Hipótesis de muchos crímenes
¿Cuántos crímenes se tapan con las sotanas? ¿Se trapichea con los delitos de los religiosos a cambio de los votos obtenibles gracias a los púlpitos? Avalar las conductas pederastas e implorar al Altísimo contra los enemigos de la sacrosanta religión, entra de lleno en el más oscuro género negro. Y el autor lo ve aún más negro porque cree su hipótesis literaria muy cercana a la realidad.
¿Cuántos crímenes se tapan con las sotanas? ¿Por qué tiene la mayoría de los políticos tanto miramiento con los eclesiásticos? ¿Se trapichea con los delitos de los religiosos a cambio de los votos obtenibles gracias a los púlpitos? ¿Son investigados los curas pedófilos? ¿Se atreven las familias a denunciar los abusos sexuales de los curas a los menores? ¿Acusan los fiscales? ¿Condenan los jueces? ¿O todo se resuelve con la sagrada absolución? Son preguntas a las que trata de dar respuesta Secretos de confesión, novela negra de Ediciones El Garaje, recién publicada.
La novela parte de la hipótesis de que en España se practica la pederastia sacerdotal tanto, al menos, como en Estados Unidos, Australia, Bélgica, Holanda y otros países, entre ellos la católica Irlanda. Sin embargo, son muy pocos los casos que, en la católica España, han aflorado ante los tribunales. En la novela, la justicia encarcela a un trabajador inmigrante, pero intenta disimular las agresiones sexuales de sacerdotes a menores. Un fiscal lo explica así: "No es lo mismo acusar a un inmigrante que a un obispo".
Entre los argumentos para tapar la pederastia sacerdotal, aparece en la novela el viaje del Papa a España y la vehemente necesidad de evitarle que sufra, a diferencia de lo que ha ocurrido en otros países, en los que el Santo Padre ha llegado a pedir perdón a las víctimas. El camino para impedirle tanto sufrimiento no es acabar con esa lacra, sino conseguir que en España no aparezca, que no se vea. La Conferencia Episcopal lo tiene claro y acude a todas las presiones ante los poderes públicos para borrar las huellas, cada vez más visibles, de ese delito... En el forcejeo con una pareja de abogados, empeñados en defender a las víctimas, a veces saltan chispas.
Esta novela, que se inicia con el asesinato de un sacerdote, en el confesionario, indaga y describe el modo de actuar de los ministros de la Iglesia y sus habilidades para escurrir el bulto, negar la evidencia y justificar con la dedicación apostólica, las más sucias conductas... Aparece también la corrupción política y de la justicia y la complicidad de los poderes en aras de la impunidad sacerdotal, contra la que trabajan, en un ambiente hostil, dos juristas comprometidos.
Muchos de los personajes más negros de la trama son puro reflejo de los prebostes de la realidad. Así, tras los sucesos protagonizados hace unos meses por el entonces presidente del Tribunal Supremo y del Consejo General del Poder Judicial, Carlos Dívar -con sus injustificados gastos privados a costa del erario público-, la novela recrea el perfil de un jurista con idénticos cargos, "designado por consenso de los dos grandes partidos: un personaje untuoso, de saludo verbal y manual flácido y de acendrada religiosidad", que se dirige telefónicamente, con su "voz gangosa, blanda, algodonosa", a la juez que tiene sentado en el banquillo a un párroco, y le sugiere que conduzca y resuelva el juicio "con prudencia". La juez Sonia de la novela le cuelga el teléfono.
La máxima negrura de Secretos de confesión -cuyo primer capítulo, Cosme, publicamos hoy en El HuffPost- reside en la justificación pastoral con que los clérigos eluden sus responsabilidades y se consideran víctimas de un ataque en toda regla contra la Iglesia. Avalar las conductas pederastas que se producen en un contexto apostólico, con los niños como víctimas, e implorar al Altísimo contra los enemigos de la sacrosanta religión, entra de lleno en el más oscuro género negro. Y el autor lo ve aún más negro porque cree su hipótesis literaria muy cercana a la realidad.
La impunidad total de estos hechos durante el nacionalcatolicismo de la dictadura franquista ha creado una tradición en España. Si las víctimas -de entonces o de ahora- se deciden a denunciar y los poderes públicos a investigar, estoy seguro de que España dejaría de ser diferente de los países que persiguen esa lacra y los invisibles delitos empezarían a verse. También para los periodistas constituye un reto contar la realidad oculta. A mí me coge un poco mayor y con la novela me basta.