La imaginación de Bernie Sanders: un salto de fe
La imaginación de Sanders no solo debería quedar como una representación de lo que significa tener facilidad para formar nuevas ideas y nuevos proyectos aun siendo divergentes con la opinión fabricada por el poder establecido, sino que debería ser la representación de una presencia conectada con el calor que irradia alguien que es auténtico, una personalidad que al entrar en una larga e infructuosa reunión justo cuando está a punto de terminar cerca ya del ocaso, es capaz de creer apasionadamente en que tiene el poder real para hacer que amanezca.
Foto: EFE
Los hombres orgullosos
eternamente
me calumnian,
me llaman la "Calíope".
Siseo...
Silbo...
Vachel Lindsay, poeta estadounidense (1897-1931)
La transgresión (quebrantar, violar un precepto, ley o estatuto) posee hoy en día su propia lógica económica. En sí tiene una función artificial orientada al control social y la estabilidad. De modo que con solo practicarla se pueden abrir nuevos mercados-de-ideas en los que la insatisfacción con la cultura (en el sentido de sufrir los efectos de una ruptura violenta con respecto a lo que supuestamente promete) pasa a ser transformada en una especie de cura ascética para sofocar los deseos "radicales" (a veces verdaderos) que circulan por nuestra mente como si fueran otro flujo de capitales del que nos gustaría apropiarnos. La transgresión adquiere así un valor de cambio muy particular, siendo aupada al estatus de factor de crecimiento e innovación dentro del proceso productivo que gobierna al materialismo democrático. Entonces, en nuestro tiempo, ¿cómo se categoriza y se valora lo que es nítidamente transgresor en términos políticos?¿La transgresión se ha equiparado indefectiblemente con lo que popularmente se denomina como "acto revolucionario"?
Bernie Sanders, el senador de Vermont que se esfuerza por disputar al clan Clinton el derecho a dirigir el águila de la República Occidental en las próximas elecciones de EEUU, es un ejemplo relevante de lo que ahora se considera ser un transgresor simplemente por reunir el suficiente coraje como para describir la realidad tal y como es. Esto es, cuando hacerlo implica la acción valerosa de tildar como avariciosas y antiamericanas a las grandes corporaciones que operan a escala mundial con el único escrúpulo de generar beneficios crecientes exclusivamente para sus dueños y principales accionistas, y hacerlo a expensas del bienestar del pueblo estadounidense y del resto del planeta. Sin embargo, se encuentra en la misma disyuntiva que otros incautos que a lo largo de la historia han sido descifrados por la sociedad en la que conviven como personas que sienten simpatía hacia la polémica y perseguida noción de "revolución": ¿Su objetivo es una revolución en las condiciones materiales que determinan las vidas cotidianas del pueblo estadounidense, o lo que realmente persigue es una revolución de sus mentalidades; es decir, de sus hábitos, costumbres y creencias? Desde luego, lo uno y lo otro representan cosas bien distintas. Lo primero implica alcanzar el poder "exclusivamente" a través del propio Estado. Es una lucha real y observable para cualquiera. Lo segundo, sin embargo, es bastante más complejo y exigente, puesto que necesita transformar la esencia de las cosas para asegurar su propósito. De cumplirse, ¿cuál de ellos sería más amenazador para el estilo de vida predominante, la estructura organizativa de las instituciones y el reparto establecido del poder?
