¡sí señor!