'El perro del hortelano' que da y deja comer
Comienza la temporada en el Teatro de la Comedia, la sede de la Compañía Nacional de Teatro Clásico. Lo hace como el año pasado, con un Lope, El perro del hortelano, que también versiona Álvaro Tato y dirige Helena Pimenta. Esta vez no hay en el reparto ninguna estrella mediática, pero sigue habiendo buenos actores, actores de raza.
Marta Poveda en El perro del hortelano (Foto cedida por la Compañía Nacional de Teatro Clásico).
Comienza la temporada en el Teatro de la Comedia, la sede de la Compañía Nacional de Teatro Clásico. Lo hace como el año pasado, con un Lope, El perro del hortelano, que también versiona Álvaro Tato y dirige Helena Pimenta. Esta vez no hay en el reparto ninguna estrella mediática, pero sigue habiendo buenos actores, actores de raza. Capaces de colocar el verso, la broma y la gracia para que el público ría y se divierta con esta medida comedia sobre el amor.
Una comedia que se traslada a un Nápoles bajo el Reino de las dos Sicilias, lleno de aristócratas afrancesados en la moda y los modos. Excusa que sirve para que la producción presente una bonita escenografía de un palazzo italiano y también una colorida vestimenta de época, sobre todo la de ellas, con polvos de arroz y pelucones. Todo muy cercano a las maneras de la commedia dell'Arte.
No es mala elección como punto de partida, aunque siempre estarán los puristas reclamando que la cosa vuelva a su sitio, a su época y a su lugar. Y no es mal punto de partida porque permite la ligereza que exige el texto y el enredo. Favorece que se entienda hoy la sutileza con la que deben servirse. Y hace olvidar el canon que se fijó para esta obra con la famosa y taquillera película que dirigió Pilar Miró.
Elenco de El perro del hortelano (Foto cedida por la Compañía Nacional de Teatro Clásico).
Nápoles y la luz de Italia para iluminar la historia de esta condesa, fría como un témpano por fuera y ardiente como una llama por dentro. Pretendida por muchos de su clase, a los que rechaza, y que en secreto muere por su pobre secretario del que se enamoró al ver que lo deseaba su criada. Condesa a la que Marta Poveda llena de matices, motivo por el que al espectador le merece la pena coger butacas en las primeras filas para ver cómo le cambia la cara, el gesto y la presencia; si llega a tiempo, pues las entradas, sobre todo las buenas, vuelan.
No es la única que brilla. Lo hacen, como siempre, Rafa Castejón y el infalible Joaquín Notario, en los papeles del secretario y su criado, respectivamente. Y Natalia Huarte que hace de Marcela, la criada en discordia. Y todos, pues es una obra de elenco aunque tenga sus principales. Que empiezan a decir el verso fríos pero al que se van haciendo y van haciendo a sus espectadores a medida que pasa la obra, hasta hacer pensar que lo normal es hablar en verso.
Entre tanto, Amor hace de las suyas. Lo enreda todo. Lo pone patas arribas. Hace bailar. Y sufrir. Mancha de rojo el lienzo. Da dolor de corazón. Aguza el ingenio. Empuja a luchar con las limitaciones que impone una sociedad. Clama por la libertad individual. Justifica la mentira o la mentirijilla.
Comentarios del equipo artístico (Video cedido por la Compañía Nacional de Teatro Clásico).
Un amor que Helena Pimenta ha convertido en un hombre ciego que acompaña y sujeta a los amantes en sus desvelos. Imagen que choca al principio en una comedia tan ligera, pero que va cogiendo lugar y sitio. Un lugar y un sitio teatrales. Un sentido estético y ético. Forma con contenido que se ve y se entiende cuando acompaña la soledad de los amantes que ya se ven abandonados a su suerte, lejos el uno del otro. Poniendo tierra de por medio para enterrar el amor que les desvela.
Así se van pasando las dos horas de función sin descanso, como si fuera un soplo. Atrás quedan pequeños detalles mejorables. Ese visillo cosido que delimita la casa del Conde Ludovico. Esa maleta que se abre llena de pétalos y que no se vacía, escamoteando tal vez una bonita imagen. Esa confusión inicial. Esa ligera aceleración final por terminar.
Parecen muchas cosas pero tal vez solo sean apreciables para el ojo crítico. Ese ojo que siempre pide más, mucho más cuanto más le dan. Un ojo insaciable. Y este perro del hortelano da mucho para que el espectador coma y se alimente en la butaca. Sobre todo mucho cariño al trabajo que se realiza en escena, para que disfrute y se divierta la platea. Algo que el público les reconoce con fuertes aplausos y bravos.