¿Es posible ser vegana y tener un novio omnívoro?
Yo no nací vegana. He comido animales, queso, huevos, he llevado zapatos de piel y jerséis de lana. Y eso, durante 28 años. Pero a la pregunta: ¿es factible que comparta mi vida con un omnívoro?, hoy en día respondo que no. No es un no categórico, sé que nada es o negro o blanco. Sin embargo, es un no franco, convencido. Y voy a intentar explicar por qué.
Es un debate recurrente en el entorno vegano: ¿es posible mantener una relación amorosa entre un(a) omnívoro y un(a) vegano? No creo que sólo haya una respuesta a esta cuestión, pues cada persona tiene un enfoque personal con criterios individuales, pero pienso que todos los veganos (véase vegetarianos) ya le han dado más de una vuelta a esto.
Como, personalmente, suelo reflexionar sobre ello, quiero compartir hoy mi reflexión, que sin duda seguirá evolucionando en los próximos meses o incluso años.
Yo no nací vegana. Como casi todo el mundo, empecé siendo omnívora, he comido animales, quesos, huevos, he llevado zapatos de piel y jerséis de lana. Y eso, durante 28 años, casi toda mi vida. Por tanto, he vivido más tiempo como omnívora que como vegana, conozco a muchas más personas omnívoras que veganas, entonces: ¿es factible que comparta mi vida con un omnívoro? Hoy en día puedo responder sin irme por las ramas: no. No es un no categórico, ya que cada situación siempre presenta sus excepciones, sus grises. Sé que nada es o negro o blanco. Sin embargo, es un no franco, convencido. Y voy a intentar explicar por qué.
Ser vegano no se limita a la alimentación, espero que eso la gente lo haya entendido ya. El movimiento vegano es global, y afecta a casi todos los ámbitos de la vida (o casi): la alimentación, la ropa, los cosméticos, los medicamentos, el ocio, el coche, los productos del hogar, los muebles... Sólo son aspectos prácticos, pero todo esto, poquito a poquito, conforma una cotidianidad dentro de su globalidad y, en pareja, se comparten todos esos pequeños detalles que en seguida se pueden convertir en un hartazgo.
Soy una persona comprometida y mi compromiso es palpable en todos los aspectos de mi vida cotidiana. No pido a mi pareja que también practique el veganismo, pero sí que demuestre tolerancia hacia mis convicciones. ¿Un tío que se cabree porque en Leroy Merlin pregunto al jefe de sección de pintura si los pelos del pincel son sintéticos o provienen de animales? ¿Un tipo que ponga mala cara cuando pregunto en un restaurante cuál es la composición de la vinagreta o de la pasta? No podríamos durar mucho.
Desde un punto de vista práctico, ser vegano y vivir con un omnívoro puede llegar a ser problemático: estar en pareja es cocinar para dos. Hay gente que puede conciliar los dos tipos de platos: cocinar carne por un lado y un plato de verduritas por el otro, pero no es una solución que me convenga a mí. Almacenar animales muertos en mi frigo, ver cómo se cuecen en mis cacerolas, sentir el olor de la carne asada en mi casa son factores que me matarían.
Estar en pareja también es comprar en común y compartir gastos. Por mi parte, me niego a financiar industrias y sectores que exploten a los animales. Leo todas las etiquetas, miro la composición de los alimentos, pero también de la ropa, los muebles y los productos de baño. Antes de comprar una marca me aseguro de que no haga pruebas sobre animales, porque estoy en contra de la vivisección. Por ejemplo, me superaría la idea de meter una bandeja de carne o de leche animal en mi carrito y tampoco querría que mi pareja lo hiciera, porque, en cualquier caso, sería dar una parte de mi dinero a los criaderos, carnicerías, mataderos... Actualmente soy yo quien hace la compra de comida, productos para la casa y cosméticos, así que la decisión de que entre un producto a casa o no me pertenece sólo a mí. Mis provisiones son bio, naturales, vegetales; y me doy cuenta de que difícilmente mi pareja lo aceptaría si no compartiera mis opiniones.
