El cirujano que necesita el PSOE
El PSOE puede optar por una renovación suave y progresiva, mientras repite que sí, que ha aprendido la lección. Sin cambios profundos y drásticos y sin un giro decidido a la izquierda, la decadencia seguirá sin freno y el próximo batacazo será letal. Ha llegado el momento: ahora o nunca.
De las muchas lecturas que cabe extraer de los resultados de las elecciones europeas en España, hay una que, no siendo la más importante, sí que puede ser la más evidente: el PSOE se encuentra en riesgo cierto de desaparecer como opción seria de Gobierno o, lo que es lo mismo, de acabar convertido en una fuerza política crecientemente irrelevante. Es algo que muchos venimos comentando en privado y en público desde hace tiempo, convencidos de que la desafección que se ha venido observando entre sus potenciales votantes desde finales de su etapa de Gobierno anterior no es un fenómeno puntual, sino que obedece al asentamiento entre los ciudadanos de una visión de este partido que reduce estructuralmente su universo electoral entre quienes que se sienten de izquierdas. Y que ello es responsabilidad única de los que han regido la estrategia del partido en los últimos lustros, con mayor o menor intensidad.
Aun no siendo una cuestión, en sí misma considerada muy importante para el sistema político español, pues, al fin y al cabo, el espacio de una fuerza política en retroceso es siempre ocupado por el crecimiento o la aparición de otras, tampoco se puede despreciar su significado para el futuro de nuestra democracia. No solo porque las credenciales demócratas del PSOE estén fuera de toda duda, más allá de los errores que haya podido cometer en los muchos años en que ha ostentado el Gobierno del Estado, sino porque, además, ha sido pieza clave para garantizar la gobernabilidad de nuestro país.
Lógicamente, con ello no se quiere decir, ni mucho menos, que los demás partidos progresistas o de izquierdas, viejos o nuevos, no sean igualmente demócratas, ni tampoco se puede pretender la conversión en certeza de lo que no es más que una posibilidad, a saber, que la atomización parlamentaria dificulte gravemente la estabilidad de los futuros gobiernos. Ni una cosa ni la otra son seguras, pero tampoco se puede ignorar que se abre un escenario que al menos refleja esas incertidumbres.
En este estado de cosas, el PSOE puede optar por una renovación suave y progresiva, intentando controlar al máximo, como en anteriores ocasiones, los tiempos y procesos del supuesto cambio, mientras repite que sí, que ha aprendido la lección. Pero mucho nos tememos que si opta de nuevo por esa vía acabará recibiendo en las próximas citas electorales otra dura lección. No sabemos si todavía hay entre los dirigentes del partido quien sigue defendiendo que el mismo mantiene un suelo electoral que servirá de red en los peores momentos, y que el rebote llegará necesariamente. Como tampoco sabemos si siguen predominando quienes insisten en que la merma de relevancia del PSOE proviene de la pérdida de votos por el centro político. Muchos pensamos que, al contrario, sin cambios profundos y drásticos y sin un giro (más) decidido a la izquierda, la decadencia seguirá sin freno y el próximo batacazo será letal. Creemos que ha llegado el momento del ahora o nunca.
¿Dónde está el problema del PSOE? ¿En el mensaje? No parece. O, al menos, no de forma fundamental. El PSOE está renovando con profundidad y en un sentido nítidamente progresista su programa político. Su pasada Conferencia Política sirvió para eso. No está ahí, por tanto, el lastre, aunque lógicamente se pueda y deba afinar aún más. El verdadero problema radica en el debilitado poder de unas siglas, con las que hace no demasiado tiempo muchos ciudadanos progresistas -o, si se prefiere, de izquierdas- se sentían identificados, aun desde la sana discrepancia, pero que hoy repelen a cientos de miles de personas con ese perfil ideológico.
Y esto es así por dos razones. Primero, por el contenido de las políticas realizadas o defendidas, tanto en el Gobierno como en la reciente etapa de oposición. Desde el comienzo de esta sangrante crisis los ciudadanos han esperado del PSOE una actitud más beligerante con el Gobierno del PP y mayor cercanía y empatía con su sufrimiento. Pero lo que ha transmitido es indecisión y miedo a perder su posición de relativo privilegio electoral, presa de una mal entendida moderación política. Segundo, pero no menos importante, por la propia organización y funcionamiento de este partido, casi impermeable a todo lo que no sea el mantenimiento del status quo de quienes se consideran sus legítimos dueños y señores. Y no cabe pensar aquí solo en los máximos responsables a nivel nacional o regional del partido, sino también en aquellos cientos de pequeños cargos orgánicos a nivel provincial y local, o allegados a ellos, o deseosos de sustituirlos, que dedican la mayor parte de su tiempo y esfuerzos a medrar para conseguir hacer realidad la máxima que parece presidir la organización y funcionamiento de este partido: "Quítate tú que me pongo yo, que para eso llevo aquí años".
Un partido que se alimenta fundamentalmente de sí mismo es un partido que se acaba devorando a sí mismo, al perder todo poder de conexión con el exterior.
Ya no caben medias tintas ni pedir paciencia. El PSOE está en la UVI y aquí, ya se sabe, hay que operar con toda celeridad, aunque sea en condiciones precarias, pues esperar a que se reúnan las condiciones idóneas puede significar, sencillamente, la muerte del paciente o la aparición de daños irreparables, que pueden dejar secuelas de por vida.
La gran cuestión es, por tanto, la siguiente: ¿Quién será el cirujano que asuma esa responsabilidad? Por el bien del PSOE (y de nuestra democracia), más vale que tenga una buena formación, el pulso firme y la destreza necesaria para purgar al cuerpo moribundo de todo aquello que le hace tanto mal. Ni que decir tiene que ese cirujano no puede ser un esclavo -o esclava- de su pasado. Porque el pasado, pasado está, y además es, en buena medida, causa de los males de este enfermo. Ahora lo que hay que hacer es mirar hacia el futuro, ligero de equipaje, libre de servidumbres, para volver a generar ilusión, haciendo gala de una identidad inequívocamente progresista.
Antonio Arroyo Gil, profesor de Derecho Constitucional de la UAM; Alberto del Pozo Sen, economista; Borja Suárez Corujo, profesor de Derecho del Trabajo de la UAM. Todos ellos son miembros de Líneas Rojas.