No es de extrañar que algunas personalidades públicas (como, entre otros, el pretencioso "mirlo blanco" del NYT, Paul Krugman, empeñado en desprestigiar al candidato una y otra vez) que ostentan con orgullo un relato caracterizado por el acervo de reformar el sistema económico y social para lograr que este sea sutilmente digerible para los estómagos que "no son de acero" (parafraseando al discípulo aventajado del dictador romano Sila, el presidente Frank Underwood), engañándose ellos mismos de que el hecho de conformarse con suavizar la brutal forma civilizatoria que aquel aplica bien merece un sacrificio, se sientan extremadamente preocupados de que la imaginación de Sanders pueda caer en el sueño diurno, y que así llegue a creer que está al alcance de su mano socavar "los cimientos invisibles del poder". Es decir, que el discurso de este experimentado y minusvalorado político pudiera ser como un martillo que con un golpe de autoridad seco y profundo es capaz de clavarse en el inconsciente y adueñarse de las entrañas de los más jóvenes y de los más mayores, de los más débiles y de los más talentosos.
En su dilatada trayectoria política, Sanders ha denunciado, por delante de todo, la concentración de la riqueza en unos pocos y la engañosa democratización impulsada por los poderes financieros de proporcionar la posibilidad de endeudarse a las rentas bajas de los trabajadores: los ídolos sagrados desenmascarados, dados la vuelta para mostrar su inversión con la forma de cadenas que impiden que prospere una sociedad moralmente sana, tendente a la igualdad y que persigue la búsqueda del bien común consagrado en la Constitución. En 1971, el mensaje de Sanders era contundente: "(...) el verdadero problema de EEUU radica en quienes controlan la riqueza de este país". Y en 2016 continúa con la misma melodía más plena de energía que nunca: "(...) es urgente hacer cambios básicos en un sistema económico y político en el que el 1% de la población posee más del 50% de la riqueza".
Curiosamente, existe un eufemismo tecnológico que sirve para ilustrar los efectos benignos de la disciplina ascética de Sanders (conocerse a uno mismo y mantenerse fiel a sí mismo), lo que ha permitido que no haya podido ser calumniado como un hipócrita o un oportunista (sino tan solo como un marxista pasado de moda). Se trata de la denominada "deuda técnica", que hace referencia a las consecuencias negativas de aplicar apresuradamente el desarrollo de un software o de realizar descuidadamente el despliegue de un hardware. En un sentido metafórico, la deuda técnica del poder fue expuesta vehemente por John F. Kennedy en su célebre ensayo Profiles of Courage, al desvelar sin tapujos el concentrado egoísmo que hace prisionero al político moderno (concretado en el que aflora entre aquellos que adoptan una profesión como la de senador de EEUU; lo que permite pasar a ser socio de uno de los clubs más elitistas del mundo occidental): "Algunos senadores no es que sean unos cobardes políticos, simplemente lo que les ocurre es que han desarrollado el hábito sincero de tomar sus decisiones en inevitable consonancia con la opinión popular (...) No todos los senadores estarán de acuerdo, pero pocos podrán negar que el deseo de ser reelegidos supone un freno muy fuerte para ejercer sus tareas con independencia".
El joven y soñador senador Kennedy de 1955 esgrimía la abundante falta de coraje observable entre sus colegas a la hora de exponer la verdad y de anteponer el interés común a sus intereses individuales o de partido. Él apeló a un ingenuo salto de fe para convencerse de que la naturaleza del político podía ser virtuosa. Dicho con otras palabras, su utopía personal pasó por disfrutar de la seguridad de optar por ser desobediente en un momento dado, dejando en ese preciso instante de representarse a sí mismo, recogiendo las voces no solo de sus votantes directos, sino defendiendo todas las voces de la razón. Se trata del mismo molde mítico, típicamente estadounidense, en el que se ha forjado la independencia de Sanders.
En nuestra época, el salto de fe al que nos invita el hecho de que los mecanismos y leyes de la razón práctica sean diariamente pisoteados por episodios de corrupción moral y espiritual, conlleva ya no la urgencia de generar una nueva ideología política para sustituir a las anteriores, sino que nos solicita como única salida la construcción de una catarsis actitudinal (encarnada por nuestra presencia, tanto comunicativa como física e intelectual) desde la que intentar proyectar nuestra conciencia para quedar lo más cerca que sea posible de lo que es verdadero. Los políticos que nos rodean son los que tienen que decidirse a dar el paso sabiendo que toda facción, sea del signo que sea, cuando tiene verdaderamente la razón de su lado nunca podrá ser acusada de estar defendiendo una postura destructivamente "radical", puesto que solamente cuando se carece de la razón es cuando acontece el "radicalismo" como causa antidemocrática; lógicamente el dogmático errado y el protofascista son aquellos que creen equivocada o falsamente que el juicio que pretenden imponer a los demás es la verdad o el espíritu absoluto.
