Un día de mierda para todas las mujeres
Lo que acabas de leer no es una violación, según los jueces que han dictado la sentencia. Uno de ellos quería, incluso, absolverles: "Está claro que, dolor usted no sintió", le dijo a la víctima en una de las vistas. ¿Qué sabrá él del dolor de una violación? Qué sabrán los magistrados que no están especializados en violencia de género (o cuya especialización consiste en hacer cursos online) sobre el miedo que pasamos volviendo solas a casa o quedándonos solas en una fiesta como la de San Fermín. Qué sabrán de la humillación que supone ir a una comisaría a contar que te han violado y que te pregunten cómo de borracha ibas. Que se te olvide declarar "x" cosas en la primera declaración, donde estás acojonada y en shock; y te culpen por ello en la segunda: "¿Y por qué usted no contó esto antes?".
Qué sabrán ellos de contar a tu entorno que has sufrido una agresión sexual y que te cuestionen hasta los tuyos, de sentirte como una loca. De pensar que quizá no fue para tanto. De darte cuenta de que te pasa por ser mujer, y de que te puede pasar a ti, pero también a tu compañera de trabajo, a tu hermana o a tus hijas. Qué sabrán ellos...
9 años de nada. 9 años en prisión por meter a una chica de 18 en un portal y violarla. Sí: violarla. Aunque la sentencia diga que no hubo intimidación ni violencia. Cuando cinco borrachos y drogados se meten contigo en un portal y te penetran sin consentimiento, lo graban mientras la joven está en shock, se jactan de ello, lo cuentan en sus grupos de Whatsapp como si fuese un logro y la víctima termina llorando desconsolada en un banco, creo que no estaría de más llamarlo violación.
Cuando he visto la lectura de la sentencia de La Manada me han entrado ganas de llorar. De impotencia, porque la tristeza con estas cosas la dejé atrás hace tiempo y la cambié por rabia. Lo primero que me ha venido a la cabeza han sido las niñas pequeñas que tengo alrededor en mi familia y la que viene en camino. Pienso también en las pequeñas Carmen o Ana, hijas de amigas mías cuyas fotos me alegran cada mañana y por un momento me llevan lejos de realidades como la de hoy: tan divertidas, tan pequeñas, tan inocentes...
Pienso en el mensaje que las estamos dejando: si cinco tíos te someten en un portal en una situación de clara superioridad física, no es una violación. Y es más: te podrás cruzar a esos tíos por la calle años después. Si te resistes, como ocurrió con Nagore Laffage o Diana Quer, te matan. Si no te resistes, no te van a creer. Un mensaje vergonzoso para todas las mujeres de España, pero también para los hombres: violar no sale tan caro, ¿no? Y, por supuesto, pienso en la víctima y en todo lo que ha debido sentir ella si a mí me han entrado nauseas.
Cada día tengo más claro que tendré que decirles a mis hijas lo mismo que me decía mi madre a mí y que a mi madre le decía mi abuela: "Ten cuidado", "no vuelvas sola por la noche", "no hagas caso de lo que te dicen los chicos".
Una oportunidad perdida
Este caso podría haber marcado el comienzo del fin de la cultura de la violación. Los 22 años que pedía la Fiscalía o los 25 que reclamaba la acusación habrían sido suficientes para demostrar que, por fin, algo está cambiando: penas ajustadas a la barbaridad que han hecho estas malas bestias. Qué ilusas: el enemigo —el machismo y el patriarcado— también está en las instituciones.
Cinco hombres metieron en San Fermín de 2016 a una chica en un portal, la penetraron anal, oral y vaginalmente sin condón ante la pasividad de ella por su estado de shock, le robaron el móvil y siguieron de fiesta. Dos años después una sentencia concluye que esto no es violación.
Hoy, las mujeres españolas nos hemos sentido muy solas. Mañana estaremos más unidas que nunca. La sentencia es una agresión a todas las mujeres de un país donde se produce una violación cada ocho horas. Y es una chispa más que aviva la llama del feminismo. No vamos a parar.
Es una cuestión de justicia.