Cuentos de Fukushima: El grupo de ayuda
La forma de mirar allí es pura poesía. En Japón. Nada más y nada menos. Valoran lo bueno. Lo muy bueno. Y lo miran con detalle. Y da igual lo que les cuentes. Lo que quieren saber es cómo lo cuentas. La forma. Esa es la magia de vivir en Japón. Que ya nunca más miras con tus ojos.
Como bien saben todos los arquitectos, las cosas hechas a medias, tienen algo de hermoso.
El reto era escribir una tesis en Japón. Y sabía que era un reto. O no lo sabía, pero mi compañera de habitación me lo contó al poco de llegar. Que nadie compra verdura. Y que si hay que beber agua. Embotellada. Es decir, que era un riesgo. Por el clima. Por la tierra. Por el asunto nuclear. Cómo construir en un lugar tan distinto.
Porque la forma de mirar allí es pura poesía. En Japón. Nada más y nada menos. Valoran lo bueno. Lo muy bueno. Y lo miran con detalle. Y da igual lo que les cuentes. Lo que quieren saber es cómo lo cuentas. La forma. Esa es la magia de vivir en Japón. Que ya nunca más miras con tus ojos. Sino que miras a través de Japón que es algo raro.
Allí observan. De una manera extraña y sublime. Entienden. Cuando alguien calla. Sugieren. Como un vestido que no enseña todo. Sino lo justo. O nada.
El grupo de ayuda fue como escribir una historia que no era la principal. Es decir. A lo que iba. Que yo iba a escribir a Tokio y de repente, estaba ayudando a reconstruir en Onagawa, al norte.
Es decir. La historia de AGA es como si contara cómo es el sitio donde se dejan los abrigos en lugar del espacio principal. Bien. Pues ahora mismo. El pequeño cuarto donde dejar los abrigos. Minúsculo e imprescindible es ese grupo de ayuda. Architecture Global Aid.
Que más que un grupo de estudiantes, ha sido una forma de aprender a construir y a mirar. Mucho mejor que escribir. Mucho. Como encontrarte a unas personas en el peaje de la autopista de tu tesis y recordar su sonrisa todo el viaje.
Eso ha sido el trabajo como voluntaria al norte de Japón con este grupo. Este estudio. Abrir AGA en la segunda planta de la universidad de Tokodai y ver que hay cientos de voluntarios hoy. De nuestro grupo y de otros. Gente así. Que va. Y va de verdad y algunos hasta se quedan.
Ver que hay algo extraordinario en el sentido del humor que tienen los refugiados -que, como decía Nishizawa, es la clave de todo-. Y que la gente corriente (aunque sea corriente de Japón) es increíble. Y te trae un té. Y te enseña la foto de su novio. Y espera que digas que es una monada y que si tiene un hermano.
En la construcción de las casas Origami de Architecture Global Aid aprendí mucho más que a construir algo.
Aprendí que las ménsulas calzadas de los templos japoneses del siglo XI evolucionaron hasta no ser estructurales. Es decir. Que un buen día eran de pega. De adorno. Tenían otras funciones. Y no estaba mal. No estaba mal estar ahí sin tener que estar del todo.
O que el sistema modular (Shi-Wari) que rige la construcción de las cubiertas de los templos se calculó a base de prueba y error. Es decir, que estaba bien equivocarse. Como la vida misma.
Y que la curvatura de los aleros de cada templo (Shin- Sori) supuso un terrible problema constructivo durante siglos. Hasta que un buen día, por casualidad, se dieron cuenta de una solución simple y fácil y desde entonces construyeron miles de ellos. Es decir. No desistieron.
O descubrir el templo de Ise. Un templo que, a propósito, se destruye cada 20 años para reconstruirse igual al lado. Desde hace siglos. Así. Sin incendio ni nada. Porque, para Japón, nada es permanente. O lo que es lo mismo: no existe la variante de arquitectura "efímera"
Toda la arquitectura, como la vida, es efímera.
Por eso, cuando construimos las casas Origami para los colegios del norte pensamos en Ise. Pensamos en que no estaba mal estar ahí sin tener que estar del todo. Pensamos en la prueba y el error. Y pensamos que una casa podía tener muchas otras funciones. Por ejemplo. Una mesa. Y ahí se quedó el proyecto.
En casas desmontables y transformables en mesa. Como la arquitectura de Japón. Como el templo de Ise. Esperando que haya alguien que un día encuentre el cielo en uno de estos refugios si viene otro tsunami. Que ojalá no.
Porque la arquitectura son planos que articulan un espacio. Pero igual que en el cine, está hecha para ser vista, vivida, y usada. No leída, ni dibujada. Y porque el camino sencillo era probar. A ver si algo tan simple. Podía llegar a ser útil. Socialmente estructural. De apoyo. De ayuda.
Como una sonrisa en el peaje del camino de los refugiados.
Los voluntarios que ayudan en AGA.