La democracia llega en el momento más difícil
Algunos esperan su fracaso, muchos trataran de impulsarla por encima de todo, y la mayoría espera que su difícil situación mejore, gobierne quien gobierne. Es evidente que, en ese contexto, el apoyo europeo y de otros socios de Egipto es crucial.
Las elecciones presidenciales en Egipto y legislativas en Libia representan una nueva oportunidad de comprobar hasta qué punto las visiones ancladas sobre esta región nos llevan a querer ver ante cada paso una confirmación de viejos tópicos.
Tomemos el caso de la democracia egipcia. Uno de los errores más frecuentes en el analisis actual de la transición en Egipto es confundir el proceso con el resultado. ¿Es la elección de un islamista incompatible con la democracia? No pocos creen que sí, y cuestionan el carácter democrático de la elección en función del elegido.
Hace tan solo dos años, Egipto estaba inmerso en plena campaña para que Gamal Mubarak sucediera a su padre en la presidencia. Los argumentos eran los siguientes: que este sería el primer presidente civil (en un mundo que ya no aceptaría un nuevo presidente militar, siguiendo el ejemplo sirio), que tenía lazos profundos con Occidente (había estudiado en EE UU y trabajado en Londres) y hablaba perfectamente inglés. Nadie reparó entonces en que muchos egipcios encajaban en dicho perfil. Incluyendo al ahora presidente Morsi.
Visto de esta manera, lo que marca la diferencia es el proceso, un proceso que a pesar de las dificultades, ha desembocado en la primera elección realmente democrática de un jefe de estado en el mundo árabe. Esta elección no convierte a la sociedad egipcia en una democracia consolidada, pero refuerza la causa democrática en la región.
Lo verdaderamente difícil empieza ahora. Las elecciones no son la culminación sino el punto de partida de la democracia. Morsi ha recibido una presidencia de poderes limitados y compartidos. Si bien las elecciones han transferido formalmente el poder del ejercito al presidente, la trasferencia efectiva y plena tardará en llegar y será fruto de complicadas negociaciones, que probablemente se vienen desarrollando a diario, incluso desde antes del anuncio del resultado de las elecciones. El resultado de esta negociación marcará el rumbo del país y buena parte del éxito de Morsi. Este tendrá grandes escollos que superar de forma urgente, en momentos en que la tregua política parece estar en suspenso y la temperatura política aumenta cada hora.
Su primer desafío es la estabilización y recuperación de una economía muy deteriorada tras 18 meses de transición. La ayuda financiera del FMI está tardando en llegar, y debe concretarse urgentemente. Más aún si tenemos en cuenta que la ayuda financiera directa de la UE, EE UU y los países del Golfo depende de este acuerdo. Dicho paquete no será suficiente ante las necesidades acuciantes del país, y la comunidad internacional debe incrementar su cooperación en otros ámbitos. No sorprende, pues, que Morsi haya escogido Arabia Saudí como destino para su primer viaje al exterior, donde además de restañar viejas heridas ha buscado, sobre todo, que este país incremente su apoyo económico. Desde la Unión Europea ya estamos trabajando en una "Task Force" centrada en crear empleo, atraer inversión privada y potenciar el comercio.
El segundo desafío al que se enfrenta Morsi es el institucional. Asume la presidencia cuando aún está pendiente la elaboración de la Constitución que delimitará el reparto de poderes, con un Parlamento disuelto cuyas competencias se ha atribuido temporalmente el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas (CSFA), decisión que Morsi trató de revocar en vano ante la oposición de la Corte Suprema. A ello deben añadirse las diferencias sobre la elaboración y transparencia del presupuesto y la reforma del sistema judicial. Mientras los partidos islamistas han aplaudido su gestión, la mayoría de fuerzas y personalidades laicas la censuran enérgicamente.
El desafío social no es de menor entidad. Los ciudadanos ven a un presidente que trata de alejarse de la imagen de Faraón cultivada por los Mubarak, que gobernaban a una distancia casi divina. Las iniciativas para acercarse al ciudadano se multiplican: posibilidad de dirigirse directamente al presidente, creación de comisiones para atender demandas de los manifestantes, etc. Las expectativas, que han aumentado exponencialmente tras la revolución, son enormes, y las posibilidades de satisfacerlas muy limitadas. Los revolucionarios de Tahrir, que apoyaron a Morsi frente a Shafiq se sintieron decepcionados por su primer discurso y sus acuerdos con los militares. Los coptos y colectivos como los jóvenes (la región concentra el desempleo juvenil más alto del mundo) o las mujeres esperan mucho de esta transición, más de lo que ningún gobernante en esta situación sería capaz de satisfacer.
La comunidad internacional también espera mucho. Morsi ya ha anunciado que respetará los acuerdos internacionales firmados por su país. Estamos ante una oportunidad de mayor estabilidad en la zona, una estabilidad entre democracias, que pueda ganar con el tiempo la aquiescencia de la sociedad egipcia. Sin embargo, muchos en lugares como Israel no parecen ver esta oportunidad, y se concentran más en la incertidumbre del presente -y la previsible mayor complejidad en las relaciones con los nuevos gobiernos de la región- que en las posibilidades que este proceso presenta.
Tampoco es previsible que se tensen las relaciones con EE UU, que en un gesto histórico ha tendido la mano a los Hermanos Musulmanes con el viaje de Hillary Clinton el pasado sábado. Cabe esperar del ala derecha republicana mensajes duros hacia los islamistas con los que presionarán al presidente Obama, quien, por su parte, tratará de evitar que se haga electoralismo con esta cuestión.
Europa tiene ahora una especial responsabilidad hacia Egipto. Sin duda, éste será el principal mensaje de Catherine Ashton cuando el próximo jueves se reúna por primera vez con el presidente Morsi. Él también comparte este interés en desarrollar una relación prioritaria.
¿Cómo interpretar la complejidad de esta situación? La democracia llega en el momento más difícil, algunos esperan su fracaso, muchos trataran de impulsarla por encima de todo, y la mayoría espera que su difícil situación mejore, gobierne quien gobierne. Es evidente que, en ese contexto, el apoyo europeo y de otros socios de Egipto es crucial.
Los islamistas han recorrido un largo camino, el que va desde la oscuridad de las cárceles y el exilio, en un tiempo en que -privados de todo acceso a cualquier administración- su único lenguaje político era el de la religión, la crítica a Israel y a las dictaduras, hasta el de ser fuerzas de gobierno con programas moderados. El camino aun será largo, y habrá sobresaltos. En Occidente muchos los siguen mirando como si siguieran en el pasado, como si nada hubiera cambiado. Debemos entender lo que está ocurriendo: nosotros también tenemos que recorrer un largo camino, pues serán nuestros compañeros de viaje durante años, y juntos hemos de trabajar ante los muchos desafíos de una región que compartimos.