Un Pasternak argentino e Isabel Preysler, juntos
¿Llevamos dentro de nosotros un ser potencialmente desequilibrado que nos puede precipitar hacia actitudes y acciones insospechadas por venganza o simplemente por la estúpida manía de mantener nuestro ego por encima de quienes consideramos menos inteligentes o creemos que abusan de nuestra bondad o paciencia, u osan hacernos objetos de vergüenza o de chanza ante los demás?
Me quedé de piedra. Al finalizar el primero de los seis episodios de que consta la película argentina Relatos Salvajes de Damián Szifron , no podía dar crédito a lo que acababa de ver. Unas horas antes había contemplado en el televisor las escenas de la macabra historia del copiloto alemán de la compañía Germanwings que el 24 de marzo de 2015 estrelló el avión contra los Alpes franceses con 150 personas a bordo. Pues bien, aquel primer episodio de la película argentina Relatos salvajes, en su esencia, cuenta ese mismo hecho con varios meses de antelación: su estreno en las salas argentinas de cine aconteció el 21 de agosto de 2014 y en las españolas el 17 de octubre del mismo año. Me quedé de piedra, sí.
En aquel primer episodio (Pasternak), una modelo conversa con un crítico de música clásica en un avión que acaba de despegar. Al poco tiempo, descubren que el crítico suspendió la tesis doctoral del primer novio de la modelo, Gabriel Pasternak. Como otros pasajeros pueden oír la conversación, van apareciendo la antigua profesora de música de Pasternak, un señor que lo despidió de una empresa, un compañero de clase, su psicoanalista... hasta descubrir que todos los pasajeros han tenido alguna relación con Pasternak a lo largo de su vida. Una señora se pregunta, extrañada, si existe alguna conexión cósmica entre tantas coincidencias, pero la realidad es mucho más cruda: mientras el avión cae en picado, una azafata cuenta con horror que Pasternak es el comisario de abordo del vuelo y el piloto del avión, que se ha encerrado en la cabina para vengarse de todos ellos, así como de sus padres, que apenas tienen tiempo de dejar de leer plácidamente en el jardín de su casa porque el avión de Pasternak cae directamente sobre sus cabezas.
Sobre mi mente cayó un obús en forma de pregunta: ¿llevamos dentro de nosotros un potencial Pasternak que nos puede precipitar hacia actitudes y acciones insospechadas por venganza o simplemente por la estúpida manía de mantener nuestro ego por encima de quienes consideramos menos inteligentes o creemos que abusan de nuestra bondad o paciencia, u osan hacernos objetos de vergüenza o de chanza ante los demás? Fui muy cauto en no responder rápidamente a la pregunta, pues ello solo sería prueba de la existencia de Pasternak en mi personalidad más reprimida, maquillada, moralizante y paranoide.
La persona normal, cotidiana y aparentemente equilibrada y sociable, puede sacar a su Pasternak o a su Míster Hyde, si la situación va llevándola por cauces suficientemente desquiciantes para ello. Un mal gesto o un percance automovilístico mientras conduce, la aparición de alguien que ha causado un grave daño a un ser querido, una burocracia similar a la de El Castillo de Kafka o el descubrimiento de una mentira que parece hundir la propia existencia (algunos episodios de la película Relatos Salvajes) pueden arrastrar a más de una persona hasta los brazos de algún vengativo Pasternak interior.
No otra cosa parece suceder en los mundos subterráneos de la política que afloran de vez en cuando ante los ojos del espectador o del votante. En la galaxia política existen muchos Pasternak, cuya más relevante peculiaridad es la de intentar sin tregua estrellar el aparato con todos los adversarios políticos dentro y a la vez salir incólume y victorioso de tal empresa. La ciudadanía contempla así a través de un incesante Y Tú Más el caudaloso y heraclíteo río de rencores y venganzas donde nadie puede bañarse dos veces en un mismo río en el que unos y otros van diciendo sin problema alguno Diego donde dos minutos antes dijeron Digo.
En la mayor parte de la ciudadanía, sin embargo, duerme tranquilo Pasternak, lo que explica, por ejemplo, que con Isabel Preysler, El Hormiguero alcanzara su récord histórico de audiencia, con un 19,4% de cuota de pantalla y 3.855.000 espectadores. Doña Isabel reveló allí a los televidentes (y a su respectivo Pasternak) su perfil más favorecedor y la fórmula de la eterna juventud mediante un batido de frutas y verduras.
Moraleja: el partido político que acierte más y mejor a dormir de este modo al Pasternak del votante, dejándose de programas y demás jerigonzas, ganará las elecciones.