A mí sí me funcionó el cigarrillo electrónico
¡Cinco años hace ya! Cinco años desde que dejé de fumar. En cada intento siempre he tenido mis piedras angulares: hipnosis, acupuntura, el famoso libro del cómo dejar de fumar, etc. Mi última piedra angular fue el cigarrillo electrónico, y sí, sí que me ayudó, y mucho.
¡Cinco años hace ya! Cinco años desde que dejé de fumar por última vez, aunque espero que esta sea la definitiva. En cada intento siempre he tenido mis piedras angulares sobre las que focalizar mi mente, esas cositas que eran absolutamente imprescindibles para dejar el tabaco: que si la hipnosis mística que controla la mente, que si las millones de afiladas agujas de la acupuntura, que si el famoso libro del cómo dejar de fumar, etc. Mi última piedra angular fue el cigarrillo electrónico, y sí, sí que me ayudó, y mucho.
Todos hemos oído hablar de las mil teorías sobre la adicción a la nicotina, sobre la duración de la adicción una vez que dejas de consumirla y todo ese rollo. Pero, al menos en mi caso, había una adicción que era a mi parecer tan fuerte como la de la nicotina: tener algo en las manos y echar humo por la boca. Dicho así suena estúpido pero, cada vez que había dejado de fumar, tenía como que aprender de nuevo a estar en determinadas situaciones sin estar acompañado de un cigarrillo. Me explico: ¿Qué haces cuando estás trabajando y los compis paran a fumar un cigarrillo para despejar la cabeza? ¿Sales o no? ¿Y cómo sales sin fumar? O, cuando subes a una montaña y, después de llegar arriba te sientas a disfrutar de las maravillosas vistas y te enciendes un cigarrito, ¿qué haces ahora? Y, sí, ya sé que esto último parece una aberración, pero probablemente fumar en sí mismo ya es una aberración. También está el cigarrito de cuando esperas a alguien, el de después de las comidas, el de pensar, el de qué buen trabajo he hecho, el de concentrarte, el de dispersarte, etc. etc. En definitiva, creo que tenía una adicción muy fuerte a la acción de fumar en determinadas situaciones, y no tanto a la nicotina.
Así que, el cigarrillo electrónico cumplió la función de acompañarme en esos momentos. De hecho, nunca utilicé los cartuchos de nicotina sino los de manzana que me resultaban muy fresquitos para la garganta. Me ayudaba el tener algo entre las manos, el relajarme con el humo como hacía cuando fumaba, todos esos juegos que hacemos con el humo los fumadores. Y poco a poco, y sin mucho esfuerzo, iba redescubriendo las ventajas del no fumar: la ropa sin olor, la boca sin sabor, recuperar el olfato, la no dependencia de tener que tener tabaco, etc... Y, sobre todo, sin el mono de tener un cigarrillo en la mano en tantas ocasiones.
Y pasados tres meses o así, y ya desenganchado del tabaco, me ví a mi mismo raro, ridículo, quizá hasta absurdo, estando todo el día con ese aparato en la mano. Quizá ese mono estaba también desapareciendo de manera natural. Así que, un día lo metí en un cajón y, ¡hasta hoy!
PD: Aún algunas veces me despierto sudando a medianoche recordando con horror mi cuerpo lleno de agujas.