En mi casa, cada compra está conscientemente preparada y anticipada, y sé que este rigor puede no gustar a todo el mundo, así que estar en la misma onda puede evitar muchos conflictos.
Ser vegana no me simplifica la vida, cada día tengo que hacer búsquedas y tomar decisiones, pero este modo de vida es una evidencia, porque está basada en la compasión hacia los animales no humanos. Prefiero complicarme la vida y tener la conciencia tranquila. Según nuestra querida Wikipedia, la compasión es la percepción y comprensión del sufrimiento del otro, y el deseo de aliviar, reducir o eliminar por completo tal sufrimiento. Es exactamente lo que me pasó a mí: un día vi el sufrimiento de los animales, lo sentí y desde entonces, me niego a respaldarlo.
El ser humano nace con compasión, pero la sociedad nos influye y nos afecta hasta el punto de que dejamos de sentirla, o de que simplemente conservamos una compasión selectiva. Si bien estamos condicionados para no tener más compasión con los animales que explotamos, puede volver a nosotros si la estimulamos un poco. Es el camino que yo he seguido: de omnívora a vegetariana y, por último, vegana.
Yo despierto mi compasión informándome, y el rechazo de hacer sufrir a un ser vivo es lo más fuerte. Lo digo sin orgullo ni pretensión: la compasión forma parte de mis valores, al mismo nivel que el respeto, la justicia, la fidelidad, el coraje, la honestidad... Estos valores son mis cimientos y espero encontrarlos en la persona con quien comparta mi vida. Necesito que mi mitad sea receptiva y se preocupe por el mundo que le rodea, tanto por su entorno próximo como a escala mundial. Para mí es imposible querer a alguien que cierre los ojos ante el sufrimiento del otro o ante las repercusiones de sus actos y de sus decisiones. Son rasgos de la personalidad esenciales, porque forjan nuestros razonamientos y nuestras acciones.
A partir del momento en el que me negué a promover el sufrimiento que se inflige a los animales, me pareció evidente que estos tienen deseos y una vida que vivir con el mismo valor que la mía. Esta ideología se conoce por el nombre de antiespecismo. Este movimiento afirma que la especie a la que pertenece un ser no es un criterio pertinente para decidir de qué manera debemos tratarlo ni qué derechos le concedemos. El antiespecismo se opone al especismo, que sitúa a la especie humana por encima de todas las demás.
Creo que me identifico con el antiespecismo porque la humildad es una cualidad que aprecio mucho. Por experiencia, sé que una persona centrada en sí misma no me seduce. De hecho, me cuesta imaginarme que pueda llegar a querer a alguien que se crea superior a otros animales. Me refiero tanto a los animales no humanos como a los humanos: no podría compartir mi día a día con una persona racista, sexista u homófoba. Es superior a mis fuerzas; me es imposible aceptar observaciones o pensamientos basados en la discriminación y la hostilidad. Sí, asocio el especismo al racismo o al sexismo, pues para mí consisten en el mismo razonamiento. Un razonamiento que se opone a la igualdad, que para mí es esencial.
Es cierto que podríamos evitar este tema, al menos al principio de la relación, pero ¿para qué? Es demasiado importante como para callarme. Me conozco (por haberlo vivido con mi novio) y sé que me veo obligada a provocar discusiones, debates. Como este tema es visceral para mí, la confrontación es inevitable, así que mejor sintonizar bien desde el principio, porque si no, los choques serán frecuentes.
No tengo hijos, pero evidentemente es un tema que tratar dentro de esta reflexión. Si la pareja no comparte los mismos valores morales, ¿cómo habría que hacer para educar a sus hijos? Esta cuestión de orden general no afecta sólo al veganismo; me imagino que muchos padres se topan con ello a la hora de criar a sus hijos y adoptar una educación en la gran aventura que supone el acompañamiento de un bebé hasta la edad adulta.
