Soy millennial, ¿y?
Soy millennial. Por lo visto hasta la médula, porque nací en 1993 y se denomina así a la generación de los nacidos entre los años 1980 y 2000. También me rodeo de millennials: amigos, hermanos, primos, compañeros de piso, de trabajo... Quedamos por Whatsapp para tomar unas cervezas, nos hacemos selfies y stories en Instagram y luego colgamos las fotos en Facebook, para comentarlas y reírnos de lo feos que salimos a pesar de que hayamos utilizado el filtro que mejor nos sienta. Pero somos mucho más que eso. Aunque algunos se empeñen en utilizar los argumentos más rancios que se les ocurren para descalificarnos.
Este lunes El País publicaba una columna de opinión de Antonio Navalón titulada Millennials: dueños de la nada. Basta con leer sólo las primeras líneas para que uno entienda que a cualquiera que se encuentre en ese rango de edad le pueden ofender o indignar todas esas afirmaciones.
Hay una única cosa en la que coincido con el autor del artículo: "Los millennials vienen pisando fuerte". Ahí no se equivoca. No nos queda otra: somos la primera generación desde la posguerra que llega a los 30 años con ingresos menores que los nacidos en la década anterior. Es decir, somos la primera generación que vamos a vivir en peores condiciones que nuestros padres.
Venimos pisando fuerte porque, a pesar de ser nativos tecnológicos, estar sobrecualificados, hablar varios idiomas y tener información al alcance de nuestras manos, vamos a tener que luchar mucho. Tenemos que competir entre nosotros por tener el mejor currículum, acceder a un puesto de trabajo en el que 3.000 solicitantes pelean por una plaza, buscarnos la vida como autónomos para llegar a fin de mes o pagar —los que pueden— el alquiler de un piso.
"No existe constancia de que ellos hayan nacido y crecido con los valores de civismo y responsabilidad", "no se identifican con ninguna aspiración política o social", "su falta de vinculación con el pasado y su indiferencia hacia el mundo real son los rasgos que mejor los definen". Basta con acercarse una tarde al centro de Madrid y sentarse en una terraza a escuchar una conversación entre millennials para entender que este tipo de afirmaciones son erróneas. Nos hace pensar que algunas personas de nuestras generaciones adultas no han entendido nada.
Estudié Ciencias Políticas porque quería cambiar el mundo. Me rodeo de millennials cuyo objetivo era el mismo que el mío al empezar la universidad y algunos de los cuales hoy rozan la depresión y tienen ataques de ansiedad por las condiciones en las que viven, estudian o trabajan. Quedamos a tomar algo y compartimos nuestras preocupaciones: unos no han conseguido trabajo, otros no llegan a fin de mes y los más mayores sueñan aún con poder pagar una hipoteca como la que pagaron sus padres a una edad mucho más temprana que la suya. Hablamos mucho de los amigos que están fuera, que tuvieron que dejar todo para buscarse un futuro. Para trabajar limpiando platos en Londres. No para subir una foto al pie del Big Ben y poner el filtro que refleje mejor la luz.
SNOWDEN Y MALALA TAMBIÉN SON MILLENNIALS
Fue un grupo de millennials el que hizo estallar el 15M, al que luego se unieron personas de todas las edades pero que se definía por ser un movimiento social joven que hizo despertar a España de un sueño profundo en mitad de una crisis de legitimidad política y financiera. Un movimiento que llevó a la creación de uno de los cuatro principales partidos que hay ahora en la esfera política española —muchos de cuyos miembros, por cierto, también son millennials— y que se propagó por el resto del mundo. En esas plazas y manifestaciones compartíamos espacio e ideas con otros no-millennials. Hablábamos con ellos de mayo del 68, de la represión franquista, del capitalismo o de la globalización. Ellos, algunos de los cuales ya pasaban los 70 años, nos daban las gracias por despertar.
Son millennials muchos de los integrantes de Greenpeace, aquellos que se juegan el tipo y la vida para que nuestros hijos —y los nietos de los no-millennials— vivan en un planeta seguro y sano. Son millennials también aquellas mujeres que han logrado un despertar del movimiento feminista consolidado y han conseguido que la desigualdad de género esté a la orden del día en las agendas de Gobiernos de muchos países del mundo. Son millennials Edward Snowden, Malala o la mujer que plantó cara a una manifestación de neonazis en Suecia.
Somos millennials. Somos la 'generación Trump' que no votó a Trump (un 55% de jóvenes de EEUU votó a Clinton) ni a Theresa May, la generación que se ha comido con patatas (y se seguirá comiendo) las consecuencias de la Gran Recesión, de las que son culpables los no-millennials. Somos la generación de los licenciados trabajando en el Burger King, de los doctorados emigrando a Reino Unido y de los becarios eternos. También somos la 'generación NiNiNi': ni trabajamos, ni estudiamos, ni nos dejan. Y, aún así, a pesar del cansancio que todo ello produce, seguiremos riéndonos, disfrutando de las pequeñas cosas y haciéndonos selfies, que también se nos da bien. Mientras, otros no entienden que, quizá, el fracaso no es nuestro. Quizá, y sólo quizá, no seamos nosotros los que no escuchemos.
Lo peor de hablar de la juventud es no conocer a los jóvenes.