Indignados a la brasileña
El aumento de 20 centavos del boleto del autobús en varias ciudades de Brasil, empezando por Sao Paulo, fue el detonante para que más de 250 mil personas salieran a las calles. Las protestas se extendieron en contra de la corrupción, el gasto excesivo en la Copa del Mundo y las Olimpiadas y en reclamo de una mejor educación.
El aumento de 20 centavos del boleto del autobús en varias ciudades de Brasil, empezando por Sao Paulo, fue el detonante para que más de 250 mil personas salieran a las calles en la noche del martes. Las protestas se extendieron en contra de la corrupción, el gasto excesivo en la Copa del Mundo y las Olimpiadas y en reclamo de una mejor educación. La economía brasileña no brilla como antes, y la fortalecida clase media y los jóvenes exigen un cambio.
Cuando Inácio Lula da Silva dejó el poder en 2010, vaticinó que esta sería la década de Brasil. La economía crecía a niveles récord, 30 millones de personas se habían sumado a la clase media, y ya estaban aseguradas dos grandes vidrieras internacionales para que el país pudiera mostrarle al mundo su progreso: la Copa Mundial de Fútbol de 2014 y los Juegos Olímpicos en Río de 2016.
Dilma Rousseff asumió con el apoyo de Lula pero muy pronto impuso su propia impronta. No dudó en echar a los ministros sobre los cayeron sospechas de corrupción. Un perfil de gestión técnica y seria le permitió a Dilma llegar a un nivel de aprobación del 69 por ciento.
El aumento en la tarifa del transporte colectivo en San Pablo de 3 a 3,20 reales parece haber destapado una olla a presión en todo el país. La represión de las fuerzas de seguridad a los primeros manifestantes enardeció aún más a la población.
Hasta unas 250 mil personas salieron a las calles en contra del aumento pero también enarbolaron carteles contra la corrupción, por mejor salud y educación. El fenómeno no se parece al de los indignados de España (el desempleo en Brasil alcanzó en 2012 un mínimo histórico de 4,6%) y tiene aún menos coincidencias con lo que sucedió en los países árabes. "Los manifestantes no cuestionan la estructura de poder", le dijo al diario Folha de Sao Paulo el cientista político Pedro Arruda. Las redes sociales, como en Medio Oriente, incentivaron la movilización. El 81% de quienes se manifestaron en las calles de San Pablo recibieron la convocatoria por Facebook.
La economía de Brasil ya no crece a un nivel récord y la inflación empieza a socavar el bolsillo de los consumidores. Para este año se espera una expansión del PIB de entre 1% y 2%, muy por debajo de los esperado por el Gobierno del PT. El índice de precios al consumidor acumula 6,1% en los últimos 12 meses, por encima de lo proyectado por las autoridades y los economistas y a pesar de las estrictas medidas de política monetaria.
El excedente de dólares se revirtió. En los primeros cinco meses del año, el déficit comercial es de 5.392 millones de dólares, contra 6.261 millones de dólares de superávit del mismo plazo de 2012.
En consecuencia, los Introduzca texto aquí3.300 millones de dólares que costará el Mundial de Fútbol más los 18.000 millones de dólares de las Olimpiadas empezaron a molestar. Además, los fondos iban a ser aportados mayormente por los privados pero fue todo lo contrario. El Estado se hizo cargo de las obras y comenzaron a aparecer denuncias de sobreprecios y demoras en las terminaciones. La promesa de una mejora en la infraestructura más allá de los compromisos deportivos tampoco se cumplió.
La bonanza económica de la década pasada generó más recursos para la educación pero la calidad sigue siendo una cuenta pendiente. El 97% de los niños de entre 7 y 14 años ahora van a la escuela. Pero de 100 chicos que ingresan, 47 terminan el ciclo primario de nueve años, 14 llegan al fin del ciclo secundario y tan sólo 11 llegan a la universidad. En un ranking mundial de calidad de educación realizado por The Learning Curve en 2012, Brasil quedó en el puesto 39 sobre un total de 40 países analizados.
El ciudadano brasileño tampoco está conforme con la salud que recibe. Según el último informe de Desarrollo Humano de la ONU, el 44% está satisfecho con el servicio de salud del país, la más baja de América Latina exceptuando a Trinidad y Tobago y Haití. En el ranking de países, Brasil quedó en el puesto 108 sobre un total de 126.
Y el aumento del boleto, el detonador de la explosión social inesperada, también tiene su problemática. El Estado de Sao Paulo lo llevó de 3 a 3,20 reales y varios gobernadores y alcaldes tomaron la misma medida a principios de junio. Si bien el incremento no llega al 10%, en un país de 196 millones de habitantes, hay 37 millones de brasileños que no pueden pagar regularmente su pasaje, según el Instituto de Pesquisa Económica Aplicada. Con cada aumento, esa cantidad crece aún más mientras que el nivel del transporte público sigue siendo deficiente.
Dilma Rousseff se mostró primero comprensiva con la queja popular -dijo que es "cosa de jóvenes" manifestarse en la calle- y luego admitió que "el mensaje es de repudio a la corrupción y el gobierno escucha las voces de cambio". Seis alcaldes se dieron cuenta del error político y dieron marcha atrás con el aumento. Rousseff sabe que está en permanente examen y que no salió indemne de la indignación en las calles: tras las protestas, la aprobación de su Gobierno cayó al 54%, el menor registro desde que está en el poder.
Este artículo también se podrá leer en el blog del autor La revancha de Keynes