El mundo no es o blanco o negro. Encontrar a una persona vegana que me guste y a quien le guste es utópico, lo sé. Pero esta constante vale para todas las facetas que forman un personalidad. Al principio de una relación, la pareja no se conoce, entonces hay que aprender a descubrirse, a intercambiar cosas, y nos sorprendemos, lo que a veces nos lleva a sumergirnos en otros universos y a evolucionar. Cuando decidí hacerme vegetariana, mi compañero prefirió continuar su vida sin que mi decisión afectara a sus costumbres: yo vegetariana, él omnívoro, y cada uno con sus decisiones. Reconozco que me molestó... Acepté, pero como lo conozco bien después de tantos años, sabía que si yo me mostraba sensible ante la suerte de los animales, a él le pasaría lo mismo. A fuerza de hacerle leer artículos y de enseñarle vídeos, él también empezó a concienciarse y decidió hacerse flexitariano: vegetariano en casa y omnívoro fuera de ella para facilitarse la vida en sociedad. Era un comienzo. Poco a poco, empezó a sentirse mal, su consumo de carne en el restaurante o en el comedor del trabajo le sentaba mal, por lo que se hizo estrictamente vegetariano. Entretanto, yo ya había adoptado el vegetalismo y como soy yo quien hace las compras y quien cocina, le impuse mis platitos vegetales en casa (de los que disfrutamos mucho), pero no se hizo vegetaliano. Es imposible imponer a alguien una forma de ser; tiene que salir de su voluntad, de sus entrañas. Él siguió mucho tiempo comiendo platos a base de huevo y de leche fuera de casa, porque "ser vegetaliano es complicado" según él, "sobre todo con un trabajo que te obliga a comer continuamente fuera". Y no le voy a contradecir.
Actualmente no es vegano. Es prácticamente vegetaliano (come vegetariano cuando no le queda otra opción). En cambio, sigue comprándose zapatos de cuero y bufandas de seda (lo cual me revienta, pero eso lo compra él aparte), aunque eso no es lo más importante. Lo que importa es que ha sabido demostrar su apertura de mente para cuestionar sus costumbres y aceptar cambiarlas. Sé que no lo ha hecho por mí, sino por compasión hacia los animales, y también por el medio ambiente y por su salud. Lo que importa es que avanza paso a paso, a su ritmo, hacia una forma de vida basada en el respeto. Era finalmente una evidencia, pues si nos llevamos tan bien es porque conectamos en la mayor parte de aspectos. ¿Y si no hubiera querido hacerse nunca vegetariano? Me habría contrariado mucho, habría tenido la impresión de conocerlo mal, de haberme engañado. Soy una adepta del quien puede lo más puede lo menos. Como mínimo habría exigido adoptar el vegetalismo en casa, puesto que los omnívoros ya comen cereales, frutas y verduras sin que ello les perturbe la conciencia. Luego ya fuera que haga lo que quiera. Parto del principio de que el omnívoro no tiene por qué imponer su carne o la visión de la carne a un vegetariano.
¿Que mi pareja acepte mi estilo de vida? Es la condición sine qua non para que nuestra historia pueda funcionar. Pero no es suficiente, también tiene que mostrarse abierto y receptivo. Con amor e indulgencia, creo que cada uno puede avanzar hacia la comprensión de un modo de vida equitativo, tolerante y respetuoso. Con un mínimo de apertura de mente, de buena voluntad y de valores comunes, creo que la adaptación a un modo de vida diferente resulta muy accesible. De nada sirve obligar al otro, pues si no hay convicción, no habrá actos de por medio. ¿Para qué tener un marido o una mujer que se reconozca vegano pero que se zamparía un Big Mac en el momento en que su pareja se diera la vuelta? Bueno, os he confesado a corazón abierto mi concepción de relación amorosa como vegana. Ahora espero vuestra opinión.
El artículo fue publicado con anterioridad en la edición francesa de 'The Huffington Post' y ha sido traducido del francés por Marina Velasco Serrano