Las lágrimas de una madre
El día 20 de octubre es el Día Internacional de acción por la Despatologización de la Transexualidad. Resulta que la OMS sigue empeñada en considerar, que la transexualidad es una enfermedad. Y no lo es. Y considerarlo así solo sirve para contribuir a la discriminación de las personas trans. Y con la discriminación, a la marginación y al sufrimiento.
El día 20 de octubre es el Día Internacional de acción por la Despatologización de la Transexualidad. Resulta que la OMS, Organización Mundial de la Salud, considera, sigue empeñada en considerar, que la transexualidad es una enfermedad. Y no lo es. Y considerarlo así, considerar que la transexualidad forma parte de la lista de enfermedades mentales, solo sirve para contribuir a la discriminación de las personas trans. Y con la discriminación, a la marginación y al sufrimiento. Y no hay derecho.
En el año 2011 el Parlamento Europeo aprobó una resolución pidiendo a la OMS que cambiase esa calificación y la OMS está revisándola. En muchos países, personas de muchas organizaciones vienen impulsando iniciativas para apoyar la campaña por la despatologización de la transexualidad. Y el día 20 de octubre se volverá a reivindicar, se impulsará de nuevo esa iniciativa, esa exigencia.
Y hay una madre... una madre angustiada que acudió hace un par de días a hacer una consulta a un Registro Civil. Y la funcionaria del Registro Civil, persona con la que mantengo una antigua y relativamente buena relación, la atendió. Y escuchó la consulta de una madre angustiada que, envarada y a la defensiva, comenzó preguntando los requisitos para poder acceder a la Ley 3/2007, la ley que permite la modificación de la mención registral de sexo y el cambio del nombre propio en el acta de nacimiento de las personas transexuales. La ley de la dignidad tan necesaria, tan debida a las mujeres y a los hombres transexuales, por la que organizaciones como la FELGTB, Federación Estatal de Lesbianas, Gais, Transexuales y Bisexuales, hemos peleado mucho.
Y la funcionaria, acertando a meterse en sus zapatos a la primera, explicó lo mejor que supo y pudo los requisitos de la ley, las circunstancias precisas para cumplir la burocracia. La informó. Y le explicó también la génesis y la necesidad de esta ley y cómo ayuda a paliar los sufrimientos de las mujeres y los hombres transexuales. Y la tranquilizó.
"¿Cómo se llama la persona para la que viene a recabar esta información... cuál es su nombre auténtico... no el nombre que aparece en la partida de nacimiento...?" Y la madre dijo que se trataba de su hijo, bueno, su hija y que "él, bueno, ella quiere que le llamen Ana". Y con el Ana salieron dos lágrimas y con las lágrimas se deshicieron las defensas.
"Su nombre es Ana, se llama Ana y es una mujer" y en la madre se desvaneció el temor. "Su hija se llama Ana y es una mujer, llámenla y trátenla como lo que realmente es. Ustedes pueden hacer que le cambie la vida. Para bien o para mal. Pueden hacer que se integre, que sea feliz". Y la funcionaria, que ya no lo era tanto, se embaló en una prolija explicación sobre la realidad de las personas trans, especialmente de los jóvenes transexuales y de sus circunstancias y de sus miedos y de sus temores y de sus necesidades y de sus luchas. De su soledad y de su marginación. De su tremenda discriminación.
Y mientras hablaba, se asombraba de cómo los ojos de la madre se aclaraban con sus palabras y cómo su cuerpo se relajaba y, sí, al final, sonrió y, definitivamente inundada en lágrimas, le dio un abrazo. El abrazo de una madre a la que nadie ni nada podrá convencer de que su hija tiene una enfermedad. Es su niña, nacida en el cuerpo que no le correspondía, pero hermosamente sana.
El día 20 de octubre la madre y yo y la funcionaria también y tú con nosotras, exigiremos ¡despatologización trans, ya! Porque no hay derecho.