'Bullying': más allá del castigo
El artículo aborda el bullying como un conflicto sistémico cuya dinámica afecta al conjunto del centro y como un fenómeno relacionado la educación en valores. No excluye su abordaje desde una perspectiva punitiva/legal (denuncia, investigación cuasi policial, medidas judiciales, etc.), aunque si la considera producto de un fracaso. Por eso centra su enfoque en medidas preventivas, de intervención precoz y de atención psicosocial a todos los implicados.
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El bullying se puede definir como acoso físico o psicológico ejercido de forma continuada sobre un alumno por parte de sus compañeros. Desgraciadamente, se trata de un fenómeno de moda, en parte porque ahora se conoce y se registra mejor, y en parte porque produce una justificada alarma social. Aunque las cifras varían dependiendo de la fuente consultada, el acoso continuado en niños y jóvenes de entre 12 y 18 años en España está en torno al 4%, según estudios publicados en la página del Ministerio de Educación (Diaz-Aguado, 2013) y las de acoso esporádico están en torno al 10%, según Save de Children (2016). Otros autores ofrecen cifras más graves (Cisneros, 2006). Lo más preocupante es que, según un estudio muy reciente del Instituto de Matemáticas Interdisciplinar de la Universitat Politécnica de Valencia (IMI UPV, 2016), en 2020 podría haber en nuestro país 400.000 víctimas más de bullying si nada cambia; es decir, si las víctimas siguen sin sentirse apoyadas, los profesores experimentan desamparo legal y los directores siguen ocultando el fenómeno.
Aquí vamos a enfocar el problema desde tres puntos de vista: a) como un drama social con características propias; b) como un problema relacionado con la ética y la educación en valores; y c) como un problema sistémico de los centros escolares.
El bullying o acoso escolar es un drama que se representa en el escenario del sistema educativo e involucra a muchos personajes. Por una parte, tenemos al acosador o grupo de acosadores y, por otra, al acosado. Digamos que son los antagonistas de la obra (aunque encarnen los roles de víctima y verdugo). Después están todos los amigos y conocidos de uno y otro que participan de manera activa o pasiva en el drama y las figuras de apoyo como el tutor o el orientador. Al final unos y otros acaban ubicándose en las categorías de aliados o adversarios de los antagonistas. No debemos olvidar a los directivos responsables del buen funcionamiento del centro educativo y a los padres. Para finalizar, tenemos al coro que representa el discurso social dominante.
La obra podemos encuadrarla dentro del género de drama social. La dinámica interna del teatro social se caracteriza por la presentación a los espectadores de una injusticia: opresión, despotismo, tiranía, amenaza, violencia, etc., y las diversas reacciones que provoca en los personajes y en el público: valentía, cobardía, delación, lealtad, conformismo, rebelión, sed de justicia, cinismo.... Si bien es verdad que, desde el punto de vista de las víctimas, puede adquirir tintes de thriller psicológico o de tragedia.
El problema de la injusticia, en el medio educativo, remite a la ética. En otros contextos, la violencia se combate con violencia, como en el duelo singular o en la lucha social, pero la escuela nunca debería ser su escenario, salvo que se trate de una escuela de gladiadores o de emprendedores salvajemente individualistas y competitivos.
Una vez situados en el campo de juego de la ética, la primera regla consiste en no apuntar exclusivamente a los protagonistas, lo que podría conducir a la culpabilización de la víctima. Las preguntas tienen que dirigirse a todos los participantes: ¿Qué significa adoptar una actitud valerosa o cobarde ante el problema? ¿Qué significa trivializar el conflicto, mirar para otra parte o, peor aún, tapar el problema? ¿Por qué algunos callan y otros no se enteran? Son preguntas para alumnos, padres, profesores, tutores, orientadores y directivos, no solo para los antagonistas.
No debemos olvidar que la edad de los actores que participan en el drama los sitúan frecuentemente en torno a la preadolescencia y adolescencia, una etapa de la vida particularmente sensible a los problemas relacionados con la justicia y en la que no se ha concluido el desarrollo moral, tal como los define Kohlberg. Por otra parte, la naturaleza violenta del conflicto y el hecho de que implique a tantos actores, brinda una magnífica oportunidad para obtener una lección sobre educación en valores, comprobando cómo los adultos de referencia (padres y profesores) enfrentan los dilemas morales con honestidad y decisión. Claro que también permite verlos dándose a la fuga por los caminos de la autojustificación ("No es mi responsabilidad"), la minimización ("Ha ocurrido toda la vida, no es para tanto"), el reglamentismo ("Lo que diga el reglamento"), el cinismo ("No hay nada que hacer, son la cuota de exclusión") o el mirar para otro lado ("Son cosas de niños"). La situación roza el absurdo cuando algunos de estos actores son los encargados de que se lleven a cabo programas de educación en valores, para la ciudadanía o para la prevención de la violencia de género en el centro.
Los conflictos relacionales tienen algo de fractales en el sentido de poseer una estructura básica que se repite en distintos medios y escalas. Por ejemplo, un chico puede estar reproduciendo un conflicto con su padre a través del enfrentamiento con un profesor o directivo, que a su vez se siente desafiado en su autoridad en otro ámbito (familiar, laboral, etc.), que a su vez pone de relieve una crisis de autoridad en el equipo directivo, etc. El padre puede no sentirse suficientemente respaldado por la madre o incluso boicoteado por ella (como puede ocurrirle al profesor con el claustro). El caso del desafío a la autoridad puede escenificarse a nivel familiar, grupal/comunitario, escolar/institucional, etc. El bullying es un poco más complejo, pero es interesante percibir el leitmotiv o la estructura que se repite en su puesta en escena, porque puede ofrecer pistas para la búsqueda de soluciones.
¿Qué hacer?
Los protocolos basados exclusivamente en la denuncia del delito son el reconocimiento de un fracaso previo. La comunidad educativa debería ser capaz de actuar preventivamente mediante programas de educación en valores que impliquen al centro en su conjunto y disponer de pautas de intervención precoz. Su enfoque no puede ser exclusivamente punitivo/legal, debe ofrecer apoyo psicosocial a todos los implicados. Un drama como el bullying puede sobrevivir mientras que cada participante mantiene sus posiciones y sus justificaciones. Mientras más se reafirman en ellas, más se consolida el guión de la obra. Pero detrás de las rígidas justificaciones habitan diversos grados de incertidumbre, de temor y de sufrimiento de los que no se habla y a veces no se reconocen ni ante uno mismo. Desde el punto de vista psicosocial hay que establecer un dispositivo que fomente la comunicación entre los diversos actores, procurando que el discurso de las justificaciones ceda el paso también a una comunicación más emocional. Escuchar el sufrimiento, los temores o la indefensión de los otros suele ser un buen antídoto contra los prejuicios y de la violencia.