La crisis y el principio de Brehm
Algunas de las medidas de protesta colectiva que proponen los sindicatos mayoritarios y los llamados partidos de izquierda no se ven secundadas por muchos ciudadanos que en principio podrían estar de acuerdo con ellas. ¿Por qué? Porque las perciben como un intento de manipulación.
A nadie le gusta que le prohíban cosas, que lo intimiden o que intenten manipularlo, hasta el punto de que puede actuar de forma contraria a la que se le pretende inducir por el hecho mismo de la prohibición, la coacción o la manipulación. Esta forma tan humana de reaccionar quedó recogida por Brehm en su Principio de reactancia, que se puede resumir de la siguiente manera: "Un sujeto actuará en contra de una fuente si considera que dicha fuente pretende limitar su capacidad de elección".
La Psicología Social estudia el concepto de reactancia dentro del campo de las reacciones ante la pérdida de control, en cuyo extremo opuesto se encuentra el concepto de indefensión aprendida. Si esta última implica una resignación ante lo que se considera inevitable (o incontrolable) la primera es un intento de restablecer la libertad perdida o amenazada.
La forma en la que experimentamos la reactancia cada uno de nosotros depende de muchas circunstancias: la importancia de la conducta prohibida o el pensamiento inducido, la autoridad de la fuente, el carácter más o menos reactivo de cada uno, etc. También del número de veces que la persona ha sido sometida a una situación frustrante (en la que nuestra conducta no parece influir en los resultados). En algunos casos se comienza desarrollando reactancia para acabar experimentando indefensión.
La reactancia se relaciona indirectamente con la llamada "psicología inversa" que es la que todos hemos empleado alguna vez con niños o personas muy reactivas a las que "basta que se les diga una cosa para que hagan lo contrario", o que "se les prohíba algo para que lo hagan". La psicología inversa puede utilizarse en diversas formas de comunicación persuasiva como la publicidad, pero conviene ser muy prudente porque puede volverse fácilmente en contra.
En las campañas de promoción de la salud se recomienda que los mensajes sean siempre en positivo y no se conviertan en prohibiciones tajantes. Esa recomendación es más importante cuando el público al que se dirigen es particularmente reactivo como el adolescente. Por ejemplo, las campañas contra las drogas legales e ilegales basadas fundamentalmente en el miedo (la exageración de los efectos nocivos de las mismas) y en la culpa, por transgredir una prohibición, pueden llegar a ofrecer efectos contrarios a los esperados. Esas campañas parecen pensadas para tranquilizar a muchos padres y a esa parte de la sociedad "bienpensante" que exhibe una moral muy rígida públicamente sobre la materia y otra más permisiva en el ámbito privado, pero tienen poco efecto sobre la población diana.
Actualmente en la prevención del abuso de drogas y de otras conductas de riesgo se habla de gestión del riesgo y del placer, no sólo de abstemia y prohibición.
Educar el placer forma parte de la socialización y de la cultura. Cultivar placeres como la música, algún deporte o la gastronomía enriquecen a las personas y les permiten comparar con otros más burdos. Conviene acabar con la sospecha ética que vincula la palabra placer con los excesos y la depravación.
Hay un aspecto en el que el principio de reactancia puede estar influyendo paradójicamente en la respuesta de un importante grupo de ciudadanos ante la crisis y ante las medidas de los gobiernos. La hipótesis es la siguiente: Algunas de las medidas de protesta colectiva que proponen los sindicatos mayoritarios y los llamados partidos de izquierda no se ven secundadas por muchos ciudadanos que en principio podrían estar de acuerdo con ellas. ¿Por qué ocurre esto? Porque las perciben como un intento de manipulación (como una amenaza a la libre elección y a veces como un insulto a su inteligencia), ya que no creen que se correspondan con los intereses generales que dicen representar, sino con los suyos como élites, castas o grupos de interés. Decimos que se trata de una influencia paradójica porque una reacción que pretende restituir la libertad de acción como la reactancia, puede convertirse en un factor de inhibición de las respuestas (protestas colectivas) que podrían contribuir al mismo objetivo.
Partidos y sindicatos mayoritarios son percibidos como faltos de representatividad y de sensibilidad del sentir mayoritario respecto a: los recortes de derechos y de servicios públicos, al reparto de los costes de la crisis, la falta de transparencia y la corrupción en la gestión pública, la necesidad de una democracia más proporcional y participativa, una mayor justicia fiscal, etc. De hecho, aparecen en los últimos puestos del Barómetro de Confianza Institucional de Metroscopia (2012).
En su caso habría que hablar claramente de miedo al cambio, no de la sociedad, sino de ellos mismos y de lo que a ellos les afecta (financiación, democracia interna, apertura a la sociedad, listas abiertas, transparencia, etc.). Ellos, que deberían estar liderando el cambio, son los que más se resisten. Propongo una pregunta para la próxima encuesta del CIS: ¿Cree que los partidos y los sindicatos tienen miedo al cambio? O esta otra: ¿Se resisten partidos y sindicatos a cambiar en la dirección que les están indicando los ciudadanos? La resistencia al cambio es otro concepto de psicología social emparentado con la reactancia como veremos en otra ocasión. De momento retengamos la idea de que el descrédito de estas instituciones está relacionado con uno de los factores que influyen en la reactancia: la autoridad de la fuente.
Volviendo a las reacciones frente a la pérdida de control desde nuestra perspectiva de la psicología social, sería muy importante que las quejas -el malestar, la indignación- se transformaran en reivindicaciones y propuestas concretas, en formas de decir basta, y que éstas, a su vez, tuvieran algún efecto sobre la realidad, como afortunadamente parece estar comenzando a ocurrir en algunos sectores como el de los afectados por las hipotecas y los desahucios. En caso contrario corremos el riesgo de sucumbir a la desesperanza y la melancolía propias de la indefensión.