El guía de Auschwitz

El guía de Auschwitz

Era un hombre atento, menudo y caballeresco en línea con su acento británico. Llevaba diez años guiando en Auschwitz-Birkenau al menos dos veces por semana, o sea que había visitado los barracones, las montañas de cabello humano, las celdas de castigo y la cámara de gas por lo menos mil veces.

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Era un hombre atento, menudo y caballeresco en línea con su acento británico, tan preciso que no se trabó ni una sola vez en las tres horas y media de visita. Normal: llevaba diez años guiando en Auschwitz-Birkenau al menos dos veces por semana, o sea que había visitado los barracones, las montañas de cabello humano, las celdas de castigo y la cámara de gas que queda en pie por lo menos mil veces. Además de su experiencia, la inseguridad de los visitantes resultaba un abono adecuado para su labor.

¿Cómo te comportas en un campo de exterminio? Salvo los maleducados que fuman o hablan por el móvil, la mayoría entra y sale sin abrir la boca. Escucha con sutil reverencia, inclinada un poco hacia delante con los brazos cruzados; está bloqueada. Ni siquiera toma fotos por miedo a que el clic suene como estornudar en un entierro. ¿Para qué? ¿Para mendigar unos "Me gusta" en Facebook? ¿Para marcarse una dura reflexión sobre la condición humana bajo la foto del Arbeit Macht Frei? Mejor callar y escuchar.

El guía, utilizando su paraguas como bastón (acaba de llover; el cielo permanece nublado), se hace cargo de toda esa tensión y la moldea con buen pulso, rematando cada exposición con frases del estilo "No tenía derecho a seguir viviendo", "la cifra real, posiblemente nunca la sabremos" o "hay que tener cuidado con donde se pisa: nadie sabe si lo que hay bajo nosotros es una tumba de cenizas". Pese a que lo redacta él mismo y lo adapta según su audiencia (si son médicos, enfatiza los experimentos; si son muy jóvenes, elude algunos detalles), su guión es ordenado y concreto, ceñido al curso que imparte el Estado polaco, dueño de los campos, para emitir certificados de guía.

Se trata de un trabajador de la Memoria; desde la apertura del Museo estatal (encargado de mantenimiento y visitas, investigación y publicaciones) en 1947, Auschwitz I y Auschwitz II-Birkenau han sido visitados por 25 millones de personas; 1,4 millones sólo en 2011. Esta es una parte de la industria mundial centrada en investigar con precisión aterradora cómo se organizó el exterminio. Al viejo por qué sigue una respuesta que dura décadas de documentación y análisis en multitud de formatos.

Fragmento de La Lista de Schindler, obra maestra de Steven Spielberg sobre el Holocausto/Universal Pictures, 1993. Vídeo: Youtube.com

68 años después de que la vanguardia soviética liberase Auschwitz, este esfuerzo descansa en los hombros de 193 instituciones pertenecientes a la Association of Holocaust Organizations, la mayoría en EEUU, que siguen aportando resultados. El pasado febrero, el U.S. Holocaust Memorial Museum destiló nuevas cifras que llevó 13 años contrastar: los nazis establecieron 980 campos de concentración, 30.000 campos de trabajo esclavo, 1.150 guetos judíos, 500 burdeles de prisioneras y miles de campos de la muerte, una pesadilla que todavía sigue viva en víctimas y verdugos (investigadores alemanes intentan hoy sentar en el banquillo a 50 guardianes de Auschwitz encontrados en una lista).

Acostumbrados al horror de las fotografías en blanco y negro donde prisioneros famélicos se acercan a las alambradas, llama la atención el contraste de los turistas con los propios campos. Entre los edificios grises y húmedos destellan chubasqueros amarillos y bolsos rojos, deportivas nuevas, cabellos sueltos y lustrosos. Muchos grupos vienen de Israel y escuchan las explicaciones envueltos en su bandera nacional. Uno de ellos se aparta un poco y canta una canción a coro formando un círculo. Por todo el campo se encuentran banderitas con la estrella de David colgando por los barracones, en el vagón de tren, en las lápidas del memorial.

Cuando subo al autobús de vuelta a Cracovia, veo a un anciano caminando con ayuda de dos bastones. Va solo y concentrado en cada paso, como si subiese una montaña helada. Me hace pensar en lo que me dijo el guía al final de nuestra corta entrevista, con uno de sus toques. "A veces, después de la visita, un anciano se acerca escoltado por su familia, se remanga un brazo y me enseña unos numeritos verdes: ¿Sabe? Yo estuve aquí".

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Algunos visitantes dejan su pegatina en los horarios de la parada de bus. Foto: Amanda Huang.

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