Hasta siempre, Kitchen Club
Al final del camino uno se da cuenta de que la experiencia y los años le enseñan a uno a contar historias, a descubrir mentiras y a mirar con gallardía los hitos caminados. Hasta hace poco más de un mes yo era el director gastronómico de Kitchen Club.
Al final del camino uno se da cuenta de que la experiencia y los años le enseñan a uno a contar historias, a descubrir mentiras y a mirar con gallardía los hitos caminados. Hasta hace poco más de un mes yo era el director gastronómico de Kitchen Club. Me siento muy orgulloso de haber parido tan bella idea, una tarde, en casa, con el que yo siempre pensé que era mi amigo, uno al que llegué a llamar hermano y con el que establecí una alegre, entonces, sociedad que ahora se ha disuelto sin yo tener posibilidad alguna de decidir al respecto, desde la impunidad de la distancia y con unas formas cicateras propias de un malandro de arrabal.
Hace poco me escribió una amiga desde Texas, extrañada porque ni mi foto ni mi nombre aparecían ya en la web de la escuela de cuya génesis fui partícipe entre risas de complicidad y camaradería, hace ya casi tres años. Mi amiga me preguntaba si estaba fuera del proyecto, si le iban a seguir llegando correos electrónicos de un lugar que no había visitado en la vida debido a problemas de distancia. Me quedé estupefacto y lo primero que vino a mi cabeza que el miedo siempre va de la mano de los inseguros. Y me quedé pensado en que, bueno, en fin, la vida es una apuesta por el ahora, una construcción del presente y que no me pueden doler prendas porque uno más en la lista de los que se han aprovechado de mí haya vuelto a repetir la felonía y el menoscabo de no atreverse a decirme las cosas por derecho. ¿Quién? Da igual, uno de esos que dicen ser lo que no es y cuya mención mancharía estas líneas de deslealtad y desventura. Yo sigo siendo el de siempre, un humilde cocinero, Andrés Madrigal, el mismo que viste y calza.
Me gusta mucho aquella frase de Cervantes que, en boca de Don Alonso Quijano, dice aquello de que la ingratitud es uno de los pecados que mas ofenden a Dios. Me gusta por certera y por veraz. Hoy me siento como el Caballero de la Triste Figura amenazado por Iscariotes y Brutos. Me duele comprobar una vez más cómo las personas desechan la palabra y la buena ley arrastrados por la vil corriente de la vanidad y el protagonismo. Más me duele sospechar que Alejandro Dolina tenía razón al decir que no hay nada que delate mejor la verdadera índole de las personas que su actitud hacia el dinero. Apostillaría yo al argentino, desde la tristeza que me provoca recordar cómo las personas olvidan la camaradería y la hermandad de tan fácil manera, que la soberbia tiene muy mala cocción, que la mentira nunca es digestiva y que solo la verdad es difícil de digerir cuando duele.
Y yo ahora siento el dolor del traicionado. Tampoco mucho, no se crean, porque tengo nuevos horizontes que cruzar y en mi barco los pendones ondean siempre libres. La patria lúgubre de la medianía y la bajeza no es la mía y no consentiré que ningún aficionado, que se hace llamar chef, con chaquetilla de cocinero y muy poca vergüenza se arrogue mis logros o me arranque una lágrima. Sin embargo me veo obligado a escribir esta carta abierta a todos aquellos que han tenido que ver con lo que una vez fue un proyecto conjunto y del que hoy se me apea gratuitamente. Sí, me dirijo a todos aquellos cocineros camaradas y compañeros a los que llamé uno a uno para que participaran en las jornadas de aniversario del Kitchen Club. Andoni, Joan, Darío, Sacha, Ángel, Óscar, Paco, Rodrigo, Ricardo, Ramón, disculpadme. Yo quería invitaros a la que pensé que era mi casa, y os abrí sus puertas y celebré vuestras visitas igual que vosotros cada vez que me habéis acogido en las vuestras cuando he ido a visitaros, como compañeros de profesión, como amigos. Hoy caigo en la cuenta de que simplemente fui utilizado para llegar hasta vosotros, y de que vosotros también habéis sido utilizados para dar bombo y platillo gratuito a un proyecto del que creí ser parte. Os eché de menos esta pasada primavera. Hubiera sido un placer compartir con vosotros, de nuevo, risas y fogones. Sin embargo, el que se hacía llamar mi socio fue incapaz de invitarme a impartir una de esas clases, fijaos qué curioso. Que uno marche a la aventura en busca de nuevos rumbos no quiere decir que abandone su casa. En los 9 meses que llevo fuera de España no he recibido ni una llamada de cariño, ni un "qué tal te va todo", ni mucho menos "ahí te mando un billete para que vengas al aniversario". Punto. Así son las cosas, así las cuento. Y no cuento más porque no tengo ganas de remover la Caja de Pandora. Porque si me pongo a enumerar... aquellos viajes a Roses, a Errenteria, a Girona... Por no hablar de tantos amigos y compañeros cocineros a los que animé a formar parte del proyecto: John, Xabi, Javier, Jota... Yo pensaba que os dejaba en buenas manos.
Nadie tuvo empacho en utilizar mi ordenador como catapulta de contactos para enviar mails y newsletters cada mes, para convocar e invitar a clases y cursos, para engordar las cuentas, en definitiva. Desde aquí quiero disculparme también con todos aquellos que seguís recibiendo mensajes que quizás no os interesan y que llenan vuestras bandejas de entrada de información no requerida.
Fijaos que la historia está llena de traiciones sonadas y grandes sediciones. A mí me han engañado ya unas cuantas veces. He tratado con gentes de mala ralea y fétida estofa, ruines y villanos de todo tipo. A todos he sobrevivido, porque el dinero es mal consejero y nunca ha sido mi objetivo en la vida. Esta vez me han engañado con el corazón, de ahí que la pena sea más negra. Nunca me había sucedido. Pero no puedo permitirme el ser rencoroso. La madurez que se destila de los golpes y las bofetadas, de las cicatrices y las penas pasadas no me hace más que crecer, seguir creciendo, reposar, como los buenos tequilas, y consigue que poco a poco consiga ser más noble conmigo mismo. Por ello no puedo permitirme el rencor ni el desprecio. La ignominia y la falta de respeto hacen que me blinde, que aprenda, que crea en mí, aunque me expolien.
Me quedo con las palabras de Gurdjeff, que decía que solamente los sueños y los recuerdos son verdaderos, ante la falsedad engañosa de lo que llamamos el presente y la realidad. Me quedo con el recuerdo y con la ilusión de lo vivido. Me quedo con la conciencia tranquila y a salvo de petimetres y trepadores, sabiendo que allá donde voy hago mi trabajo, queda mi huella y el amor que he regalado. Marcho y sigo. Ahora estoy en otra, escarmiento y aprendo, venzo aun perdiendo y brindo por los éxitos de todos, porque la maldad no es compañía y la paz es mi deseo. Y porque sé que la bofetada que más duele es la que se da sin mano, os cuento esto.
Si el rey ha muerto, viva el rey. Si hasta aquí hemos llegado, el camino valió la pena. Larga vida a los buenos proyectos y a las buenas ideas, aunque sean robadas y de ellas se aproveche la cortedad de otros.
Hasta siempre, Kitchen Club.