Cines y Cañas
El IVA puede llevarse por delante cines y cañas, salas y bares, taquilleras y camareros a doquier y nosotros podemos seguir mirando desde la acera de enfrente con gesto pesaroso. Necesitamos solidaridad y brazo con brazo.
El número de cines que habitan y pueblan las calles de ciudades españolas multiplicado por dos da como resultado el número de bares de vinos, cañas y tapas que circundan sus puertas. ¿Quién va a seguir pidiendo una caña antes de entrar al cine al que ya no va a volver a ir porque le cuesta la entrada lo que antes le costaba la entrada+caña? Pues todos aquellos que queramos ver Blancanieves, de Pablo Berger, A Roma con amor, de Woody Allen, El artista y la modelo de Fernando Trueba y otras varias películas que nos van a ir llegando.
El IVA puede llevarse por delante cines y cañas, salas y bares, taquilleras y camareros a doquier y nosotros podemos seguir mirando desde la acera de enfrente con gesto pesaroso.
En las calles y espacios de noticias la película es ahora de terror extremo. Todo los días amanecemos con titulares devastadores (Crisis: su asfixia financiera será aún mayor) y posts en la redes que nos quitan las ganas de salir de la cama.
Nos estamos metiendo en un shock pretraumático con los ojos vendados y una suerte de cuerpo anestesiado, que pasará a los anales de la historia como aquella España que el gigante chino comparó a los oídos de Merkel con Chipre y Grecia. Oigo esto y a mi me da por pensar ¡estupendas gentes, estupendas playas! Cada uno elige la nube que más le reconforta para continuar anestesiado sin necesidad de opio.
Y este pensamiento me acerca rauda al otro. Al de la imperiosa necesidad de idear soluciones para seguir viviendo y dejar de escuchar y leer que todo va a ponerse peor, o al menos mientras gobiernen personas que no saben tripular un barco en marejada a punto de encallar en las costas de un pueblo pesquero de Chipre justo donde nunca hubo equipamento salvavidas.
Y esto es como todo. Necesitamos solidaridad y brazo con brazo. Entonces, quienes tengan sueldo, aunque ya sin paga de navidad, que compren sus atuendos preotoñales en tiendas de firma y fábrica española, comida en supermercados que no se lleven los beneficios fuera de nuestras fronteras, que consuman espectáculos para soñar hora y media en salas que alimenten familias españolas. Volvamos a la caña postpelícula para destripársela al que está acodado en la misma barra que nosotros y que todavía no ha entrado a verla. Suena chauvinista, sí lo es.
Tengo ganas de teatro en el Español, en el Matadero, en el Alfil, en La Casa de la Portera y la Escalera de Jacob, de Blancanieves en su versión española en los Renoir y una tarde alargada de ocio con amigos en el bar de al lado de los cines.
No quiero más bares cerrados, ni tiendas, ni cines, ni teatros. Y aunque todo lo porvenir sea una desgracia económica mi subversión a partir de ahora va a ser la de impedir los cierres, la de dar un golpecillo en la barra de La Castela diciendo "jefe, dos cañas" preguntándole a mi amiga "¿Qué te ha parecido la peli? ¿Noña? Jefe ¡ dos cañas más!" y así que me den las diez y las doce y las dos y las tres al ritmo de Joaquín Sabina. Y volveré a comprar en el supermercado más barato de mi calle la marca de café genérico y yogures sin sabores.
Y ya no vale decir, "el cine se muere" "nos cierran los teatros" mientras miramos cómo les echan el cierre desde la acera de enfrente o desde el interior de un estadio de fútbol, con precio de entrada mucho más cara y gritando ¡oe, oe, oe!, mientras vemos por décimo quinta vez el Barça-Real Madrid como si de El día de la marmota se tratara.