En cualquier transición hacia "lo nuevo" hay siempre un proceso en marcha susceptible de activar un profundo cambio social. Por consiguiente, en la lucha establecida tanto entre Sanders y Hillary como entre Sanders y "Wall Street", y entre el significado de "verdad" y el sentido de fin último (con el que cerrar la historia) que ha adquirido para ella misma la democracia capitalista contemporánea, si realmente todos llegan a ser unos combates apasionados, entonces es cuando podría materializarse un acontecimiento diferencial: la lógica transgresora habrá podido llegar a ser parte del oponente, impregnándolo silenciosamente con sus preceptos, tejiendo bajo sus pies el espíritu que se quería resucitar.
Tal vez, en el desenlace, el ejercicio de las primarias traiga una carambola con ambos oponentes en la misma papeleta o puede que esto sea demasiado pedir, incluso para una imaginación de tanta bondad como la que caracteriza a Bernie. Lo cierto es que no solo es su última oportunidad para alcanzar una victoria impactante que desestabilice el equilibrio que está perpetuando la desigualdad social de su país, sino que es una oportunidad decisiva para dar entrada a una nueva generación de políticos jóvenes y activistas que le acompañen en el proyecto de afianzar un nuevo modo crítico de entender el funcionamiento del mundo, negando la veracidad de aquellos oráculos que se degradan a sí mismos repitiendo los decrépitos eslóganes de "no se puede hacer nada" o "mejor tocar poco no vaya a ser que lo arruinemos todo", desplazándolos por el mensaje mucho más contundente y nada ambiguo de que "las cosas no pueden seguir como son por más tiempo".
Quizás, la misión de Sanders para modificar transgresoramente el curso de la historia tenga que consistir en disfrazarse de Calíope: servir de musa épica para guiar las decisiones de la favorita institucional. En tal escenario, sus anhelos revolucionarios equivaldrían al sonido de los órganos de vapor que utilizaban los circos que recorrían el medio oeste de EEUU a principios del siglo XX para ambientar el "suspense" entre un público que mayoritariamente prefería mantenerse ignorante frente al truco que los vendían. Pero, al mismo tiempo, el espíritu socialista que cimienta las convicciones del chico de Vermont dotaría a la hipotética presidencia del partido demócrata a partir del 2017 con una nueva letra, una desde la que producir las notas para otro Despertar: una nominación para garantizar que el fascismo no sea quien escale su dimensión ontológica como una nueva exaptación basada en los efectos que continúan transfigurando el rostro de la democracia, el cual responde cada vez con más extrañeza ante lo que es la verdad, siendo su naturaleza emancipadora trágicamente sustituida por el reductor significado literal de "hacer las cosas bien", aunque estas sean injustas o poco tengan que ver con el respeto hacia algún valor moral universal.
La imaginación de Sanders no solo debería quedar como una representación de lo que significa tener facilidad para formar nuevas ideas y nuevos proyectos aun siendo divergentes con la opinión fabricada por el poder establecido, sino que debería ser la representación de una presencia conectada con el calor que irradia alguien que es auténtico, una personalidad que al entrar en una larga e infructuosa reunión justo cuando está a punto de terminar cerca ya del ocaso (y que ha sido convocada por personas sin fe para tratar de cambiar el estado de las cosas), es capaz de creer apasionadamente en que tiene el poder real para "hacer que amanezca".