Mi adicción a la 'ficcioína'
Universos de ficción que enganchan.
El síndrome de abstinencia de los mundos imaginarios
Irvine Welsh es el gran escritor contemporáneo de la adicción. Su tratado sobre la heroína es Trainspotting, aunque más tarde amplia sus fronteras con la secuela Porno y la precuela Skagboys. Las películas también nutren el imaginario de la saga. En 2016, Welsh ambienta otra de sus novelas en el mismo universo de ficción. Y a mediados de 2018 regresará al mundo de esos cuatro yonquis incorregibles con un anuncio sorprendente en la contracubierta del libro: uno de los cuatro personajes no llegará vivo al final de la novela.
La ficcioína, la droga de la ficción, provoca síndrome de abstinencia y por eso regresamos a los mismos dramas humanos sin aburrirnos. Desgraciadamente, la ficción se degrada cuando has vuelto demasiadas veces al mismo espacio imaginario y lo mejor es terminar la historia con dignidad antes de darle una vida eterna, pero indigna. Irvine Welsh cree que va a escapar de su adicción a la ficción literaria de una vez por todas. Veremos si él es más fuerte que su droga.
Posología de la ficcioína
Un chute de ficcioína te adentra en los paraísos artificiales. Los mundos imaginarios parecen una verdadera necesidad artística. Parafraseando las palabras que Ernst Fischer toma prestadas en La función del arte: "Los mundos de ficción son indispensables, pero me gustaría saber para qué". Lo más probable es que sirvan para habitar el mundo real con coordenadas del mundo imaginario. Los storyworlds son como los medios de comunicación: quizás no tienen el poder de decirnos qué pensar, pero sí la capacidad de enmarcar aquello sobre lo que tenemos que fantasear.
Todos nos enganchamos a alguna ficción. Los hay que se meten en vena Juego de tronos o Star Wars. Hay artistas que se estrellan por culpa del anhelo y la nostalgia al empeñarse en dilatar su mundo de ficción, como Trueba en La reina de España. En otro nivel imaginativo, hay adictos a la religión, una fantasía cada vez más contradictoria y edulcorada. La ficción no promete ni exige nada al reconocerse como fingimiento mientras que la religión es una autoficción preceptiva y ritualizada con ventajas fiscales que ya quisieran los escritores.
Efectos secundarios y sobredosis
La ficcioína es la verdadera muerte dulce, no el monóxido de carbono. La ingesta de grandes dosis de posibilismo abre las pesadas y oxidadas puertas de la realidad. Una sobredosis de ficcioína te mata porque el adicto llega a confundir el hecho de que lo posible "es parte de" lo real (Aristóteles dixit) con el delirio de que lo posible "es" lo real.
La clínica de desintoxicación en la que estoy (el mundo laboral) ha conseguido que cada vez consuma menos. Ya no tengo mono. Veo muchas drogas y todas me parecen iguales.
La ficcioína deja secuelas de por vida, así que no crean que me he rehabilitado.
Simplemente ha llegado el momento de sintetizar mi propia droga, mi universo de ficción, un espacio imaginario que quiero compartir con todos los yonquis de este adictivo mundo.