La triste aventura de ser homosexual en Bielorrusia

La triste aventura de ser homosexual en Bielorrusia

Bielorrusia no permite ninguna organización que reivindique los derechos de gais, lesbianas y transexuales (LGBT). Militar en Bielorrusia sin estar registrado puede llegar a costar dos años de cárcel.

La entrevista se convoca al "estilo Minsk": evitando e-mail y teléfono, por Skype, y en una de esas colmenas de hormigón cuyo emplazamiento no puedo revelar. El presidente de Gay Belarus, Siarhei Androsenka, apenas tiene veintitrés años, y lleva desde los quince peleando por la normalidad en un país asfixiado por la mano tozuda y firme del dictador: Aleksander Lukashenko, sentado en el trono desde 1994 gracias al fraude, la represión y un modelo soviético de protección social financiado por Rusia.

Siarhei es alto y delgado, nervioso, casi afilado; desde una habitación desierta, encarna el perfil de un movimiento famoso por ser extremadamente joven y tener que actuar, en pleno 2012, de forma clandestina. "Gay Belarus tiene setenta y ocho miembros por todo el país; hay tres o cuatro organizaciones más, pero somos los únicos con vocación profesional", explica Siarhei. "Nuestro objetivo es educar poco a poco a la sociedad con seminarios y actos públicos, a través de las universidades, en las regiones...". Esa es la teoría, pero entre las palabras y los hechos, a veces, hay una barrera insalvable. El año pasado el Orgullo Gay de Minsk consistió en quince personas. ¿Sólo quince? "Eran las permitidas. En 2010 nos presentamos cuarenta personas, pero apareció la policía; doce fueron detenidas y dos de ellas sometidas a juicio".

Siarhei me enseña el vídeo: una multitud de jóvenes lleva una larga bandera del arcoíris por el centro de Minsk, porta carteles y corea contra la discriminación. Hay grabadoras y cámaras de fotos; las caras desprenden ansiedad. De repente chirrían unos neumáticos, la bandera cae al suelo, sus portadores huyen en desbandada. Policías de uniforme persiguen a los manifestantes y los meten a empujones en dos jeeps militares y un minibús (por camuflaje o falta de dinero, la policía bielorrusa acumula a los arrestados en viejos minibuses). Es un ejemplo de lo que pasa cuando se cruzan las estrechas líneas marcadas por el Estado, que, en general, deja un pequeñísimo margen de esparcimiento para la oposición y movimientos indeseados, ninguno de los cuales tiene gota de presencia en las instituciones. "A veces nos permiten actos y conferencias", continúa Siarhei, "siempre que se celebren en el interior de un edificio. Así hemos llegado a reunir hasta trescientas personas".

Ser homosexual en Bielorrusia dejó de ser ilegal en 1994, y ya está; hay algunos bares gais en Minsk, pero eso es todo. La discriminación se aprovecha del vacío legal: sigue presente en la vida pública, en los medios, a la hora de buscar casa o empleo. A diferencia de sus vecinos Rusia y Ucrania (donde la homosexualidad también padece trabas públicas), Bielorrusia no permite ninguna organización que reivindique los derechos de gais, lesbianas y transexuales (LGBT). "Hemos intentado registrarnos de nuevo este año, pero el Ministerio de Justicia nos volvió a rechazar aduciendo que había un error en la dirección de un miembro...", dice Siarhei.

Militar en Bielorrusia sin estar registrado puede llegar a costar dos años de cárcel. Por eso Siarhei y los suyos no dicen ni una palabra de cómo se financian; por eso cambian de apartamento dos veces al año, para evitar a la KGB y a su otro gran enemigo: los grupos homófobos. La última vez que se mudaron fue por una enorme pintada homófoba que apareció en las escaleras. "Muchas veces se trata de actos espontáneos, de hooligans o de cristianos radicales [la Iglesia Ortodoxa rechaza públicamente la homosexualidad; ndr]", dice Siarhei, "aunque hay algunas organizaciones de extrema derecha declaradamente homófobas". Un acoso que puede alcanzar el asesinato; un peligro tal que la policía, casi siempre acosadora, ha tenido que proteger alguna vez los bares gais de Minsk.

Es un territorio sensible donde se tiende a caminar de puntillas. También en la quijotesca arena política, donde Gay Belarus colabora con sindicatos y ONGs, con el pequeño Partido Verde y los jóvenes socialdemócratas; no así con la mayoritaria oposición conservadora, que no desea ver en las manifestaciones carteles ni pancartas a favor de los derechos LGBT, porque luego las televisiones, oficiales ellas, identifican opositores con "pervertidos". Es parte del retorcido divide et impera practicado por Aleksandr Lukashenko, homófobo reconocido por declaraciones del tipo "prefiero ser dictador que gay". Fue su forma de responder a las críticas de Guido Westerwelle, ministro de Exteriores alemán abiertamente homosexual.

Si la cabeza visible del país habla así, ¿qué se puede esperar de la ley y las instituciones? ¿Hasta dónde coinciden los prejuicios del presidente y de la población? Cuando nada se mueve sin que la burocracia lo sepa, cuando las riendas del Estado y los medios de comunicación están en el mismo puño, el cambio se resiste a llegar, se queda a medio camino de la economía, la política o las costumbres.

Es ahí, a ras de calle, donde trabajan organizaciones como Gay Belarus, Vstrecha ("encuentro") o Club A 6, dedicadas a trepar muros que ya cayeron, o casi, en otros países.

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